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Marcelo Moreno comenta sobre esta sociedad



Una sociedad apagada, con pánico y sofocón
Por Marcelo A. Moreno
Enviado por Paco desde Madrid

22/12/13

En verano hace calor. Es así, nomás. Esta certidumbre no es noticia: es una obviedad bastante pavota que depara el calendario. Sin embargo, en una sociedad desquiciada como en la que vivimos una simpleza como la enunciada enciende las alarmas, pone en alerta a las fuerzas del orden y produce hasta zozobra.

Pasa que por las altas temperaturas la gente utiliza más electricidad.

Conducta por demás normalita, que no plantea desafío alguno a la imaginación. Y que, por lo tanto, se puede prever para planificar acciones ante la inevitable y ritual contingencia. Pero esto no ocurre entre nosotros, ya que el Gran pueblo Argentino Salud eligió por holgada mayoría estar dirigido por un elenco que se caracteriza por actuar, y tarde, sobre los hechos consumados, incapacitado del todo para anticiparse a los acontecimientos. Será que nos gusta el riesgo y, con la adrenalina al tope, vivir peligrosamente.

Porque de furia y miedo es la materia que nos transmite estos días una ciudad no sólo escaldada por el calorón sino por una indignada desesperación: fogatas en las calles bajo un fondo de cacerolas resonando, en protesta por los cortes de luz, a veces prolongados se diría que con refinada crueldad. Hasta algunas clínicas y hospitales no contaron con ese vital insumo.

Bronca y más bronca acumulada por los miles que perdieron incluso sus cenas navideñas en frezzers inútiles y por los que no tienen ni el alivio de un ventilador.

Imágenes crepusculares que no hablan ya del manido fin de un ciclo sino de una deriva aventurada y peligrosa de pura inacción.

Y adrenalina en dosis malsanas debí padecer el miércoles a eso de las cuatro de la tarde en el centro porteño y sin que la temperatura llegara a evocar a la del Infierno. Para entrar en un negocio de venta de ropa masculina a una cuadra de Avenida Córdoba, debí golpear la puerta ya que los dueños la habían asegurado.

Me dijeron que era por los saqueos. ¿Saqueos?

: “En Once ya entraron en algunos comercios”. Me atendieron rapidito, y en cuanto salí se apuraron a cerrar.

Caminé hacia Santa Fe. Allí también había algunos locales que habían bajado la persiana. Noté una inusual presencia policial. Le pregunté a un agente qué pasaba: me dijo que los habían alertado sobre saqueos en Once –donde ya habían cerrado la mayoría de los negocios- y que pensaban que venían para esta zona. Yo también empecé a alertarme.

Más tarde supe que todo había sido producto de rumores: el pánico había devenido de la ficción. Ficción con asidero muy firme en la realidad: durante los pocos días de la rebelión policial hubo nada menos que 14 asesinatos en saqueos, muertos a los que, según Estela de Carlotto, resulta imperativo investigar.

Ante la merma del fluido eléctrico, el trastabillante Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, afirmó que si las distribuidoras de energía no pueden cumplir con el servicio –que por ser público, es responsabilidad del Estado, estén concesionadas o no-, el mismo Estado se hará cargo de ellas, cosa que cayó como un bálsamo de agua bendita sobre la población, acostumbrada a los éxitos a repetición logrados con la estatizaciones de YPF, Aerolíneas y trenes, que ahora circulan con una velocidad, puntualidad y comodidad que parecen japoneses.

La estatización sin duda es el camino.

Lo demostró el gobierno al anunciar que se hacía cargo de la tan prestigiosa Universidad de las Madres de Plaza de Mayo, sector Bonafini.

La enorme ventaja de las estatizaciones es que los déficits los paga, a través del erario público, la ciudadanía. Es decir, mantenemos con nuestros impuestos (y hasta el extremo de que se financian con nuestras futuras jubilaciones) los raros errores y las tan ocasionales malversaciones del Estado.

Algo casi ideal, que se ha probado con todo éxito en Venezuela, país en el que la inspiradora revolución bolivariana ha logrado conseguir la mayor tasa de inflación del planeta.

En Estado de sitio, debido al genio de Albert Camus, un funcionario se dirige al gobernante, informándole sobre los avances de la peste: “Alteza, la epidemia se desencadena con una rapidez que supera todos los auxilios. Los barrios están más contaminados de lo que se cree, lo cual me inclina a pensar que es preciso disimular la situación y no decir la verdad al pueblo a ningún precio. Por lo demás, y por el momento, la enfermedad se ceba sobre todo en los barrios exteriores que son pobres y están superpoblados. Esto por lo menos es satisfactorio.” No confundir: a la doctora de Kirchner no le prodigan el tratamiento de “Alteza”.


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