Servicio de búsqueda personalizada

Búsqueda personalizada

¿Te ayudamos a buscar información?

Google
 

Señales demasiado confusas - Por Alberto Medina Méndez


Señales demasiado confusas.

El tan aplaudido vaciamiento ideológico de la política empieza a mostrar síntomas concretos que impactan directamente en la sociedad. Durante décadas, un grupo de apologistas del pragmatismo sostuvo que los sistemas de ideas quitaban esa flexibilidad infinita que fascina a tantos.

Está claro que a muchos dirigentes políticos les resulta formidablemente cómodo no alinearse con una escala de valores a defender. Eso les posibilita apropiarse de una mayor cantidad de votos potenciales como producto de su declarada neutralidad pudiendo seducir, entonces, a casi todo el electorado sin distinción alguna.

Esa dinámica aparentemente razonable que prioriza lo práctico por sobre lo teórico, les permite aplicar recetas de todos los colores sin pudor alguno. El problema es que los rompecabezas se pueden armar cuando sus piezas encajan y son compatibles. Encastrar mezclando todo es una labor imposible y su corolario es un engendro de insondables consecuencias.

Hasta ahora el gobierno ha preferido darle jerarquía a ciertas decisiones que ha tomado con gran ampulosidad y que parecen ir en la dirección correcta. Si bien muchas de ellas contienen imperfecciones evidentes, y se quedan a mitad de camino, el recorrido elegido tiene visos de racionalidad y sensatez.

Sin embargo, al mismo tiempo, otras determinaciones relevantes siguen aún pendientes. En algunos casos se recita, la mayoría de las veces en privado y preferentemente por lo bajo, que existen intenciones reales de hacerlo, pero no ahora, sino más adelante, aduciendo siempre razones vinculadas a la viabilidad política de avanzar en esos asuntos tan sensibles.

Pero también es inocultable que existen tópicos que no figuran siquiera en la agenda. Cuando se plantean esas problemáticas, los argumentos que se esgrimen tienen que ver con la gobernabilidad y la tolerancia de otros sectores a ese tipo de medidas, aparentemente antipáticas.

Si un Gobierno ejecuta lo que dice que puede, se detiene preventivamente ante lo que considera políticamente incorrecto y borra de la agenda aquellos aspectos que considera imposibles, pues el resultado que finalmente se obtendrá no solo no será el deseado, sino que tampoco será el necesario.

Se puede entender que en algunos asuntos se precisan de mayorías parlamentarias que impulsen esas reformas, pero el oficialismo puede elegir si la supuesta imposibilidad implica archivar asuntos en forma definitiva o en todo caso amerita intentar inteligentes estrategias para avanzar en firme en la dirección adecuada, aunque fuera de un modo más lento.

No es lo mismo dejar de lado para siempre ciertos asuntos que mantenerlos vigentes en el tapete, buscar mecanismos alternativos para abordarlos y hasta negociar eventualmente sus plazos de implementación.

A estas alturas el gobierno ya desnudó su propia impronta. Improvisa en demasiados asuntos, avanza razonablemente en otros y zigzaguea en unos cuantos más. Su indefinición ideológica empieza a mostrar sus primeras secuelas significativas. Esa estrategia es muy confortable para los funcionarios oficialistas porque les permite una enorme versatilidad, pero obviamente no sirve como matriz para resolver los problemas de fondo.

La grilla de dilemas que enfrenta el país es gigantesca y requiere de soluciones complejas y en muchos casos de batallas muy prolongadas en el tiempo. Aun si se iniciara hoy mismo, esa tarea demandaría varias décadas.

Lo que es indudable es que si esos aspectos no se encaran jamás, existen certezas de que nunca encontrarán su cauce de un modo espontaneo. No abordarlos no solo es una acabada muestra de cobardía política sino también de una despreciable actitud incompatible con en el espíritu de cambio que muchos esperan.

La ciudadanía no ha optado por el actual sector político para que asuma el gobierno y termine haciendo más de lo mismo, pero ahora con un estilo más civilizado y menos autoritario, sino para que produzca verdaderos cambios sustanciales en una enorme nómina de asuntos vitales.

Las transformaciones cosméticas son solo eso. Un poco de maquillaje que intenta camuflar los problemas, los oculta temporalmente, pero de ningún modo los soluciona, y hasta es probable que si se insiste con esta tendencia el cuadro original termine empeorando progresivamente.

Se podrá discutir luego sobre la trascendencia que tiene imprimirle velocidad a cada uno de los acontecimientos, pero lo absolutamente impostergable es definir con total claridad y sin hipocresías el rumbo que se ha escogido y que se va a recorrer.

Más allá de las indisimulables impericias y la falta de experiencia política, es mucho más importante tener calibrada la brújula y utilizarla para que indique el norte en todo momento, sin desvíos no calculados.

El país precisa ocuparse en serio de sus problemas y no solo fingir ciertas acciones. Como en la vida misma, hay que establecer prioridades y atacar los inconvenientes uno por uno. Pero esconder muchos de ellos inmensamente importantes no parece ser un camino posible ni, mucho menos, una resolución brillante.

Hasta aquí se han tomado algunas decisiones muy atinadas, pese a sus innegables defectos de comunicación e instrumentación. Pero también se han omitido muchas determinaciones, ya no sin querer, sino premeditadamente. Algunas de esas solo han sido aparentemente postergadas, pero otras han pasado deliberadamente a ser parte de un inventario que jamás tomará protagonismo. En fin. Por ahora solo se asiste a un indigno espectáculo repleto de señales demasiado confusas.

Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com

H.C.F Mansilla: La Bolivia que no cambia - un envío de Santos Diamantino



H.C.F Mansilla: La Bolivia que no cambia
Entrevista de Claudia Gonzales Yaksic

“Yo creo que los indianistas, bajo esa apariencia radical de modificar todo, en el fondo lo que quieren es preservar valores muy antiguos y muy convencionales, jerárquicos, verticales, autoritarios, machistas, que vienen de muy atrás, pero ahora con un aspecto revolucionario del cambio total.”

En mi caso, para conseguir una entrevista exclusiva con H.C.F. Mansilla, el pensador contemporáneo más brillante que tiene Bolivia, necesité tragarme el orgullo de por lo menos tres rechazos sin derecho a réplica, vencer una prueba de escritura y, obviamente, tener el respaldo de una marca como es el periódico Los Tiempos.

Una vez roto el hielo y en un encuentro en vivo y directo (Mansilla estuvo en Cochabamba días atrás para participar de un seminario sobre René Zavaleta), este prominente intelectual se muestra tan fascinante como lo es su pensamiento.

Empiezo la entrevista preguntándole qué opina de los cambios drásticos que ha sufrido Bolivia en la última década y responde sin dudar: “Yo supongo, al contrario de lo que usted dice, que el país ha cambiado muy poco en las últimas décadas y que arrastra tradiciones, puntos de vista, normas de comportamiento, pautas de orientación que son más o menos las mismas desde hace muchísimo tiempo. Lo que cambian son pequeños aspectos exteriores, por ejemplo, un Gobierno puede ser más afecto en la teoría a cuestiones indianistas, a resaltar valores de las culturas aborígenes, puntos de vista ancestrales, pero eso creo yo que es lo superficial”.

Mansilla hace una pausa breve e inmediatamente ejemplifica su posición: “Quiero mostrarle, por ejemplo, algunos aspectos de lo que no cambia a través de siglos. En la época de la colonia, por ejemplo, lo más usual era la instrumentalización del Poder Judicial por el Poder Ejecutivo. La inmensa mayoría de toda la documentación existente en el Archivo de Indias, son quejas, agravios de la población contra el mal funcionamiento de juzgados y fiscalías y, al mismo tiempo, son quejas sobre cómo el Estado, las autoridades del momento, oidores, la administración virreinal, hacían que la justicia realmente siempre falle a favor de los que tenían buenos contactos con el Poder Ejecutivo y creo yo que esta instrumentalización del Judicial por el Ejecutivo se ha mantenido vigorosamente hasta hoy, y más bien en los últimos diez años ha tenido un renacimiento notable”.

Para el enemigo la ley

Según H.C.F Mansilla, doctor en Filosofía por la Universidad Libre de Berlín, otro aspecto ligado al anterior es la continua vigencia del principio virreinal de “al amigo todo, para el enemigo la ley”. Es decir, “la idea de la discrecionalidad, al amigo, al aliado, al allegado, se le permite prácticamente todo. En cambio, al enemigo basta con aplicarle los instrumentos de la ley, con lo cual la ley viene a quedar como algo negativo, como algo horrible que se aplica sólo en casos extremos”.

“Otra cosa que no ha cambiado gran cosa —abunda Mansilla—, es la cantidad de trámites a los que está sujeto el ciudadano común. También en la colonia había una enorme cantidad de protestas que se debía al carácter muy enrevesado y complicado de la burocracia colonial, y aquí hay ciertas instituciones que no han variado gran cosa. Me refiero, por ejemplo, a Derechos Reales, que es una institución extremadamente complicada y, obviamente, los más interesados en que no cambie nada, es esa hermosa fauna de gestores, abogados; es decir, de los que viven aprovechándose de que los normales litigantes no tienen ni tanto tiempo ni tanto dinero para perder haciendo los trámites correctamente; entonces, ellos, igual que en la colonia, se aprovechan de esa situación”.

La mala educación

Otra cosa que en Bolivia no ha cambiado nada, según este pensador, es la mala conformación de la educación en general y de la universidad en particular. “Ambas instituciones siguen siendo memorísticas, siguen teniendo una tendencia muy fuerte a no tratar temas que tiene que ver con otras culturas, o sea muy cerradas por las montañas que al mismo tiempo protegen, pero también aíslan del mundo exterior. Entonces, en los campos de la educación, del funcionamiento normal, de las funciones estatales, en el caso concreto del Poder Judicial, se arrastran, creo yo, tradiciones que vienen de muy atrás y que no han cambiado nada”.

Con dos libros publicados este 2016 en Rincón Ediciones: “Filosofía Occidental y Filosofía Andina” y “Las raíces conservadoras bajo las apariencias radicales en América Latina”, Hugo Celso Felipe Mansilla Ferret, asegura que otro aspecto que en Bolivia no ha cambiado nada en las últimas décadas, es “la arrogancia de los que detentan ocasionalmente el poder y empiezan siempre como amigos del pueblo, como fue el caso del 52 con el MNR y del 82 con la UDP, y terminan conformando élites extraordinariamente privilegiadas y alejadas de los intereses del pueblo llano”.

Educación y cambio

El pueblo, la gente que camina en las calles, siempre espera que las cosas que están mal cambien. ¿Qué se necesita para que una sociedad se transforme? “Estimada señora Gonzales —comienza respondiendo Mansilla—, no existe ninguna receta. Si hubiese una receta, ya se la habría aplicado en algún país del mundo. Una cosa fácil y simple, de efectos contundentes y rápidos, eso no hay. Lo que se puede pensar, siguiendo el modelo de cambio más exitoso, que es el de los países escandinavos en el siglo XIX o de Corea del Sur, Singapur en el siglo XX; es apostar por la educación, por un cambio real motivado por la modificación de pautas educacionales”.

Pero para eso —dice el pensador— hace falta una verdadera reforma, seria, sostenida en el tiempo “y no estas simples declaraciones líricas que han sido la reforma educacional de 1952 en adelante, bajo el MNR o las otras que ha habido en los últimos años, que en realidad no modifican gran cosa las pautas profundas de comportamiento de la población, que más bien tienden a consolidar lo de antes”.

Indianistas conservadores

“Por ejemplo, yo supongo, pudiendo equivocarme fácilmente —sentencia H.C.F. Mansilla—, que todas estas tendencias indianistas radicales de izquierda, en el fondo son muy conservadoras, en el sentido de que preservan, mantienen valores de orientación muy antiguos, con una pintada exterior, con un aspecto exterior radical, pero que en el fondo son muy conservadores. Esto me ha preocupado sobre todo en el caso del indianismo, he publicado un pequeño libro en la editorial Rincón Ediciones sobre este caso. Yo creo que los indianistas, bajo esa apariencia radical de modificar todo, en el fondo, lo que quieren es preservar valores muy antiguos y muy convencionales, jerárquicos, verticales, autoritarios, machistas, que vienen de muy atrás, pero ahora con un aspecto revolucionario del cambio total. Yo creo que en eso Bolivia es uno de los países relativamente más conservadores del mundo, junto con el ámbito islámico”.

http://www.lostiempos.com/actualidad/cultura/20160711/hcf-mansilla-bolivia-que-no-cambia

(*) La autora es periodista.

Claudia Gonzales Yaksic
Publicado el 11/07/2016

Atte. Santos Diamantino
Lic. en Filosofia (UMSA)

La complicidad de los encubridores - Por Alberto Medina Méndez


La complicidad de los encubridores.


Mucho se ha dicho sobre la corrupción. A estas alturas no quedan demasiadas dudas acerca de la enorme responsabilidad que le cabe a los que cometen esos delitos cuando se apropian indebidamente del dinero que la gente aporta permanentemente al Estado vía impuestos.

Esa vil canallada, que se replica a diario en casi todo el mundo, tiene culpables directos que deben asumir las consecuencias de sus decisiones, pero también existen alrededor de ellos, otros ruines personajes cuya participación resulta imprescindible para que aquellas andanzas sean tan cotidianas.

El bandido siempre está rodeado de personas que juegan un rol preponderante y que normalmente se prefiere pasar por alto, a veces por excesiva ingenuidad, otras tantas por subestimar la relevancia de esas actitudes adicionales y en otras ocasiones simplemente por compasión, evitando involucrar demasiado a quienes se considera sujetos secundarios de estas trasgresiones tan patéticamente habituales.

En primer lugar habría que observar detenidamente el accionar de los colaboradores directos, esos que conocen con precisión los movimientos de ese funcionario que transita el camino indebido. Ellos saben perfectamente que hace, con quienes habla y cuáles son sus rutinas específicas. No son necesariamente personas de gran jerarquía. A veces un ayudante de escalafón inferior se convierte en conocedor pleno de la realidad, cuando no en coparticipe, de cada una de las correrías de ese crápula.

Es trascendente también no desligar a los propios superiores de los corruptos que también tienen contundentes incumbencias respecto de lo sucedido. Es que se puede delegar tareas en subalternos, pero jamás se transfiere la responsabilidad final. Quienes deben supervisar no pueden jamás aducir desconocimiento absoluto. Por acción u omisión, ese error tiene un costo, y desentenderse como sin más, no parece ser aceptable. No existe excusa que justifique dejar pasar semejantes despropósitos.

Pero tampoco es saludable hacerse los despistados frente a tanto descaro y habrá que decir entonces que la sociedad en su conjunto también debe asumir con hidalguía su significativa cuota de responsabilidad frente a lo sucedido en cada circunstancia sombría que se termina descubriendo.

La ciudadanía en general, con su indisimulable apatía, su indiferencia evidente, su inocultable desinterés, construye paso a paso los pilares vitales que se terminan convirtiendo en los aliados estratégicos centrales de los que cometen fechorías adueñándose de las arcas del Estado. Nada de eso podría ocurrir, de ese modo tan burdo, si la sociedad tuviera menos tolerancia frente a estos inaceptables delitos.

El funcionario corrupto no toma la decisión explícita de delinquir graciosamente para enriquecerse, sino que lo hace porque tiene un contexto enormemente favorable y tiene entonces en cuenta que contará con la valiosa colaboración de algunos que expresamente contribuyen con la consumación del ilícito, con otros que se harán sistemáticamente los distraídos y obviamente también supone que la abúlica comunidad en la que reside hará su parte renovando su eterno silencio.

Se sabe que la corrupción no es un fenómeno coyuntural, sino que obedece a causas mucho más profundas que explican su complejo entramado estructural. Es por eso que su ocurrencia no depende solo de la voluntad del delincuente, sino de otras circunstancias que lo posibilitan y facilitan.

La red de corrupción que gira en torno al Estado y los gobiernos no será desmantelada gracias a la optimización en la selección de funcionarios más honestos e íntegros. Pretender que así sea no solo demuestra un infantil voluntarismo sino que se constituye en una demostración de ingenuidad intelectual e incomprensión de la evidencia empírica que se verifica a diario.

Si realmente se quiere destruir la matriz de la corrupción se debe ir a fondo y hacer reformas con mayúsculas, para que robar no sea posible, para asegurarse que todo no dependa de la moral media del funcionario de turno, sino de la efectiva inviabilidad para concretar delitos contra los contribuyentes.

Hasta tanto se comprenda acabadamente la dinámica de la corrupción y se encare con inteligencia la batalla final que logre destruir su núcleo duro, se debe empezar a trabajar concomitantemente en otros aspectos, que no resolverán el problema pero ayudarán a mitigar su gravedad durante algún tiempo.

Nadie puede esperar que seres esencialmente corruptos cambien su concepción moral de la noche a la mañana. Evidentemente estos cínicos criminales creen que saquear al resto de los ciudadanos es algo correcto, por eso lo hacen, apelando al recurso de "salvarse para siempre" con esos dineros que intentarán acumular durante sus acotados mandatos.

Pero si se puede apelar a una severa y genuina autocrítica de los ciudadanos que periféricamente colaboran, tácita o explícitamente, con ese temible delincuente de "guantes blancos" que parapetado en un escritorio, vistiendo ropa elegante, se atribuye la potestad de quedarse con lo ajeno.

Ellos pueden revertir parcialmente la historia. Lo pueden hacer mañana mismo, denunciando a esos corruptos sin pudor, exponiéndolos descaradamente, quitándoles la protección que a diario le suministran, a veces sin querer y otras veces por temores infundados.

Combatir la corrupción requiere de coraje, de valor y de determinación. Los refinados forajidos que pululan en la administración estatal cuentan con que nadie tiene la valentía suficiente para confrontarlos. Tal vez sea este el momento de elegir entre seguir dándoles la razón y esconderse nuevamente, como tantas otras veces, o definitivamente dar vuelta la página abandonando para siempre la complicidad de los encubridores.

Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com

El reino de la improvisación - Por Alberto Medina Méndez


El reino de la improvisación.

En los últimos tiempos, la política se ha dedicado a concentrar la totalidad de sus esfuerzos, de un modo obsceno, en la eterna construcción de poder. Todos recitan aquello de que la política debe ser la gran herramienta de transformación de las sociedades para progresar, pero no es lo que sucede.

Esa descripción de la política se ajusta mucho más a lo que debería ser que a lo que realmente es. Quienes intentan rescatarla, mejorarla y utilizarla positivamente sostienen que no hay que denostarla y que resulta imperioso apuntalarla para que sus loables objetivos no sean tergiversados.

La tendencia que muestra el presente es que en esa actividad la inmensa mayoría de sus protagonistas trabajan exclusivamente en la tarea de conquistar el poder y acceder a los anhelados puestos de decisión.

Aún los que no disponen de ningún espacio relevante pretenden alcanzarlo y se esmeran en hacer hasta lo imposible para, algún día, finalmente arribar a esa meta. En cambio los que están ahí, los que ya llegaron a esa cima, luchan denodadamente para no desmoronarse, para afianzarse y no ser desplazados jamás por sus adversarios de turno.

La experiencia empírica muestra que la política solo se dedica constantemente a edificar poder y cuando finalmente lo consigue, persiste para sostenerse indemne. La política así no se convierte en una herramienta de cambio, sino solo en un mero instrumento de poder. Es probable que por eso haya caído en desgracia y su descrédito global sea tan significativo.

La otra faceta relevante de la política pasa por darle contenido de fondo, algún sentido a ese gran propósito. Queda claro que si no se obtienen lugares para desde allí tomar decisiones parece improbable influir en la realidad, pero también es cierto que si se llega sin saber qué hacer, el presente tampoco se verá modificado y entonces todo seguirá igual.

Son dos instancias vitales pero también inseparables si se pretende tener éxito. La política debe construir poder, pero también prepararse para gobernar. Sin lo primero resulta imposible impactar sobre el presente, pero sin lo segundo lo previo no tiene mucho sentido. Deben ir de la mano ambas tareas, y por mucho que cueste comprenderlo, el arte de hacerlo bien es poner similares energías en sendas funciones esenciales.

Lamentablemente, por estas latitudes la política solo se ha convertido en una especie de infinita maquinaria electoral, que solo aspira a lograr adhesiones y seducir voluntades que luego acompañen en las urnas. El resto no parece demasiado relevante para la clase política contemporánea.

Abundan historias que demuestran que muchos talentosos que tuvieron la astucia suficiente para ganar elecciones luego ocupan sus puestos, pero no tienen programas para desarrollar y entonces todo finalmente fracasa.

Los bien intencionados aprenden en el camino, y en algún momento de su mandato deciden poner primera con esos proyectos, muchos de ellos endebles, que arrancan como pueden y que rara vez consiguen culminar.

Todo resulta muy mediocre. Existe demasiada gente poco preparada en los gobiernos, abundante cantidad de planes que se implementan a medias y una escasa capacidad para darle consistencia en el tiempo a lo iniciado.

Esta dinámica se repite con matices y variada suerte en diferentes asuntos fundamentales. Nobleza obliga, vale la pena reconocer que en algunos temas específicos se han llevado adelante planes realmente interesantes y de la mano de destacados especialistas, pero no es esa la matriz general.

Si la política quiere recuperar respeto progresivamente precisa salir de su habitual amateurismo e iniciar un camino de mayor formación de sus cuadros y de imprescindible profesionalización.

El problema no solo tiene que ver con los circunstanciales personajes y su ambición mal entendida, que es una característica indisimulable. También es parte de esa tragedia, la ausencia de ideas, la escasa capacidad para diseñar proyectos y la ineptitud para conformar equipos técnicos competentes que permitan viabilizar la concreción de esos sueños.

La política de este tiempo está en deuda con la sociedad. Probablemente porque la misma ciudadanía no lo demanda con la potencia que el tema amerita. Pero tampoco es saludable justificar esa indecente mediocridad endilgándole responsabilidad a quienes no lo solicitan vehementemente.

Es difícil encontrar excepciones a la regla. Con variantes, unos y otros se parecen demasiado y se obsesionan hasta el extremo por alcanzar el poder, pero mientras tanto hacen poco y nada por prepararse para ese momento sublime en el que inexorablemente deberán gobernar.

Los proyectos se esbozan solo para convertirse en eventuales promesas de campaña, en meras consignas proselitistas. Se explicitan siempre de un modo ambiguo, sin precisiones, ocultando sus inconsistencias sin pudor.

Los que dicen amar la política, los que creen en serio que se trata de una noble actividad que puede ayudar a la sociedad a mejorar sus vidas, deberían esmerarse mucho mas y hacer las correcciones del caso.

No se trata de que abandonen sus cuestionables prácticas de rutina de la noche a la mañana, esas que insisten de cualquier modo en alcanzar el poder. En todo caso podrían revisar sus controversiales métodos y optimizar los valores que defienden para conseguir un poco de respetabilidad.

El punto pasa por poner idéntico esfuerzo en construir planes de gobierno, en convocar a los mejores, en abrir la cabeza para diseñar proyectos consistentes que en el futuro, apoyo popular mediante, sean elementos vitales para implementarse en el corto plazo y abandonar esta vieja dinámica que ha convertido a la política en el reino de la improvisación.

Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com

El antisemitismo de Abu Mazen - Nota de opinión de Samuel Auerbach


El antisemitismo de Abu Mazen.
por Samuel Auerbach, Natanya.

"Las conversaciones directas es la única forma posible de construir confianza y es una precondición para la paz”, fueron las palabras que Reuven Rivlin, Presidente del Estado de Israel, pronunció después que se enteró que Abu Mazen, el Presidente de la Autoridad Palestina, se negó a entrevistarse con él para ver la manera de reiniciar las conversaciones de paz con Israel, interrumpidas desde el año 2014.

Son plausibles los esfuerzos que Reuven Rivlin está realizando a favor de la paz entre palestinos e israelíes. Pero para reanudar esas conversaciones y crear un ambiente amistoso y de plena confianza, es necesario hacer caso omiso a ciertos elementos negativos que ambas partes presentan.

El Primer Ministro de Israel, Biniamin Netanyahu, en varias ocasiones le sugirió a Abu Mazen que continúe esas conversaciones sin condiciones previas, a pesar de su reconocido trasfondo antisemita, bien puesto de manifiesto en la actualidad, cuando acusó a los rabinos de envenenar las aguas de los palestinos. El haberse arrepentido de haber pronunciado esas palabras, solo enmascara el sentimiento antisemita que reveló al vertirlas. Muchas veces se le pidió a Abu Mazen que vuelva a sentarse en la mesa de deliberaciones pesar de su insistencia en restablecer plenas relaciones con Hamás, grupo terrorista que sueña con limpiar de judíos el Medio Oriente. Con tal que Abu Mazen vuelva a hablar con los israelíes para dar una solución al conflicto con los palestinos, a Israel no le impide que su interlocutor no condene los asesinatos a mansalva que su gente efectúa en Israel, y que reciba a los asesinos como héroes festejando su regreso.

Pero los palestinos siguen negándose a reanudar las conversaciones de paz. No están dispuestos a pasar por alto las pocas probabilidades de éxito que le brinda un parlamento con poderosos bandos que abogan por la anexión de los territorios. Los planes de construcción y las inversiones en la colonias aprobadas por Netanyahu, y el haber premiado con el título de embajador a dos reconocidos opositores a la creación de un estado palestino vecino a Israel, uno en las Naciones Unidas y otro en Brasil (que fue muy mal visto por el gobierno brasileño), no muestran precisamente un franco deseo israelí de negociar los territorios en conflicto y hacer la paz con los palestinos.

Por lo visto, el empecinamiento de Abu Mazen en no ignorar estos escollos, es más fuerte que su deseo de consolidar la paz con Israel y crear un estado para su pueblo con fronteras comunes. No queda otra opción que suponer que Abu Mazen y las autoridades de Hamás opinan lo mismo respecto al país de los judíos: todo el Medio Oriente pertenece al Islam. En nada ha cambiado el pensamiento de los árabes palestinos desde el año 1947, cuando las Naciones Unidas decretaron la partición de Palestina.

(Publicado en el semanario Aurora)


Archivo del blog

¿Cómo puedes vender y cobrar por Internet?

Dineromail, para enviar y recibir dinero via e-mail

Te esperamos!!!!

María Eva Duarte de Perón

María Eva Duarte de Perón

¿te sumas?

El Gral. Perón rodeado de artistas

El Gral. Perón rodeado de artistas
¿Te animás a reconocerlos?

Bush el 11 de septiembre

Bush el 11 de septiembre
The States are under attack

Teatro Argentino

Teatro Argentino
¿Conoce La Plata? Clic en la foto.

Juan Domingo Perón

Juan Domingo Perón