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¿Queremos salir de la crisis?

Una nota de Hugo César Renés
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El movimiento es la esencia de la democracia, exige acción, innovación, y ejercicio constante de todas las facultades del hombre. No hay honor ni virtud sin sacrificio; ni habrá lugar al sacrificio permaneciendo en la inacción. La cuestión estriba en saber en que momento pondremos manos a la obra.

Las próximas elecciones pueden servir de vehículo para resolver este problema pero las expectativas de cambio frustradas nos indican que el voto puede ser un punto de partida sujeto a imprevisibles consecuencias.

La economía tiene que estar sujeta a la política y ésta, sujeta a la moral.
Cuando el país vive una crisis cultural por la banalización de sus mayores valores culturales, debemos actuar con mucha grandeza para poder cambiar el curso de las cosas.

Cuando esa crisis ha llegado a lo profundo del hombre, debemos preguntarnos, ¿conozco la verdad? ¿Debemos tomar la verdad con toda pasión o hay que tener un pensamiento débil como dicen los filósofos de nuestro tiempo?
Respuesta: Tenemos que conocer la profundidad de la crisis y comprometernos a revertir esa situación.

Si no recuperamos el sentido de la realidad, el sentido de las cosas, no nos recuperaremos.
Tenemos que pensar en los fines; nuestra cultura es una cultura mediática, enferma de mediaciones, carentes de fines. Es la cultura del instante: aquí, a fondo, a gozar como si estuviéramos en la eternidad.

Para atacar a la corrupción tenemos que encontrar la verdad y con la misma pasión de la verdad combatirla, sabiendo que la misma no es solamente la corrupción económica o política, sino que la corrupción que padecemos es fundamentalmente moral.
Por eso es que debemos construir una cultura de la responsabilidad, de la libertad, de la verdad, una verdadera cultura de la comunión de bienes, sabiendo que siempre, siempre, estaremos en peligro de fallar.
La esperanza es la verdad, la desesperanza es la mentira. Llegaremos a tener una sociedad justa, cuando tengamos leyes más justas.

La familia es el modelo de la sociedad, en ella viven los valores; debemos trabajar a fondo desde la familia hacia la sociedad.
Todas las cosas son para el hombre, pero las cosas no son el fin, el fin es el hombre.
La propiedad privada nace del trabajo. El capital es trabajo acumulado.

Para reconstruir y engendrar algo nuevo y original en política, no debemos imitar a imitadores ni arrojar una tea de discordia entre las pasiones que nos dividen, porque tratándose de la patria, debemos sacrificar hasta el amor propio.
Hago esta aclaración para que no se me atribuya las exclusivas y estrechas miras que caracterizan a los partidos políticos de nuestro país a los que nos hemos tomado la libertad de atacar con algún calor por considerarlos perjudiciales.

La desigualdad engendra odios y pasiones que terminan por ahogar la confraternidad y relajan los vínculos sociales. Por ello es preciso nivelar las individualidades sociales.
A la voluntad nacional, verdadera conciencia pública, toca interpretar y decidir soberanamente quién los conducirá.

Ninguna mayoría ni ningún partido tiene el derecho de establecer una ley que ataque las leyes naturales y los principios conservadores de la sociedad y, mucho menos, que pueda poner a merced del capricho de un hombre la seguridad, la libertad y la vida de todos.
La potestad social que en vez de fraternizar, divide; que siembra la desconfianza y el encono; que atiza el espíritu de partido y las venganzas; que fomenta la perfidia, el espionaje y la delación, y tiende a convertir a la sociedad en un enjambre de delatores, de verdugos y de víctimas; es una potestad inicua, inmoral y abominable.
Por ello es necesario trabajar para que las fuerzas individuales, lejos de aislarse y reconcentrarse en su egoísmo, concurran simultánea y colectivamente a un fin único: al progreso y engrandecimiento de la nación.

El predominio de las individualidades nos ha perdido. Las pasiones egoístas han sembrado la anarquía en el suelo de la libertad, esterilizando sus frutos: de aquí resulta el relajamiento de los vínculos sociales: nuestros corazones no palpitan al son de las mismas palabras, ni a la vista de los mismos símbolos. (En la actualidad, sin contar los que tienen un ámbito provincial y/o municipal, hay en el país, oficialmente registrados, más de 500 partidos políticos de alcance nacional, lo que marca palmariamente la dispersión política).
Un pueblo que cuenta con glorias legítimas en su historia, es un pueblo grande que tiene porvenir y misión propia por eso yo les pido a mis hermanos:

Ciudadanos militares, no se envanezcan por llevar en sus pechos medallas que lamentablemente pueden estar salpicadas de sangre fratricida; ruborícense y sepan perdonar a quienes en el frenesí de las más innobles pasiones del furor revolucionario osaron, en medio de los azares de la lucha y el estrépito de sus armas, enfrentar a las instituciones de la patria provocando una guerra de hermanos contra hermanos, ideas contra ideas, que se siguen hostilizando sordamente todavía.
La emancipación social de la patria está vinculada su libertad

Ciudadanos que han sido honrados con el sillón del poder como legisladores, estadistas o magistrados; mediten si vuestras obras y pensamientos han sido y/o son de alguna utilidad para la patria... Porque cuando los legisladores, desconociendo su misión y las exigencias vitales del pueblo que representan, dictan una legislación por el capricho o la voluntad de un hombre, para escudar los intereses y afianzar el predominio de unos contra otros; cuando esa legislación es hecha, no para satisfacer las necesidades de la sociedad, sino para robustecer la impunidad de unos pocos; cuando una legislación eterniza los pleitos y diferencias, causando la ruina de los particulares y del Estado mismo; cuando una legislación abre el ancho campo de la mala fe y los abusos, no puede jamás ser útil a la sociedad, porque cuando las leyes son malas, las virtudes se depravan.
Uno de los muchos obstáculos que hoy día se oponen y por largo tiempo se opondrán a la reorganización de nuestra sociedad, es la anarquía que reina en todos los corazones e inteligencias, la falta de creencias comunes capaces de formar, robustecer, e infundir irresistible prepotencia al espíritu público.

Lamentablemente no existe hoy ningún fundamento sólido sobre el cual pueda apoyarse la razón de cada uno; ninguna norma, ninguna doctrina, ningún principio de vida que atraiga y reúna a los miembros divididos del cuerpo social.
LOS DESENGAÑOS HAN ENTIBIADO NUESTRAS ESPERANZAS.
La fe de todos los hombres ha venido a guarecer su impotencia en el abrigo del escepticismo y de la duda.

No pretendamos entonces transar o hacer una amalgama impura con elementos heterogéneos. Lo que debemos buscar es una fusión doctrinaria que permita generar armonía en los intereses, armonía en las opiniones del pasado, del presente y fundamentalmente del futuro; que termine de una vez por todas con los odios, rencores y antipatías que supimos heredar o generar.
Busquemos una alianza armónica entre el ciudadano y la patria, entre el individuo y la sociedad, porque la soberanía solo reside en la razón colectiva del pueblo.

La labor de nuestros tanques de ideas debe ser doble, estudiar y aplicar, acopiar semillas y sembrarlas, conocer las necesidades de la nación y contribuir con sus fuerzas e inteligencia al desarrollo de la vida y al logro de sus gloriosos destinos.
Cada cosa tiene su tiempo, y cada ser animado, cada hombre, cada pueblo, destinados por la Providencia a progresar, debe hacerlo en esos límites incontrastables del tiempo.
Tenemos por delante un mundo de esperanzas y la fuente inagotable de un porvenir incógnito que debemos descifrar.

Para que nuestras tareas para reparar el tiempo perdido sean verdaderamente fecundas es preciso circunscribirlas a la vida actual de nuestra sociedad, a las exigencias vitales del momento para el país.
La fe que nos debe animar debe ser incontrastable. Dios, la patria, el grito de nuestra conciencia y de nuestra razón nos deben imponen el deber de consagrar todas nuestras fuerzas en pos de esos objetivos.
Si hay una bandera más alta y legítima que la que he descripto, que se levante, lo pruebe y flamee ufana; la saludaré y aclamaré como la bandera regeneradora de mi Patria, tu Patria, NUESTRA PATRIA.


En azul y blanco,
HUGO CÉSAR RENÉS

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