Jamás el ser humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico y, sin embargo, una gran parte de nuestros hermanos sufre hambre y miseria, surgiendo en estos días, nuevas formas de esclavitud social, psicológica y política.
Formamos parte hoy de una humanidad civilizada donde la técnica y la ciencia prevalecen, aparentemente, sin necesitar más de Dios. Sin embargo, Dios está y estuvo siempre en todos los hombres y si hoy algunos le vuelven la espalda, será porque sus verdades han dejado de parecerles dignas de crédito, en un momento en el que la naturaleza de lo verdadero atrae a los hombres y la inquietud, la duda, la desconfianza, el engaño, la mentira, la intriga y la maledicencia, son cosas a las que parecemos inclinados en demanda de un mundo distinto, pero que será igual, o peor.
No obstante, aunque sigamos admirándonos de nuestros propios descubrimientos y de nuestro poder (como seres humanos), cuando la realidad nos “duele”, nos formulamos con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, el lugar y la misión nuestra en el universo, así como el sentido de nuestros esfuerzos individuales y colectivos.
Para poder enfocar estas preguntas, es necesario conocer y comprender la realidad social que vivimos, sus esperanzas, sus pasiones y el sesgo dramático que con frecuencia caracterizan las transformaciones profundas y aceleradas provocadas por el dinamismo creador del hombre, las que, si fueron producidas sin un proyecto y/o un planeamiento previo, recaerán sobre él mismo, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, porque las crisis de crecimiento producen, generalmente, un cambio social asincrónico, el que a su vez genera un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y síntesis.
Envueltos en tan compleja situación, muchos argentinos estamos hoy prácticamente imposibilitados de conocer realmente los valores permanentes y de armonizarlos adecuadamente con la nueva realidad y así, agitados entre la esperanza y la angustia, nos preguntamos acerca del curso presente de las cosas, mientras son cada día más profundos los cambios que experimenta nuestra sociedad, parece cada vez más débil, pero capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio.
La actual dirigencia política sabe muy bien que está en sus manos el dirigir correctamente las fuerzas que ha desencadenado que pueden aplastarnos o salvarnos.
Sería bueno que hicieran un balance que les permita establecer la base, la estructura y el tronco de esa nueva cosmovisión a la que luego le podamos agregar nuevas ideas y proyectos.
Para ello, debemos exigirles a nuestros funcionarios que cumplan con el deber de respetar nuestros auténticos derechos. Hasta hoy, el pueblo marchó a pesar de los gobiernos, pero creo que ha llegado el momento de que lo haga por la pericia, la capacidad y el prestigio de quienes nos conduzcan, porque los tiempos no están para los nombres, sino para la capacidad. ¿Qué les parece?.
Un fuerte abrazo en azul y blanco,
HUGO CÉSAR RENÉS.
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