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EL CANTO DE LOS DESCAMISADOS

El 22 de febrero de 1946, dos días antes de las elecciones, se produce un hecho editorial de campaña, aparecen dos libros sin pie de imprenta que aclaran -de acuerdo con la infatigable actitud docente de Perón- dos cuestiones importantísimas.


Uno es el “Libro Azul y Blanco” (firmado por el Cnel. Juan D. Perón), respuesta a las acusaciones del “Libro Azul”, emitido por el gobierno de Estados Unidos en contra de la candidatura de Perón, y el otro -mucho menos conocido- es “¿Dónde estuvo?” cuya declarada firma responsable es la de “Bill de Caledonia”, nombre del perro del entonces Coronel. En éste último se relatan los hechos que sucedieron el 17 de Octubre de 1945

Esto es, que mientras redacto estas líneas se cumplen 65 años de la aparición de estos textos que considero de primera importancia para la historia argentina.

Es importante señalar que mientras el “Blue Book” yanqui, entregado a los embajadores de los países acreditados en Washington y a la United Press para su difusión mundial, era una fuerte presión contra los sectores nacionales de la Revolución del 4 de Junio de 1943 y el propio Perón, acusado de supervivencia del “nazi-fascismo” a lo largo de 130 páginas, la respuesta que ocupa otras exactas 130 páginas encara la colaboración con el ex embajador yanqui Braden, así como la preponderante influencia de su secretario Gustavo Durán, comunista y republicano español. En el libro Perón demuestra documentalmente las volteretas dialécticas de los comunistas, desde la neutralidad antes de la entrada en guerra de la Unión Soviética y la repentina beligerancia y “caza de brujas” fascistas, a partir de ese acontecimiento.

Explica allí Perón también, el concepto de democracia, organización sindical y paz social que procede de la Doctrina Revolucionaria, y las consecuencias político-económicas de la guerra y de las “listas negras” impuestas por los vencedores, e instrumentadas especialmente desde la embajada yanqui. Y señala también sus “coincidencias” con Truman en la proclamación de la necesidad de mantener un ejército fuertemente armado para consolidar un Estado democrático.

Además, explica que la neutralidad en la Segunda Guerra mantenida por el régimen anterior a la Revolución de 1943, era aprovechada tanto por los sectores comunistas (como hemos visto, antes del ataque alemán a la Unión Soviética), como por fuerzas oligárquicas vinculadas al comercio británico, que se favorecían y beneficiaban de la tranquilidad del transporte de la exportación hacia Inglaterra en buques que no eran atacados por el Eje al provenir de una nación neutral.

Quede claro -sin embargo- que esa misma neutralidad no es atacada, sino que lo que expone el Coronel Perón es que no ha sido solamente sostenida por los sectores militares y “la pequeña prensa patriótica”, contrariamente a la acusación de Braden.

Cabe aquí una reflexión.

La historia debe ser contemplada “sine ira et studio”, para que sea provechosa.

Para eso hay que saber comprender las circunstancias, la medición de las fuerzas, el aprovechamiento de los márgenes.

Por ejemplo, ¿alguien cree sinceramente que le quedaba otra salida -en 1945- al gobierno revolucionario de 1943 que declarar la guerra (declaración por otra parte sin efectos bélicos), so pena de ser aplastado?

Sin contar con que esa declaración permitió que las empresas radicadas en la Argentina, barcos en puerto, etc., etc., de propiedad de “las naciones enemigas” quedaran para el país y no fueran bienes confiscados por los EE.UU. e Inglaterra…

Por otra parte, esa misma medida permitió acoger a innumerables refugiados “enemigos” -de otro modo hubieran quedado en riesgo- que vinieron a trabajar libre y dignamente, a producir y a hacer realidad aquí lo que habían soñado allá…

Recuérdese, por ejemplo, la historia del desarrollo aeronáutico desde 1945 a 1955 ¿Y que pasó con esto después de 1955?

El rencor no puede dar buenos frutos, ya sea un rencor histórico político (o cualquier otra clase de rencor).

El otro librito, de una extensión mucho menor, refiere los acontecimientos vinculados a la detención del Perón en Martín García en manos del clan militar liberal, y los sucesos posteriores. Pero aquí también, cabe señalar, se encuentra suprimido el rencor personal. No hay ninguna mención personal, ninguna carga de tintas sobre el adversario. Al contrario, en respuesta al “¿Dónde estuvo?”, coreado por los trabajadores el 17 de Octubre, responde con moderación respecto de las personas y recato en cuanto a las circunstancias.

Rinde sí, homenaje a la lealtad:

“El día 17 de octubre, desde el Hospital Militar, asistí a los hechos más trascendentales de toda la Revolución de Junio. Ellos llenaron todo mi corazón de argentino y de patriota: la Revolución hecha hacía dos años y cuatro meses por el Ejército había sido comprendida y había pasado al pueblo y, en consecuencia había triunfado. Numerosos camaradas del Ejército y de la Aeronáutica se hicieron presentes y durante toda la mañana disfruté del ‘perfume de la flor de la lealtad’, tan grata al corazón de los leales. Los jefes y oficiales del Ejército y Aeronáutica que repudian la ambición y la deslealtad estaban como siempre en su puesto con el honor y la firmeza de verdaderos soldados. Los amigos estaban también en su puesto y tuve la enorme satisfacción de saber que tenía amigos.”

Y agrega:

“El pueblo trabajador, al que deberé eterna gratitud, estaba en la calle e inspiraba a un poeta del pueblo, el poema de ‘Los descamisados’ que como él y yo sentimos el honor de la pobreza honrada”.

Que este gran poema, pieza casi olvidada de la lírica peronista, clásicamente romano en su estilo, auténticamente argentino en su inspiración sea un homenaje para ellos, los protagonistas de la jornada -Perón y los trabajadores- y un remanso para nosotros, y que se vea que entre nosotros también se honra y se une la poética y la política.

Marcha triunfal de los descamisados
por
Pedro Argentino

Ya vienen, ya vienen
del Sud y del Este,
del Oeste y del Norte
bajo una bandera: la blanca y celeste.

La trae en sus manos el Pueblo Consorte
porque ella es la insignia de los corazones,
–Virgen impoluta–
la madre de tantos soldados campeones,
la flor y la fruta
y el fuego de todas nuestras concepciones.

Ya vienen, ya vienen
llenando las calles de la Vieja Aldea,
cubriendo el espacio de las diagonales;
sudor y marea
que brama sonora, descuaja y voltea
el barro y la escoria de los pedestales
que ya no soportan
los mitos sangrientos de los capitales.

¿Qué sueñan los hombres? ¿Qué quieren, qué anhelan?
¿Adónde los llevan sus pasos que vuelan?
¿Por qué van cantando la estrofa bravía,
sin mengua ni atajo,
donde se confunde la Soberanía
con las expresiones rudas del Trabajo?

Ya vienen en grupos. Ya crece y avanza
la fiel muchedumbre que llega sin lanza,
sin puños cerrados
y al grito de ¡Patria! dicho con amor,
fornidos y honrados,
las frentes altivas, los pechos sudados,
llenan de alegría la Plaza Mayor.

La plaza, la plaza,
allí donde un día despertó la raza,
se llenó de golpe por encantamiento.

Allí están los hombres, allí los hermanos,
allí el sufrimiento
de miles de cientos
y cientos de miles de manos.

Miradlos, son ellos:
los simples obreros de todas las cosas.
No cantan degüellos
sino victoriosas
palabras que nacen del fondo del pecho,
por las jubilosas
semillas que han hecho
florecer espigas del inmenso erial:
doradas espigas: Trabajo y Derecho,
derecho a la vida, Justicia Social.

¿Quién es que los mueve?
¿Quién los acaudilla
que están en silencio como en la capilla?
¿Quién es el gigante que así determina
la ruta de todos los trabajadores?

Nada más que un hombre de estirpe latina,
el que necesita la Patria Argentina
para sus miserias, para sus dolores.

Ya vienen en grupos; ya no dan abasto
la acera, la fuente, la estatua y el pasto.

Se encienden las luces
y antorchas de fuego giran como bólidos
al aire agitadas por los brazos sólidos
de los que llevaban hasta ayer sus cruces.

(¡Oh Pueblo, mi Pueblo,
mi sangre, mi vida;
qué inmenso escenario para vuestra herida!
Seguidlo a ese Hombre que ya os acompaña
y el llanto de vuestras tristezas restaña).

Ya vienen, ya vienen
del Norte y del Sud,
del Oeste y del Este,
los trabajadores y la juventud
bajo una bandera: la blanca y celeste.

Ya vienen, ya vienen en grupos formados:
Son ellos, los simples obreros honrados,
del hierro y la fragua,
más puros que el viento, más limpios que el agua:
los descamisados.

L.G.


(Enviado por Jorge Karabas)

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