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SOMOS UNA NACIÓN VIEJA - Por Eduardo Juan Salleras


Hemos envejecido
SOMOS UNA NACIÓN VIEJA
Por Eduardo Juan Salleras, 15 de septiembre de 2015.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente


Decidí llamar a un amigo, mayor que yo, pero joven aún.
Me enteré que lo cesantearon en el trabajo después de más de 30 años de profesión impecable.
Lo cité a tomar un café, pienso: algún día me puede tocar a mí una situación similar.

- ¿Cómo te va hermano?

- Muy bien, che.

- Me alegro pero, cuéntame ¿qué pasó con tu trabajo?

- Y, me jubilaron de prepo – se transformó inmediatamente de bien que venía – más de 30 años en la empresa, de golpe y raje, me presentaron a un jovencito, de aspecto blanco transparente, el que venía a ocupar mi lugar. Me dijeron que me quede tranquilo, que me iban a pagar todo, incluso un reconocimiento a mi trayectoria… vaya gratitud, de la noche a la mañana, no servía más, mis conocimientos, mi experiencia, habían caducado… algo parecido al corredor que le cortan las piernas, lo único es que yo, sigo teniéndolas puestas. Fue tan contundente el golpe, que me durmió, quedé mudo, sin reacción. Tal vez lo hayan hecho a propósito así, para lograr éste efecto…

Se hicieron algunos silencios y retomaba la palabra angustiosamente…

- No tenían apuro para que me vaya pero, cuanto antes mejor… Lo más denigrante fue pretender acompañar a mi sustituto a ubicarse en la empresa, asesorándolo un poco, darle algunos consejos… él me miraba con compasión, con una sonrisa forzada en sus labios y moviendo la cabeza suavemente, de arriba a abajo, hasta que en un momento me dijo que todo iba a cambiar a partir de su llegada, o sea, lo que me estaba insinuando es que mi esfuerzo era en vano, nada mío tenía ya utilidad... Tristemente me retiré, no esperé un día más… A la mañana siguiente me presenté a arreglar económicamente mi salida, sin ningún problema, aunque al irme, mientras caminaba por las oficinas, todos, moviendo la cabeza suavemente y con una sonrisa lastimosa, me saludaban, en un gesto misericordioso…

- Che, hermano, qué macana y ¿cómo te sentís ahora?

- ¡Bárbaro!

- Pero, ¿Cómo? ¿Qué cambió?

- Hoy a la mañana, me llamaron para asesorar a una pequeña empresa, mínima… y la verdad es que estoy eufórico, nervioso, ansioso… me llegó en el momento justo…

- Son muy buenos los honorarios entonces…

- No sé, ni hablé de eso…

- No entiendo, ¿qué es lo que te produce tanto contento?

- Vos sabes lo que voy a aprender.

- ¿Cómo? Has manejado una empresa enorme y ahora, en el mismo rubro una diminuta, y dices: ¡Cómo voy a aprender! No te entiendo.

- Mira, siempre hay algo que aprender en el día a día, no sólo en una empresa, la vida nos muestra permanentemente algo distinto, lo podemos tomar y será un aprendizaje, o lo podemos dejar pasar y será un desperdicio.

Me quedé otra vez en silencio dejándolo decir…

- Envejecer, casualmente es dejar de aprender… cuando uno pierde la capacidad de asombro, cree saberlo todo o, y peor aún, no le interesa el conocimiento, ha terminado la función en ésta vida, como ese muchacho blanco transparente que me reemplazo a mí, pobre tipo, se negó a ilustrarse con mi experiencia… la empresa contrató a un viejo para reemplazarme a mí que aún estoy joven…

- Es interesante lo que me dices…

- Es así, no dejes nunca de aprender…

La Argentina, los argentinos, creemos siempre saberlo todo, nos negamos a aceptar el fracaso, acomodándonos de la mejor manera posible en su regazo y los cambios que se pueden hacer para sanar nuestra desgracia y nuestros vicios, los vemos como subversivos que atentan contra una digna ignorancia.

Luego de más de 30 años de democracia ininterrumpida, hemos envejecido las instituciones, al punto de jubilar la república sin al menos haberla vivido.

La experiencia no sirvió de nada y ese joven blanco transparente que promete lo que no cumple, rehúsa de la sabiduría y de la inteligencia, tal vez temiendo verse expuesto en su mediocridad.

Así llegamos, luego de más de tres décadas, habiendo escapado del totalitarismo, a desembocar en un despotismo inaudito, enardecido por el relato, escondiendo detrás de su soberbia la sinrazón y la arbitrariedad.

- La vejez es perder la capacidad de sorprenderse… Sentenció mí amigo.

Me quedé pensando en ello pero, yo le agregaría: Viejo es aquel que ya no es capaz de cambiar.

EJS

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