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LA CASA ABANDONADA - Por Eduardo Juan Salleras


Esa tapera…
LA CASA ABANDONADA
Por Eduardo Juan Salleras, 19 de julio de 2015.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente


En una maravillosa mañana, tomé el camino de tierra, al sur.

Los campos se veían aún blancos por la suave helada pero, el sol del Este pegaba contra la ventana de mi lado en el auto, entibiando. ¡Qué lindo día!

Topé con la vía del ferrocarril, desde luego abandonado hace años. Doblé a la derecha hacia Pichincha, y a los 1000 metros, una leve curva hacia la izquierda me pone de frente algo que siempre estuvo allí y que nunca supe ver. Serán los años, la vida, que da una nueva sensibilidad, tantas veces pasé y no me llamó la atención, diría incluso que no la vi.

Hermosísima la casa abandonada.

Frené, tuve que frenar, algo me decía pará. Bajé de mi auto y me quedé como un bobo, totalmente obnubilado por esa pretérita y abandonada belleza, llena de seducción, con el sólo propósito de imaginarme la vida pasada en aquella casona, hoy en la más absoluta soledad.

Estaba de frente y a la distancia, pudiendo ver aún en pie su galería, la que de un lado parecía caerse, toda encerrada por tranqueras viejas y en desuso, evitando que se ganen los animales adentro y estropear lo que el tiempo y la clausura no pudo.

A pesar de estar así en el desamparo, sus dueños, antes del éxodo, hicieron el esfuerzo de dejarla más o menos acomodada; sus aberturas cerradas con maderas y como dije antes, ponerle un precario obstáculo para que la hacienda no llegue.

En un costado una enorme palmera y otros árboles desnudos y arbustos, algunos secos, otros no, los que en este tiempo, donde las malezas mueren por el invierno y sus heladas, queda todo bastante prolijo.

A la espalda de la casa y compartiendo el mismo techo, está el galpón, en el que la cumbrera llega a su máxima altura. Su puerta cerrada. ¿Qué habrá dentro? ¿Guardará todavía algo esa casa?

Seguí mirando de lejos, no me animé a acercarme, temiendo tal vez en su hechizo, porque, ¿qué hacía yo ahí embelesado observando aquella tapera (1)?

¡Qué amaneceres habrá disfrutado esa familia, la que habitó mientras el hogar tuvo vida! Tanto la galería como todos sus ambientes miran al sol naciente, que casualmente, esa mañana fría, visitaba con todo su esplendor.

Me imagino los niños jugando antes de ir a la escuela, mientras el padre ordeñaba la vaca para llenar cada uno de esos enormes tazones de leche cortada con un poco de café, donde mojar la galleta seca. - ¡A lavarse! ¡Pónganse los delantales y a la escuela!

Noches de farolitos y faroles a querosén. En la cena seguro uno a gas, a bombilla, con un pie alto, iluminando el “sol de noche” y dando calor, mientras se come y se habla en la sobremesa, se escucha el chillar de la madera que se enciende en la cocina a leña, sobre brasas que fueron dejando los marlos, al encenderse.

Los braceros entibiaban los cuartos antes de ocuparlos con los sueños, luego se retiraban, y rápido a las camas con un montón de frazadas por encima, ni asomar la nariz por el frío, que ya para media noche dominaba los ambientes.

Los días transcurrían, como el tiempo y los años, la pelota fue transformándose en el elemento principal de los varones y los vestidos y peinados en las mujeres, que no le hacían asco al trabajo rural.

Una vida sencilla, con poca o nada de tecnología – el televisor blanco y negro con la antena giratoria – una radio, un tocadiscos… porque un día papá compró un generador de luz…

Tal vez fue todo más lento pero, la felicidad era un capital intocable. Se podía vivir con mucho menos, en el fondo se tenía más.

Había un gran respeto por la casa, por el hogar, por la familia. Se consideraba muy bueno el trabajo y lo producido por él. Los niños ya pequeños soñaba con trabajar y las niñas por acompañar como la mami hacía con su marido.

Eran tiempos serios en los cuales se construía para un futuro.

Y los niños se hicieron grandes y se fueron; los viejos se hicieron más viejos y murieron. Uno de los hijos se ocupó de cerrar la casa, no sé si con desprecio o con tristeza. Tal vez, haya preferido no recordar o quizás, no comparar.

Lo cierto es que hoy la casa está definitivamente abandona, está tapera (1)… como tapera está la República en la Argentina.

A aquel lugar no sólo nunca le llegó la civilización sino, fueron perdiendo lo poco que tenía: el ferrocarril, el telégrafo, el almacén… la escuela por vergüenza aún existe, el resto, todo es desolación… como desoladas están las instituciones republicanas en la Argentina.

Miro la casa y ciento curiosamente nostalgia, de algo que nunca viví, de una historia que no me pertenece, sin embargo, me invade la melancolía…

La misma añoranza que siento por la República abandonada… Tapera.

EJS

(1) Tapera se le dice a los ranchos abandonados en medio del campo.

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