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EL DEBER - Por Eduardo Juan Salleras


Revisando libros viejos
EL DEBER
Por Eduardo Juan Salleras, 10 de enero de 2016.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

Heredé de la casa de mis suegros, una serie de viejos libros, a mí me encantan, lo que otros consideran un bulto o una molestia; los colecciono. Son libros sin valor, ni siquiera como edición, probablemente hayan sido económicos ejemplares de tirada popular. Aunque uno de ellos data de 1884: EL DEBER, de Samuel Smiles.

Leyéndolo, apunté una frase… y pensé: ¿sobre éste tema escribí antes? Dudé porque no llevo un orden lógico, tengo la manía de dar por muerto aquel escrito que entregué para publicar.

Samuel Smyle (Escocés/1812-1904) decía: “tanto los de arriba como los de abajo tienen deberes comunes que llenar. Deberes con la consciencia, con la patria y con la sociedad”.

Inmediatamente me llevó a pensar, ¿es acaso igual el deber a la obligación?

El filósofo francés, Julio Simón (1814-1896) en “Le Devoir” dice: “El deber depende de la libertad. Los hombres tienen que ser libres para cumplir con los deberes públicos, lo mismo que para formar su carácter individual… Tienen libertad para pensar; luego pues, deben ser libres para obrar… La tiranía de la multitud es peor, que la tiranía del individuo”.

Pero, ¿es lo mismo el deber a la obligación?

La obligación viene de la norma o de la ley, o sea, se manifiesta de afuera hacia adentro; y está bien.

El deber es al revés, nace en nuestro interior y se desarrolla hacia los demás, o sea, viene de adentro hacia afuera; y está bien.

Julio Simón, cuando se refiere a los deberes públicos lo hace en función de la obligación, la que sería muy difícil de cumplir sin el concepto del deber arraigado en el ciudadano.

Samuel Smiles dice: “hay una palabra más fuerte que la libertad y es la conciencia”.

Yo agregaría: es el suelo donde se cultiva el deber, es la voz del alma.

Sin voluntad hacia el cumplimiento de nuestro compromiso interior, o en su defecto, cuando se acalla la voz de la conciencia, no hay deber alguno que cumplir, ni responsabilidad con uno mismo, menos hacia los demás.

Goethe decía: “El mejor gobierno es el que nos enseña a gobernarnos a nosotros mismos”.

Si no está arraigado el concepto del deber en el individuo, cumplir con la obligatoriedad de las normas pasa a ser una imposición fáctica, la que comúnmente se busca transgredir.

Las sociedades culturalmente transgresoras tienen: o un problema con el deber, o una tradición desencontrada u opuesta a las leyes que las rigen. Tal vez ambas estén relacionadas para que ello ocurra y se sometan a la voluntad de los intereses políticos. No ofrecen ningún control sobre los excesos que traspasan los límites, por ende, esta costumbre termina influyendo en las conductas individuales.

El hombre debe ser una ley en sí mismo.

Si miramos nuestro tiempo, cuales son los temas comunes de la sociedad: el éxito; el sálvese quien pueda; hablamos sólo de derechos o sea, nos miramos el obligo; una buena mentira paga mejor que la verdad…

¿Hemos revisado nuestra escala de valores y qué demanda nuestra conciencia? ¿La escuchamos, sabemos que existe? ¿Qué es para nosotros el deber? ¿Está claro su concepto o lo tenemos en cuenta? ¿Pensamos en ello?

Por ejemplo: el deber de un diputado es el de representar al pueblo que lo elije y no al partido político que lo cobija o al poder que lo seduce. Sin embargo, vemos a diario como el legislador se somete mansamente al mandato del partido o peor aún, al antojo del o de la líder. Ese deber cívico en nuestro país desapareció, como también tal vez, los deberes individuales de las personas y de los ciudadanos, por miedo o por reverencia al sistema.

La conciencia es la que libera al hombre de sus pasiones.

No tiene ningún mérito la vida sino está destinada a cumplir con el deber, para ello hay que tener voluntad y tener abierto el canal de comunicación con la conciencia. ¿Hoy estamos preparados para ello? ¿Soportaríamos el peso de la verdad que nos marca y nos exige la infalible voz del alma? ¿O será mejor bajar la persiana y rendirnos a los instintos?

La conciencia y el deber, más la voluntad de desempeñarlo, hacen a la conducta de las personas. Platón dividió las virtudes cardinales en: Prudencia y sabiduría; valor, constancia y fortaleza; templanza, discreción y dominio sobre sí mismo; justicia y rectitud. Tener en cuenta estos 4 puntos, es un precepto básico para distinguir el deber a cumplir.

“El campo del deber está fuera de la línea de la literatura y de los libros. Los hombres son seres sociales más aún que criaturas intelectuales”.

El deber entonces, se gesta en el hogar, en la tradición. Viene desde antes, tal vez retocado por la modernidad pero nunca sustituido por ella. El problema actual es el vago concepto que hay sobre la familia (la autoridad paterna), a partir del poco valor que se le da a ella como cimiento de una sociedad o de una nación. La tendencia de que el hombre pertenece primero al Estado que a la familia hizo desaparecer los principios del deber individual, para cumplir con las obligaciones que impone desde afuera las reglas. Thoreau – el americano – dijo que “la libertad moderna es tan sólo el cambio de la esclavitud del feudalismo, por la esclavitud del relato”.

En definitiva, la conciencia es la voz del alma, es la que propone - no impone - a la conducta individual sobre lo que es justo y prohíbe lo que considera injusto.

El deber, es la acción moral de cumplir con nuestra conciencia.

“La mejor clase de deber se realiza en secreto, y fuera de la vista de los hombres. Allí efectúa su obra consagrada y noblemente. No sigue la rutina de la moralidad de formas convencionales de la sociedad. No se pregona a sí misma. Adopta un credo más amplio y un código más elevado”. Samuel Smiles.

EJS

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