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TIEMPOS VIOLENTOS, TARDES APACIBLES - Por Eduardo Juan Salleras


Si pudiéramos volver el tiempo atrás
TIEMPOS VIOLENTOS, TARDES APACIBLES

Por Eduardo Juan Salleras, 2 de mayo de 2015.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

En un otoño muy húmedo, se espera con lógica, el comienzo del tiempo frio y seco, típico del invierno.

Sin embargo, los días de calor persisten, los insectos del verano sobreviven al cambio de temporada y a los días más cortos; el barro es una constante, fango en todas partes, espejos de agua que a la sombra no se resumen; y calzado con las incómodas botas de goma todo el día.

Por esas cosas tuve que volver a la actividad quesera - ¿por qué será? - siempre en este tiempo me ocurre tener que ocuparme en trabajar la leche personalmente, en busca de ese producto sublime que es el queso.

Preparé la leña el día anterior, armando correctamente el fogón para encenderlo bien temprano a la mañana siguiente.

En una semana muy lluviosa, las ramas secas se humedecen, pero con tiempo y eligiendo, escogí para el inicio, las más crujientes.

Bastante papel de diario abajo; un poco de gasoil para que agarre el fuego y listo.

No obstante: “el hombre propone y Dios, dispone”, llovió toda la noche, como si no lo hubiera hecho en meses, y suele ocurrir el oportuno corte de luz, en una tormentosa oscuridad, plagada de efectos eléctricos.

Volvió la corriente a la mañana, para nosotros tarde, corriendo en horas la rutina, pero bueno, cada uno a sus tareas rapidito.

El sol se impuso por fin al gris, desplazando el viento sur las nubes, dejándose así ver el sol.

Refrescó bastante, ilusionado para que este tiempo aguante.

Pasando un día arduo de trabajo, a la tardecita, con las botas de gomas puestas, fui caminando a cerrar la tranquera de la calle con candado, distante mil metros de las casas, rutina que debemos tomar por precaución, debido a la modernidad de estos procesos en los que ha entrado la humanidad, en especial, América Latina y particularmente, la Argentina. Vivimos encerrados las personas comunes, de trabajo, y los delincuentes sueltos, amparados por la ley y custodiados por las fuerzas de seguridad.

Es que tuvimos un pequeño hecho de rapiña, de esos que ofenden más que el daño material logrado.

El encontrar una ventana abierta y faltarme seis maravillosos quesos con ojos, - de ocho kilos cada uno - de diecisiete que tenía, me hizo sentir muy mal. Estamos en medio del campo, a más de 20 km del pueblo más cerca, ¿quién pudo ofenderme tanto? Me los hubieran pedido… pero, parece que robados gozan de otro sabor, el gusto picante de lo prohibido… la audacia del cobarde que ni agallas tiene para trabajar y ganarse el pan… aunque nadie roba para comer. Si bien eran formidables quesos los que se llevaron, el fin fue hacer daño o el desafío es quebrantar las leyes, es provocar a la sociedad, en un claro mensaje a ella: estás sola y desamparada.

Como solemos decir: no hay que bajar los brazos, menos en una actividad tan dinámica como la producción lechera, que no descansa nunca porque las vacas dan leche todos los días, debiendo extraérsela dos veces por jornada, y cuando la producción es tan pequeña, hay que procesarla sí o sí, porque nadie viene a buscar tan poca cantidad, más aún en estos tiempos en los que he quedado solo en la zona ordeñando.

Recuerdo que, hace 40 años atrás, cuando dejé la comodidad de Buenos Aires para venir a radicarme al campo, un lugar mucho menos tecnificado por aquel entonces, sin energía eléctrica pero, con gente, no había que hacer más de dos mil metros para encontrar una casa habitada. En esa población, hoy fantasma, casi todos eran tamberos (productores de leche), tan pequeños como lo soy hoy yo, y pasaban a diario, hasta 5 camiones a retirar la producción, de distintas fábricas, y a competir por nuestros esfuerzos. Hace ya un buen tiempo que no pasa ninguno.

Volviendo entonces a casa luego de encerrarme detrás de cadenas y candados, me senté en el tronco de un árbol seco y caído a mitad del boulevard, a descansar la cintura, la que me tiene a mal traer, mirando al sur. Ahí veía con placer el sol de la tarde que se va, iluminando el campo antes del anochecer.

¡Pucha! ¡Qué lindo! Pensé. Lástima las cadenas, lástima los candados… lástima que hemos arruinado un país maravilloso.

Es tanto el mal permitido, tan liviana como irresponsables las conductas, aceptando o tolerando lo imposible en otro tiempo, excusándonos en el término modernidad, que hoy, inexplicablemente debo encadenarme con candado para sentirme seguro. Y no es nada lo mío.

En tiempos electorales, los candidatos, simulan estar preocupados por el medio ambiente nocivo creado en la última década (prostitución, trata de blancas, narcotráfico, asesinatos, muerte, desprecio por la vida…). Sin embargo, luego de fingir ante la sociedad, especialmente el oficialismo, ya sea en su versión esquizofrénica o dormida, todos pretenden sólo el poder, conservarlo u obtenerlo a cualquier precio, ignorando escrúpulos, sin mediar una idea que nos devuelva a la gente común, de trabajo, de esfuerzo, de compromiso con el fisco al que le pagamos religiosamente el arrebato impositivo, aquel país, que el relato disfrazó con astucia como nefasto, tejiéndole a la sociedad una trampa de la que no sabe ni puede salir.

La parálisis cívica es tremenda…

Mejor disfruto de esta tarde maravillosa de viento sur, en la que el sol ilumina, casi al ras del suelo, el campo.

EJS

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