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A PESAR DE TODO… EL OTOÑO - Por Eduardo Juan Salleras


A PESAR DE TODO… EL OTOÑO
Por Eduardo Juan Salleras, 28 de marzo de 2015.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

Los días de calor parecen estar terminando.
¡Adiós al verano…!

Cumpliendo a la perfección con el mandato celestial, para esta fecha en la Argentina, comenzó el otoño sin ningún atenuante.

Si bien es tan solo el inicio de una etapa que particularmente me gusta mucho, y disfruto, ha cambiado ya mi ritmo de vida.

Los colores del otoño distan mucho de aquella gama de pigmentos fuertes y vivos de la primavera pero, las tonalidades de aquella vegetación de hojas caducas, el suelo comenzando a cubrirse de ellas, los verdes, amarillos, naranjas y marrones de los follajes de árboles que comienzan a desnudar, a hibernar, a descansar por los próximos 6 meses.

El otoño es húmedo y mejor que sea así. Las lluvias en este tiempo son la reserva de humedad para el resto del año. Los fríos posteriores evitan la evaporación de los suelos, almacenando en la tierra el agua necesaria para lo que se vendrá.

Se reniega un poco con los barros y las veredas que parecen no secarse nunca, incluso por momentos la casa; será tiempo entonces de iniciar los rituales del fuego, encender las estufas, en mi caso, todo a leña. Tiene su trabajo… y su encanto, para secar el ambiente.

La hacienda está más tranquila, refresca y disminuyen los insectos, aunque los barriales que permanecen a la sombra no secan y hay veces que es inevitable esquivarlos con el paso de los animales, embarrando sus patas.

Algunos ya empezaron a cosechar y a disipar todas las dudas sobre el rendimiento de sus esfuerzos realizados durante tanto tiempo, un semestre de inversiones, de trabajos, de cuidados, de incertidumbres. Los gringos hacen sonar sus máquinas cosechadoras y las tolvas a llenarse de granos, mientras el colono comienza a sacar cuentas de su riqueza o de su desgracia.

La zafra pinta buena en rendimientos, salvo aquellos campos que otra vez, en tiempo reciente, fueron cubiertos por el agua y las pérdidas que ella, que es toda vida, produce ante la desidia humana o los caprichos del clima y los burócratas.

Los que no somos agricultores nuestra actividad es continua, no vivimos emociones violentas, más bien parejas, especialmente los lecheros que desde hace años nuestra desdicha no está en la meteorología, ni en los vaivenes que ella ocasiona, sino en los dioses de barro que ocupan el Estado de donde dicen que gobiernan, cuando tan sólo desde allí mandan. Y así llevamos varios años de precios cuidados – congelados – de nuestra producción, mientras la inflación se ha comido hasta nuestros sueños… muchos, hartos, han abandonado la actividad. Ya casi no existen pequeños productores lecheros, los que seguimos en pie lo hacemos con mucho sufrimiento, viendo cómo pasa el tiempo, los años se nos vienen encima, sin pertenecer a nada, desde hace doce años que hemos sido expulsados de la ciudadanía argentina y condenados al ostracismo.

Contentos probablemente allá arriba…

Entre tanto el otoño avanza pero, recién comienza.

Hay que pensar en los tres meses que quedan por delante y los otros que vienen a continuación: el invierno.

Es tiempo de juntar leña de todo tipo, fina: para iniciar; mediana para hacer llama; gruesa para mantener y que dure.

Si sabré de eso, 40 años llevo haciéndolo, inclusive inventando soluciones nuevas, a veces mágicas que terminan mal y otras, con aciertos.

Entre todas ellas el éxito que más perdura es el tambor de 200 litros – aquellos panzones de aceite de YPF con chapa galvanizada gruesa– transformado en hogar y que reemplaza a aquel poco económico “Eskabe” a querosén, el que hoy sería imposible de mantener por el costo del combustible.

A ese tambor le puse patas, le abrí una boca a unos 15 cm de su base, y en ese zócalo, el cajoncito de limpieza de las cenizas y por donde entra el aire – abriendo y cerrando se controla la llama y el calor – por encima una chapa gruesa con agujeros que permita airear el fuego y donde se apoya la leña; de la mitad para arriba el pulmón evitando que salga humo para afuera. Desde ya, con la chapa que cortamos en el frente para hacer la boca, se hace una puerta, y una vez cargado bien el tambor, especialmente por la noche antes de irnos a dormir, la cerramos, quedando todo en su interior bajo control. Tan bien funcionó esto que cuando voy a los remates de cosas usadas – particularmente a lo de Leo – si hay algún barril de estos o parecido, lo compro, para cuando envejezca el mío o para regalar a algún amigo con la idea incluida.

En un tiempo tuvimos cocina económica, esas de fundición y a leña. Tuve la feliz idea de mandarla a reparar un verano al herrero y terminó inútil para siempre. Hoy ya no tendría lugar donde ubicarla, una lástima porque hasta agua caliente teníamos con ella.

Bueno, ¿Será cuestión de sobrevivir?

En la Argentina de hoy está prohibido hablar de pálidas… quizás sea saludable.

Una vez se me ocurrió decirle a alguien: Si económicamente estás mal, simula estar bien sino nadie te presta; y si estás bien aparenta estar mal sino todos te piden.

El Estado te pide aunque estés mal, sabiendo que no finges, porque conoce de tu esfuerzo por no caer, por seguir a pesar de las vicisitudes y las trabas.

Porque ser productor, y de los pequeños especialmente, es sinónimo de obstinación.

Es la tierra, la naturaleza, la que nos hechiza o nos deslumbra. Siempre nos ilusiona: el día de mañana, nos enamora el amanecer y el crepúsculo. Nos seduce la lluvia y una nueva campaña… para los lecheros el próximo ordeñe.

Nos maravillan los resultados de la producción, la voluntad de los animales, la fertilidad de la tierra. No escatimamos energía para seguir adelante.

Y yo estoy ahí, pertenezco a esa especie, que a pesar de la derrota cree siempre en el triunfo que viene… vaya a saber por qué.

A pesar del esfuerzo que hace el gobierno con quedarse con una buena parte de mi vida, reconozco que todavía puedo seguir siendo feliz en las grandes cosas y en las pequeñas, como disfrutando de éste maravilloso otoño que comienza.

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