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ENTREVISTA: Tomás Eloy Martínez - Escritor

Realizada por MIGEL MORA - Madrid
EL PAÍS - Cultura - 08-11-2002
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No es frecuente encontrar a un conversador como Tomás Eloy Martínez. Te envuelve en su red de palabras y no hay forma de escaparse. Lo sigues absorto, y basta. Más o menos lo mismo pasa leyendo Santa Evita, esa novela mito que suma y trasciende los influjos de su protagonista y de su autor y te atrapa desde el primer párrafo. Martínez dice que 'la literatura es un juego entre verdad y mentira, y que lo importante no es qué es verdad o mentira, lo importante es el juego'. Y eso hizo Santa Evita: lo que era mentira antes de que se publicara la novela, en 1995, se convirtió en verdad, y lo que era verdad se volvió mentira. Mentiras o verdades en todo caso irresistibles: el libro se ha publicado ya en al menos 35 países, ha seducido a cientos de miles de lectores y amenaza claramente con seguir ejerciendo su poder más allá del tiempo, de su autor y quizá de su protagonista.

Pregunta. O sea, que 50 años después Evita vuelve a resucitar.

Respuesta. Ella resucita siempre, no deja de resucitar. Es una novela que tiene una historia extraña. Debí haberla empezado en 1989 o 1990, cuando se me presentaron tres militares diciéndome que ellos conocían la verdad sobre el cadáver de Evita. Y ese episodio, que se cuenta en el capítulo final, es lo único cierto de toda la novela. En aquel momento había gran polémica con los historiadores argentinos por mi libro anterior, La novela de Perón, que suscitó el debate sobre el derecho de los novelistas a modificar la historia oficial. Así que, antes de ponerme con Evita, escribí una novela lírica, La mano del amo. Abrió un hiato, los desconcertó, me convenció de que era capaz de la diversidad y de que no me iba a convertir inmediatamente en peronólogo. Pero después volvió el juego: detecté puntos oscuros en la historia de Evita, y se me ocurrió que, como la novela es un género impuro por naturaleza, podía invertir la técnica de la non-fiction de los años sesenta, de Capote, Mailer o Gabo en Historia de un náufrago, y narrar una historia ficticia con las técnicas del periodismo. La sorpresa fue que la gente se lo tomó en serio, se creyó que todo era verdadero. Y la novela tuvo una vida poderosa, salvo en España, donde pasó casi inadvertida por razones que áun no se han podido descifrar.

P. ¿Y sabe que se le recordará por esa novela, aunque escribiera otro Quijote?

R. Lo sé. Son maldiciones que uno tiene. Como Gabo no se ha podido quitar la de Cien años de soledad.

P. ¿Tenía conciencia de eso cuando la escribía?

R. Para nada. Me tomé un año sabático para escribirla. Mi mujer me mantenía con sus clases, lo llamó 'la beca Santa Evita'. Estábamos llenos de deudas, debíamos 10.000 dólares al editor de Seix Barral, y cuando terminé, dijimos: 'Si al menos nos alcanzara para pagar...'. No sabía... Escribes en definitiva para ti mismo, no para el lector, para encontrarte contigo mismo, como un modo de reconocerte en lo que desconoces. La escritura es un juego en el que apuestas por el descubrimiento de la vida que hay en ti y no sabes que está ahí.

P. ¿Y qué es lo que encontró en las peripecias de un cadáver?

R. Una parte resultó ser la necrofilia de la tradición argentina, que afloró en la novela y empezó a verse como un elemento sustancial del país. El cadáver ambulante de Evita, la pasión por su momia, era a la vez un síntoma de la melancolía por la grandeza perdida y un símbolo: el de la primera desaparecida. Evita fue la primera desaparecida.

P. Además de populista, trepa, diosa, benefactora...

R. Yo, que me empapé todos los documentales en que salió, aún no tengo una visión unívoca. Era un ser complejo, una mezcla de intolerancia, fanatismo, violencia verbal, ternura y flaqueza femenina, capaz de un pensamiento muy autoritario y de mucha compasión a la vez. Y muy sincera... Felizmente para la novela, porque los personajes de una pieza son un fracaso absoluto. Ella incluso muerta era capaz de desatar el amor y la tragedia. El coronel que custodió la momia se enamoró perdidamente de ella.

P. ¿Y usted, sufrió maldiciones?

R. Desde que acabé la novela me sucedieron todo tipo de desgracias, a mí y a mi familia. La gente dijo que era culpa suya. Yo también lo pensé, pero pude pagar mis deudas y comprarme una casa. Luego, el premio a El vuelo de la reina lo exorcizó todo.

P. ¿A qué género pertenece Santa Evita? ¿Histórico, de tirano...?

R. ¿De tirano? Completamente distante. El otoño del patriarca; Yo, el supremo y Terra nostra cuestionaron el poder de la historia para dictar la verdad y reivindicaron el poder del relato para alzarse contra la escritura del poder. Ahí vimos que en el duelo historia-ficción siempre gana la ficción, lo que viene después. La fiesta del chivo o La novela de Perón ya no se basan en ese alzamiento, sino en la visión de la historia como un tejido complejo que mezcla la vida de los pueblos y la recreación del poder como tejido cultural. Santa Evita deja de ser reconstrucción para ser transfiguración: no reconstruye, aunque tenga detrás mucha investigación. Es invención, fábula, exige que la novela tenga carta de naturaleza para mentir. La fatalidad es que luego nadie cree que sea mentira, aunque uno se empeñe en decirlo.

P. Lo mismo, al revés, le pasa a su amigo García Márquez con sus memorias. Usted mismo ha escrito que son su mejor novela.

R. Él jura que todo es verdad, y dice que la verdad es lo que él recuerda, lo cual es un guiño que no garantiza nada. Ha construido una formidable novela con su vida, que además cuenta la historia de Colombia como ningún libro de historia. El relato del Bogotazo es lo mejor que se ha escrito sobre eso. La novela (o las memorias) reivindica además una cosa muy importante, la sustancia periodística de todas las grandes ficciones latinoamericanas. No hay ningún escritor latinoamericano, ni el poeta más difícil como César Vallejo u Octavio Paz, que no haya sido un gran periodista al mismo tiempo.

P. ¿Fue ésa la fórmula mágica del boom: periodismo + mentiras?

R. Bueno, no hay que olvidar que el boom viene de la tradición del XIX: las novelas se publicaban en los periódicos en forma de folletín. Mientras Austen, Balzac, Dostoievski iban haciendo su registro fotográfico de la realidad, la novela iba ciñéndose al entramado entre la experiencia real y la imaginación de lo posible. Las obras capitales del boom son construcciones literarias, pero leyendo Vivir para contarla te das cuenta de cuánto registro real había en Cien años de soledad. Transfigurado por el lenguaje, eso produjo el éxito instantáneo de Gabo: todo el mundo, desde el Caribe al Cono Sur, había conocido a alguien parecido al Coronel Buendía. Eso sorprendió mucho a Bioy: él había aprendido la realidad en sus lecturas anglosajonas.

P. ¿Qué fue de los grasitas de Evita Perón, de sus desheredados?

R. Han perdido la voz, toda sombra protectora del poder. El peronismo, tras Menem y López Rega, es sólo un fermento de corrupción. Argentina yace en ruinas porque nadie ve el modo de encauzar las pulsiones de los pobres. El país está en manos de una clase rapaz e incompetente. Y, mientras, la cultura argentina está más viva que nunca. Pero no hay diálogo posible con el poder. Cuando el poder es sordo y analfabeto, la palabra no tienen ningún eco.

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