Por estos días estuve pensando en la tradicional apatía del paraguayo. No le empuja al coraje la realidad lastimosa de tantos individuos que son víctimas de la violencia callejera. Sí, es cierto que a través de las redes sociales se autoconvocaron cientos de personas para exigir a las autoridades que se ponga fin a tanta persistencia delictiva. En esa manifestación debía estar presente el Paraguay. Y no fue así. Resulta que los indiferentes creen que los problemas económicos y la delincuencia no tocarán, al menos por el momento, sus vidas. O caen en la cuenta de que el país está atravesando por graves problemas, pero la apatía, la incapacidad para reaccionar ante un estado de cosas que sofoca al pueblo, puede más que su conciencia, y así, sabiendo que obra mal al no involucrarse con nuestra realidad social de ribetes trágicos, prefiere estar del lado de la sombra. “Total, que luchen y griten por sus derechos, que suden bajo el Sol clamando justicia para sus muertos los otros, pues alguien les hará caso. ¿Para qué sumarme yo a sus marchas?”, piensa el apático.
Ah..., los indiferentes ponen un tropiezo y caída fatal, en tantas oportunidades, a nuestro diario accionar en busca de una sociedad con más margen de luz y de dignidad.
Ellos son el enorme, inusitado, imposible, imprevisto zapallo con el que tropiezas en la vía pública una y otra vez, así te des o no cuenta. O el caballo desbocado que te sale al paso, y te voltea, dejando cardenales en tu cuerpo lastimado por el impacto de los cascos. Abundan los indiferentes. Conforman otro pueblo.
Gran impedimento, de hecho, dan a los que pretendemos por todos los cauces revertir este estado de miseria, de drogadicción y de delincuencia.
Haga memoria, lector, y recuerde a quienes se pasan quejándose de la inseguridad (el plagueo es gratuito, pues), y lamentan cuán mal les va a los chicos quienes en plena vía pública consumen crack, mas no tienen la menor voluntad para ser parte de la solución.
Hay indiferentes que son un verdadero castigo nacional. Y otros que, maniatados por un estado de ignorancia de lesa humanidad (la ignorancia es el origen de todos los males), no comprenden, ni comprenderán qué está ocurriendo en nuestra sociedad. Los apáticos están escribiendo, con sus vidas apagadas, un odioso libro que todos leemos en los ojos tristes y desesperanzados de los jóvenes y los niños privados de pan y de perspectivas de una existencia digna.
Aquí viene al grano el breve sermón de Martin Niemöller, si bien está dirigido a los individuos que no ofrecen resistencia a las tiranías cuando estas empiezan a incubarse.
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.
Delfina Acosta
Asunción del Paraguay
29 de Agosto de 2011
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