REELECCIÓN INDEFINIDA
Por Eduardo Juan Salleras 10/10/2011
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Cuando se busca la permanencia ilimitada en el poder, nos conduce a un concepto vago, confuso, incierto, de los alcances de ese gobierno, el que indefectiblemente pretende el absolutismo.
De hecho se practica, especialmente en la competencia electoral, con una desproporción escandalosa en el uso de los dineros públicos para hacer campaña. No hablo únicamente de los gastos en propagandas, sino de los que se utiliza como dádivas proselitistas, o en inauguraciones de obras inconclusas, o de otorgamientos de créditos para fábricas vacías, y demás.
La pobreza correrá entonces, detrás del carruaje monárquico en procura de conseguir algún sustento antes que acabe la fiesta. Y quedan pocos días.
El cofre de las promesas desborda y el único que puede prometer convites es el oficialismo porque tiene la caja; en realidad nadie sabe cuánto hay en ella. Pero para ofrecimientos alcanza.
Y el oficialismo habla de modelo, como si tuviera algo que ver con el precio internacional de la soja, cuando es sólo maná que brota en el desierto, en una tierra desolada de reglas, de leyes, de instituciones; de condiciones básicas para el desarrollo de una república.
Y la oposición promete castigo a los culpables, sin recabar que es el mismo electorado cómplice de la barbarie moral, porque dicen que no le interesa la corrupción, ni que le maten a los suyos, ni que la droga se reparta como golosinas por las calles, ni que se roben niños y jóvenes para prostituirlos.
Tampoco parece que le interesa a los votantes la suma del poder público y el peso que pretenden ejercer sobre quienes no piensan como ellos o que se interponen a sus antojos utilizando sicarios judiciales.
Los ciudadanos solamente miran las figuritas en los votos, sin importarles si hay independencia o no de los otros poderes del Estado que conforman el sistema republicano; sin asquearse cuando un dirigente se muestra jugando a la rayuela, saltando de casilla en casilla, buscando una, en la que le den asilo de riqueza e impunidad. Como tampoco reacciona ante la circunstancia que un juez reciba todas las causas que comprometen al poder, haciéndolas vegetar en el tiempo, esperando el momento político de resolverlas, o no.
Dicen que al electorado no le interesa el país sino su bolsillo y su condición social: a los industriales, protección; a los agropecuarios, el precio de la soja; a los prestadores de servicios, los subsidios; y a algunos idiotas que no reciben nada, viven obnubilados con el resplandor de su señorío, de su histeria y de su arbitrariedad.
Todo nos conduce indefectiblemente hacia un totalitarismo, con el agravante que muchos de los candidatos opositores, llegan a las elecciones destrozados anímicamente porque no ven la forma de controlar los excesos políticos del oficialismo y de que manera ponerle límites al despotismo que se viene.
Y como siempre pasa, hay que esperar un diluvio para que Dios ahogue a los cretinos y salve a los limpios. En la antigüedad llovía, en la actualidad, esa catástrofe la produce la economía y sus repercusiones sociales, llámense cacerolazos o indignados, los que salen a la calle a pedir que se vayan todos, para que no se vaya ninguno, sin darse cuenta que el problema de fondo está en la crisis de funcionamiento de las instituciones republicanas. Nunca la democracia directa, que venden los populistas, cumplirá la función de una república, y sólo ella garantizará la estabilidad social y política.
Cuando la gente debe expresar públicamente su descontento o pedir justicia, es porque el inútil o sinvergüenza de su representante en el Estado, legislador o magistrado, se regaló o se vendió al poder hegemónico, por miedo o porque ve mayores réditos en él, que en el pueblo.
No se vislumbran corrientes frescas que alivien el futuro, porque todos hablan en el mismo idioma. La nueva sangre se impresiona con la ilegalidad, los privilegios y el libertinaje.
Nada impedirá que el modelo tome lo que quiera, no sólo lo que necesita, sino todo, eso es el peligro del totalitarismo. Excepto que la ciudadanía antes logre curar la infección echando mano al Congreso, equilibrando fuerzas, en particular eligiendo a aquellos que representen fielmente a la República y al pueblo que lo elige.
Esto vale para cualquiera que aspire gobernar dentro de los cánones constitucionales, no para los que pretenden ser los dueños de todo, bastardeando a las instituciones y a los ciudadanos que no le son afines, conduciendo esta locura hegemónica hacia una tiranía disfrazada de populismo, un lobo con piel de cordero.
Debemos poner límites y terminar con esta pantagruélica vida política.
ejs
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