Según el diagnóstico establecido en las redacciones de los medios de comunicación dominante, los previsibles resultados de la elección del próximo domingo obedecen a dos causas excluyentes: la situación económico-social favorable y la carencia de una oposición unificada y creíble. Ambas cuestiones aparecen como si pertenecieran al reino de la naturaleza y no tuvieran ligazón alguna con la política.
La situación económica influye sensiblemente en la definición del voto. La oposición carece de liderazgos y de propuestas alternativas.
Pero el registro de estas realidades no debería ocultar otros fenómenos que se han desarrollado en la sociedad en los dos últimos años ni la ligazón que éstos tienen con la situación mundial.
Los sondeos de opinión indican que una mayoría de la población no se limita a expresar su apoyo a las políticas públicas del Gobierno sino que se pronuncia favorablemente sobre cuestiones neurálgicas de la actual orientación, tales como la intervención del Estado en la economía (incluyendo la tan discutida participación de la representación de Anses en el directorio de las empresas privadas en las que tiene acciones), la no criminalización de la protesta social y la prioridad que la política internacional asigna a las relaciones con los países de nuestra región.
Está claro que no puede asumirse que se trata de un estado de la opinión sólido y estabilizado y debe reconocerse que tales inclinaciones mayoritarias están muy asociadas a la sensación de mejora en las condiciones sociales de vida. Aun así, no se puede hacer política sin hacerse cargo de ese estado de ánimo social.
La constelación opositora está a punto de sufrir una debacle electoral. Puede preverse un irreversible ocaso para buena parte de quienes la expresaron en este proceso político e, incluso, es muy probable una reconfiguración del mapa partidario con posterioridad a la elección. No habrá un peronismo “disidente”, si llamamos así a fuerzas y dirigentes con alguna relevancia que decidan seguir jugando sus fichas fuera del peronismo “realmente existente” que es el que hoy lidera en forma indiscutible Cristina Kirchner y en un tiempo más será el terreno central de la disputa política en la Argentina.
El radicalismo estará en una encrucijada decisiva después del fracaso de su estrategia electoral. La centroderecha macrista –sin duda, la oposición que queda más fortalecida– tendrá que asumir que la construcción de una amplia coalición federal con el peronismo opuesto al Gobierno no atravesará sus mejores momentos en la etapa que se abre. La alianza que rodea a Hermes Binner ha tenido un exitoso debut electoral, más asentado en la moderación discursiva que en su perfil de centroizquierda, ocupando así un lugar que fue característico de la UCR. Todo indica que haberse corrido del grupo A fue su principal herramienta de crecimiento.
La cuestión principal, sin embargo, no son los guarismos electorales, a pesar de la contundencia que previsiblemente exhibirán. El temario de un hipotético debate postelectoral en las filas de la oposición debería plantearse algunos interrogantes más profundos.
En primer lugar aparece la cuestión del tipo de confrontación política planteado, particularmente desde el conflicto agrario de 2008. Lo que estuvo en el centro, más que el juicio sobre tal o cual medida política, fue la legitimidad política del gobierno de Cristina Kirchner. La oposición hizo política durante este período convencida –e intentando convencer– de que el rumbo asumido por el Gobierno no tenía viabilidad política en la Argentina. No hablamos de la legitimidad de origen o de procedimientos en el ejercicio del gobierno; nos referimos a un tipo de legitimidad inscripto en la historia de la democracia argentina recuperada en 1983.
A ese principio constitucional no escrito que prescribe la imposibilidad de asumir desde el gobierno una conducta enfrentada con los pilares emblemáticos del poder real en la Argentina. Desde la experiencia del gobierno de Alfonsín, y sus intentos reformistas del balance de poder en la Argentina, funciona esa regla informal que sostiene que contra la Sociedad Rural, los monopolios mediáticos, la cúpula católica y los defensores civiles y militares de la última dictadura no se puede gobernar este país.
Desde el invierno de 2008 hasta el de 2009 parecía que la sanción contra la transgresión de esa regla no escrita era inexorable; hasta se alardeó obscenamente con ella en la infausta conversación televisiva entre Biolcati y Grondona. Después de la elección del próximo domingo es pensable que ese cuestionamiento a la legitimidad del Gobierno se haya cerrado, por lo menos provisoriamente. Ese hecho puede generar la tendencia a un debate político de mejor calidad en el que las descalificaciones existenciales y definitivas dejen paso a la discusión de propuestas menos polarizadas.
La segunda cuestión que bien podría ser sometida al análisis crítico es lo que podría llamarse “el mundo en que viven las oposiciones”. Desde 2003 hasta aquí se enjuició a los gobiernos kirchneristas, sobre la base de contrastar sus acciones y discursos con lo que ocurría en “el mundo”, especialmente en los “países serios”. La argumentación opositora sostenía que el país marchaba en una dirección antagónica a la de los países exitosos del mundo. La intervención del Estado era una antigüedad propia del mundo anterior a la globalización. La redistribución del ingreso era una fórmula voluntarista históricamente fracasada.
El fomento de la demanda interna y la promoción de las pequeñas y medianas empresas eran mitos populistas. Las convenciones colectivas de trabajo y el Consejo del Salario Mínimo eran concesiones a un sindicalismo decadente y fuera de época. El mundo que miraba la oposición fue mutando sin que el cambio fuera correctamente registrado. Desde hace tres años, el contexto mundial es la crisis. Una crisis que empezó siendo financiera, hoy es económica y, en muchos países, ha iniciado el tránsito hacia una crisis social de consecuencias imprevisibles. El trasfondo de la crisis es la obstinada aplicación de las mismas fórmulas económicas que condicionaron el desastre argentino de hace diez años. Los cuestionamientos al neoliberalismo no vienen exclusivamente de las izquierdas sino que abarcan a un considerable y prestigioso elenco de analistas, algunos de los cuales ocuparon cargos importantes en los organismos internacionales de crédito.
La región, y nuestro país como parte de ella, conforman una de las regiones del mundo más dinámicas por su crecimiento económico de estos años, lo que no la pone a salvo de los efectos de la crisis exógena, pero señala una diferencia en el pensamiento estratégico sobre la economía del mundo. Las oposiciones siguieron, durante todo este proceso, hablando de la necesidad de separarnos de Venezuela y acercarnos a los países desarrollados; batieron el parche del aislamiento argentino, mientras nuestro país desarrollaba un activismo internacional casi sin precedentes: Secretaría General de la Unasur, presidencia del Grupo 77 más China, participación en el G-20 en articulación con Brasil, contribución al fortalecimiento del Mercosur. La política argentina en su conjunto debe revisar un guión que corresponde más a la época de oro del liberalismo que a la de su más profunda crisis.
Por último, en este esquema aproximativo de un hipotético debate en las oposiciones, hay que hacer mención al problema de la autodeterminación política respecto a los medios de comunicación dominante. No se trata, ciertamente, de abandonar o subestimar la importancia de los medios como territorio obligado de la disputa política. Ese es un proceso que atraviesa el mundo y no una especificidad argentina. Pero en nuestro país, a partir de la crisis de 2001 y la profunda brecha abierta entre partidos políticos y sociedad, los medios han dejado de ser “arena” de la competencia política para convertirse en árbitros decisivos.
Durante el período que va de marzo de 2008 hasta nuestros días, las fuerzas de oposición han adoptado incondicionalmente una matriz mediático-céntrica: sus tácticas y sus mensajes no se construyen en sedes partidarias sino que se organizan en torno de la agenda que construyen los principales medios, rabiosamente enfrentados como están con el gobierno nacional. Lo que fue una actitud promisoria en 2008, cuando la figura de Cobos fue vertiginosamente proyectada al primer plano de la política, pasó a ser la clave del derrumbe de estos días. Más de un importante actor político-televisivo ha quedado, en estos días, al costado del escenario central.
El reconocimiento de estas cuestiones no haría a los opositores más kirchneristas. Por el contrario los pondría en mejores condiciones para una disputa hegemónica que con las actuales armas conceptuales no están en condiciones de librar.
Frente Tranversal Nacional y Popular
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