La lista de los limones exprimidos es larga: el panameño Noriega, agente de la CIA convertido en un estorbo, se salvó del bombardeo a Panamá que buscaba asesinarlo y jamás fue presentado en un tribunal creíble. Saddam Hussein, agente de Estados Unidos durante la larga guerra de ocho años contra los kurdos y contra Irán, tuvo sí un proceso ante un tribunal, pero compuesto por sirvientes y verdugos, nada trascendió de su defensa política y terminó ahorcado de modo infamante. Bin Laden, agente de la CIA junto con los talibanes durante toda la guerra en Afganistán contra la invasión soviética y socio del presidente George Bush en la industria petrolera, fue asesinado desarmado en una gran operación gangsteril y arrojado después al mar para que no hablase en un proceso y para que ni siquiera su tumba pudiese servir como punto de reunión a todos los que en Pakistán y Afganistán repudian el colonialismo de los criminales imperialistas. Ahora los imperialistas franco-anglo-estadounidenses acaban de utilizar la barbarie y el odio intertribal para desembarazarse de Kadafi que, como prisionero, era para ellos un peligro. El nuevo gobierno libio que surgirá después de una lucha feroz entre los diversos clanes e intereses que integran el actual CNT, podrá renegociar así la relación de fuerzas entre las diferentes regiones y tribus sin el kadafismo y bajo el intento imperialista de someterlo, pero ha ahogado el pasado en un baño de sangre y nace cubierto de horror y de infamia ante el mundo.
Kadafi no será recordado por los libios como un nuevo Omar Mukhtar, el líder de la resistencia al imperialismo italiano ahorcado por los fascistas, porque antes de ser asesinado por su ex socios y servidores él fue también responsable de innumerables crímenes y de enormes traiciones. Pero su linchamiento caerá como una mancha más sobre a sus victimarios y sobre los mandantes de la jauría feroz que lo despedazó aplicándole la pena de muerte salvaje que los imperialistas tienen decretada contra sus agentes que necesitan desechar.
José Luis Hernández Ayala
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Enviado por Juan López García
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