Pero debe tener algo igualmente en claro: así podrá seguir seduciendo a los editores de El País español y al Comité Nobel; a muchos judíos, sin embargo, sus proclamas de amistad nos suenan huecas.
Raúl Reuben Vaich
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Mario Vargas Llosa:
El amigo prescindible de Israel
Por Julián Schvindlerman
La caricatura que adornaba en la versión de papel de La Nación la nota de Mario Vargas Llosa titulada "El Estado palestino" era impactante y preciosa. Presuntamente representaba a Palestina, encarnada en una odalisca occidentalizada: pelirroja, de ojos claros, piel blanca, delgada y cautivante, se exhibía en sonriente esplendor. De su nuca volaban al viento flores y la bandera palestina.
Tal como pintores renacentistas retrataron a Jesús de Nazaret como si hubiera sido Jesús de París, un apuesto hombre blanco de ojos azules, Nuno nos entrega una Palestina idealizada y romantizada al límite máximo de la imaginación y del sesgo occidental. La ilustración es una perfecta caricatura de la parcialidad periodística contemporánea.
Nuno ha hecho un excelente trabajo, como siempre. Ha captado la esencia del mensaje del autor y lo ha transformado en una ilustración extraordinariamente elocuente. Así es como ve el Nobel peruano a Palestina. Aunque, en rigor, Vargas Llosa se vale de la causa palestina para criticar a Israel más que para defender aquélla. Tal como el difunto José Saramago y otros tantos anteriormente, los palestinos le sirven como vehículo para el denuesto de los israelíes. A diferencia de Saramago y otros, Vargas Llosa lo hace mientras apela al viejo truco del antisemita infantilmente convencional, sólo que con un levetwist: del "Yo tengo un amigo judío" como preludio al ataque judeófobo, él pasa al "Yo tengo un amigo israelí" como antesala para su diatriba antiisraelí. Eso no hace de Vargas Llosa un antisemita, simplemente un copión: se vale de un recurso tan poco original como carente de credibilidad.
Con alarmante deshonestidad, se presenta como un "amigo de Israel" para proceder a cuestionar, con su típica prosa punzante, prácticamente todas las políticas del gobierno actual: así, ve en el premier Benjamín Netanyahu y en el movimiento de los colonos a los principales culpables de que no haya paz. En su nota encontramos referencias, infaltables en un texto de este tenor, a "las corrientes más extremistas del lobby judío norteamericano", a una sociedad israelí en pleno "proceso de radicalización derechista" y a una dirigencia israelí cautiva de su "encasillamiento prepotente". Una vez sentada la noción de la culpabilidad oficial israelí, el escritor expande su condena a la nación entera, que habría perdido "aquella superioridad moral que la opinión pública del mundo entero le reconocía" y cuyo sistema democrático ha dejado de ser "modélico" y dado paso a un sistema que tiene al pueblo palestino "cautivo en su propio país", sometido a "una servidumbre colonial intolerable en el siglo XXI".
El autor se ocupa en dejar saber que su crítica (feroz) se nutre de una genuina preocupación por el destino del Estado judío: la "sistemática destrucción" de la sociedad palestina que Jerusalem lleva adelante sería producto de sus "políticas suicidas", que estarían poniendo en peligro la propia supervivencia de Israel. Según parece, Vargas Llosa tan sólo quiere salvar a Israel de sí misma, y ve en los minoritarios israelíes de ultraizquierda –en su visión peculiar, sólo ellos luchan por la paz– el bastión moral del país. "Los verdaderos amigos de Israel", dice solemnemente, "debemos aliarnos con ellos".
¿Pero quién es un verdadero amigo de Israel? Afortunadamente, Vargas Llosa enfrenta el asunto y ofrece la siguiente definición:
A mi juicio, es amigo de Israel quien, reconociendo el derecho a la existencia de ese país –admirable por tantas razones–, obra, en la medida de sus posibilidades, para que ese derecho sea reconocido por sus vecinos árabes e Israel, garantizado su presente y su futuro, pueda vivir en paz y armonía dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas.
Esta definición es aceptable, lo que resta por determinar es en qué medida los textos de Vargas Llosa encajan con la misma. Uno puede citar múltiples artículos de Carlos Alberto Montaner o de Pilar Rahola, por dar dos ejemplos, y apreciar que encuadran cómodamente con la definición. ¿Pero puede uno con objetividad identificar algún artículo de años recientes de Mario Vargas Llosa y ver en él los elementos de su propia definición? ¿Es criticar artículo tras artículo las políticas de Israel asistir al esfuerzo de que Israel sea reconocido por sus vecinos? ¿Es ignorar los dilemas reales de la seguridad de Israel ayudar a que Israel algún día goce de fronteras seguras? ¿Cuestionarlo continuamente contribuye a que Israel pueda vivir en paz y armonía?
Seamos claros: Vargas Llosa tiene perfecto derecho a abrazar la posición ideológica e intelectual que él desee en lo relacionado con Israel, y a ser todo lo parcial, tendencioso –e incluso malicioso– que le venga la gana. Tiene el derecho a seguir publicando notas espantosamente críticas de Israel en todos los diarios del mundo que él quiera y en todos los idiomas que guste. Incluso tiene el derecho a continuar con su prédica inverosímil de que su motivación es puritana y su intención, noble.
Pero debe tener algo igualmente en claro: así podrá seguir seduciendo a los editores de El País español y al Comité Nobel; a muchos judíos, sin embargo, sus proclamas de amistad nos suenan huecas.
www.julianschvindlerman.com.ar
http://exteriores.libertaddigital.com/mario-vargas-llosa-el-amigo-prescindible-de-israel-1276239447.html
Mario Vargas Llosa:
El amigo prescindible de Israel
Por Julián Schvindlerman
La caricatura que adornaba en la versión de papel de La Nación la nota de Mario Vargas Llosa titulada "El Estado palestino" era impactante y preciosa. Presuntamente representaba a Palestina, encarnada en una odalisca occidentalizada: pelirroja, de ojos claros, piel blanca, delgada y cautivante, se exhibía en sonriente esplendor. De su nuca volaban al viento flores y la bandera palestina.
Tal como pintores renacentistas retrataron a Jesús de Nazaret como si hubiera sido Jesús de París, un apuesto hombre blanco de ojos azules, Nuno nos entrega una Palestina idealizada y romantizada al límite máximo de la imaginación y del sesgo occidental. La ilustración es una perfecta caricatura de la parcialidad periodística contemporánea.
Nuno ha hecho un excelente trabajo, como siempre. Ha captado la esencia del mensaje del autor y lo ha transformado en una ilustración extraordinariamente elocuente. Así es como ve el Nobel peruano a Palestina. Aunque, en rigor, Vargas Llosa se vale de la causa palestina para criticar a Israel más que para defender aquélla. Tal como el difunto José Saramago y otros tantos anteriormente, los palestinos le sirven como vehículo para el denuesto de los israelíes. A diferencia de Saramago y otros, Vargas Llosa lo hace mientras apela al viejo truco del antisemita infantilmente convencional, sólo que con un levetwist: del "Yo tengo un amigo judío" como preludio al ataque judeófobo, él pasa al "Yo tengo un amigo israelí" como antesala para su diatriba antiisraelí. Eso no hace de Vargas Llosa un antisemita, simplemente un copión: se vale de un recurso tan poco original como carente de credibilidad.
Con alarmante deshonestidad, se presenta como un "amigo de Israel" para proceder a cuestionar, con su típica prosa punzante, prácticamente todas las políticas del gobierno actual: así, ve en el premier Benjamín Netanyahu y en el movimiento de los colonos a los principales culpables de que no haya paz. En su nota encontramos referencias, infaltables en un texto de este tenor, a "las corrientes más extremistas del lobby judío norteamericano", a una sociedad israelí en pleno "proceso de radicalización derechista" y a una dirigencia israelí cautiva de su "encasillamiento prepotente". Una vez sentada la noción de la culpabilidad oficial israelí, el escritor expande su condena a la nación entera, que habría perdido "aquella superioridad moral que la opinión pública del mundo entero le reconocía" y cuyo sistema democrático ha dejado de ser "modélico" y dado paso a un sistema que tiene al pueblo palestino "cautivo en su propio país", sometido a "una servidumbre colonial intolerable en el siglo XXI".
El autor se ocupa en dejar saber que su crítica (feroz) se nutre de una genuina preocupación por el destino del Estado judío: la "sistemática destrucción" de la sociedad palestina que Jerusalem lleva adelante sería producto de sus "políticas suicidas", que estarían poniendo en peligro la propia supervivencia de Israel. Según parece, Vargas Llosa tan sólo quiere salvar a Israel de sí misma, y ve en los minoritarios israelíes de ultraizquierda –en su visión peculiar, sólo ellos luchan por la paz– el bastión moral del país. "Los verdaderos amigos de Israel", dice solemnemente, "debemos aliarnos con ellos".
¿Pero quién es un verdadero amigo de Israel? Afortunadamente, Vargas Llosa enfrenta el asunto y ofrece la siguiente definición:
A mi juicio, es amigo de Israel quien, reconociendo el derecho a la existencia de ese país –admirable por tantas razones–, obra, en la medida de sus posibilidades, para que ese derecho sea reconocido por sus vecinos árabes e Israel, garantizado su presente y su futuro, pueda vivir en paz y armonía dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas.
Esta definición es aceptable, lo que resta por determinar es en qué medida los textos de Vargas Llosa encajan con la misma. Uno puede citar múltiples artículos de Carlos Alberto Montaner o de Pilar Rahola, por dar dos ejemplos, y apreciar que encuadran cómodamente con la definición. ¿Pero puede uno con objetividad identificar algún artículo de años recientes de Mario Vargas Llosa y ver en él los elementos de su propia definición? ¿Es criticar artículo tras artículo las políticas de Israel asistir al esfuerzo de que Israel sea reconocido por sus vecinos? ¿Es ignorar los dilemas reales de la seguridad de Israel ayudar a que Israel algún día goce de fronteras seguras? ¿Cuestionarlo continuamente contribuye a que Israel pueda vivir en paz y armonía?
Seamos claros: Vargas Llosa tiene perfecto derecho a abrazar la posición ideológica e intelectual que él desee en lo relacionado con Israel, y a ser todo lo parcial, tendencioso –e incluso malicioso– que le venga la gana. Tiene el derecho a seguir publicando notas espantosamente críticas de Israel en todos los diarios del mundo que él quiera y en todos los idiomas que guste. Incluso tiene el derecho a continuar con su prédica inverosímil de que su motivación es puritana y su intención, noble.
Pero debe tener algo igualmente en claro: así podrá seguir seduciendo a los editores de El País español y al Comité Nobel; a muchos judíos, sin embargo, sus proclamas de amistad nos suenan huecas.
www.julianschvindlerman.com.ar
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