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EL INTENTO DE MATAR LA MEMORIA DE EVITA - por Jorge Bolívar



El ocultamiento del cuerpo de Evita fue parte de un intento más vasto, el de borrar de la memoria del pueblo argentino la existencia misma del peronismo como acontecimiento histórico.

A comienzos de septiembre de 1971 se le devolvía a Perón en su residencia de Puerta de Hierro el cuerpo de Evita. Durante 16 años había existido un agraviante misterio acerca de la suerte y el destino de los restos embalsamados de esa mujer extraordinaria.

Hannah Arendt nos enseña que aún lo absurdo y lo despreciable merece algún tipo de comprensión para que la lectura de la historia para las nuevas generaciones adquiera su enseñanza más profunda.

El ocultamiento del cuerpo de Evita fue parte de un intento más vasto, el de borrar de la memoria del pueblo argentino la existencia misma del peronismo como acontecimiento histórico.

Sabemos que quienes se presentaban como la máxima expresión de la libertad, promulgaron normas y decretos que prohibían utilizar las figuras de Perón o de Evita y todo texto que se refiriera al pensamiento y a la doctrina del peronismo como movimiento político-cultural.

Si uno lo hacía corría el riesgo de ir preso. Se trataba como dijo uno de los máximos dirigentes de la Marina de "matar la memoria de ese movimiento" que había adquirido una visible potencia cultural, es decir vinculante y comunicante a nivel popular.

El desatinado intento fue asumido, incluso, por algunos de nuestros mayores intelectuales.

Borges, al igual que Mujica Láinez, nunca los nombraba y recurría a frases de este tipo: "Rosas y el otro" "La pareja innombrable" "El y Ella", etc. Los reportajes de la época lo reflejan. Además en el periodismo se recurría a sustitutos que eran obligatorios: "el caudillo depuesto", "el tirano prófugo", "la mujer del látigo", etc.

Estas prácticas se sucedían mientras se decía que el país había recuperado en toda su dimensión la libertad de prensa.

Pero había un problema: mientras se prohibía usar fotos de Perón o de Evita y cualquier otro signo del movimiento, el cuerpo de Eva Perón, amorosamente embalsamado por el español Pedro Ara, lucía como una princesa dormida en la sede de la CGT y era objeto de un indisimulado culto que había crecido después del golpe de Estado que derrocó a Perón.

A fines del año 1955 se decidió retirarlo de donde estaba y allí esos restos mortales comenzarían un peregrinaje inaudito y cruel, en el que, incluso, se registraron actos aberrantes y numerosas mutilaciones.

En su libro "Santa Evita", Tomás Eloy Martínez relata parte de esos acontecimientos. Ese texto fue traducido a varios idiomas y en muchos de esos países extranjeros no podían entender la magnitud del odio y del delirio que este peregrinaje ocultador posibilitó.

El jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército, teniente coronel Carlos Moori Koenig fue el primero en hacerse cargo del ocultamiento. Se sabe que el temor a que algún sector del peronismo pudiera saber donde estaba los restos mortales de Evita hicieron que éste sufriera numerosos traslados. Pasó por la casa del mayor de inteligencia Arandía y fue escondido, en el edificio de Obras Sanitarias, entre otros, y hasta detrás de la pantalla del cine Rialto. En todo ese peregrinaje póstumo el cuerpo de Evita sufrió aberraciones y numerosas mutilaciones.

En 1956 Aramburu destituye a Moori Koenig y se hace cargo directamente del cuerpo de Evita. Se hacen contactos con el sacerdote Francisco Rotger, para que con la autorización del Vaticano pudieran llevárselos a Italia.

Esta operación es encomendada al coronel Cabanillas. De esta forma los restos mortales de Evita viajan al viejo mundo bajo el nombre de María Maggi de Magistris. Se decía en su lápida que había nacido en Bérgamo y que había muerto en un accidente de automóvil en Rosario en 1951.

En mayo de 1957 fue enterrada en el cementerio Maggiore de Milán, en el tombino 41 del campo 86. Y allí permaneció igualmente oculta muchos años hasta que se le hizo conocer al general Lanusse que era imposible entablar alguna suerte de diálogo con Perón si no se le devolvía el cuerpo embalsamado de su esposa.

Justamente hace 40 años que el embajador brigadier Rojas Silveyra le entregaba el cuerpo de Evita a Perón en su residencia de Puerta de Hierro. Se evitó hacer de ello una ceremonia pública.

Perón los recibió casi familiarmente. Revisó cuidadosamente el cuerpo embalsamado y pudo notar algunas mutilaciones.

Cuenta el embajador que notó que los ojos de anciano líder estaban llenos de lágrimas. Pero sólo se limitó a decir: "Quise mucho a esta mujer".

El cadáver fue restaurado por el doctor Telechea debido, justamente a los agravios y profanaciones que había sufrido.

El intento de matar la memoria de Evita como parte de esa loca pretensión de poderío, de borrar al peronismo como acontecimiento histórico de la cultura argentina, revela la absoluta imposibilidad de las dictaduras de manejar los aspectos secretos, espirituales y simbólicos, de las grandes manifestaciones epocales en las que el pueblo fue protagonista.

Casi podríamos decir que la ingobernable historicidad fue en este caso totalmente contraria al proyecto de los ocultadores. Si Evita se había hecho mito con su entrega social, con su dolorosa enfermedad y con sus impresionantes exequias, seguidas durante días y días por una incesante multitud, el misterio de su destino póstumo durante 16 años, no hizo más que potenciar la fuerza espiritual de su presencia en los sectores populares y en el interés de las nuevas generaciones de todas las clases sociales.

Matar la memoria de Evita fue el más rotundo fracaso de ese loco intento de borrar al peronismo y a su doctrina de la historia de la compleja pero palpitante argentinidad.

correo@losocial.com.ar
en RazonEs de Ser

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