por Carlos Mastrorilli
(3ª nota de una serie de la cual hemos recibido y publicado solamente esta)
Enviada por Hugo Calzada
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El autor aclara que esta nota ha sido escrita "pensando en lectores extranjeros que no saben demasiado sobre la causa de nuestras comunes desventuras. Es por esta razón que encontrarán referencias demasiado obvias respecto de lo ocurrido el 14/08. En compensación he agregado algunas cosillas para el consumo interno que no han sido enviadas a los amigos del exterior.Espero que las preguntas agregadas al final del texto despierten el interés de alguna encuestadora para así despejar en algo la incertidumbre que se cierne, como ave de presa, sobre nuestra castigado país.
Cordiales saludos a todos.
Carlos P. Mastrorilli."
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Percepción económica y emisión del voto.
I. El peso de los pesos.
En los días posteriores a la encuesta obligatoria del 14/08, como era previsible, se fueron sucediendo los comentarios y explicaciones sobre el resultado de estas exóticas primarias. Desde las denuncias de fraude –que sin duda vistos los antecedentes del kirchnerismo en la materia parecen verosímiles- hasta las repudiadas declaraciones de Hugo Luis Biolcati. Desde las críticas, más bien acerbas, al rol que le cupo a la “oposición”, hasta el impacto que el prolongado luto de la Sra. de Kirchner produjo en un electorado propenso a disfrutar de las cuestiones mortuorias. Desde considerar a la juventud – La Cámpora incluida- como la fuerza desequilibrante en el respaldo a Cristina, hasta el temor al cambio que, traducido por el notable estratega político apodado el “Cabezón”, significa “más vale malo conocido que bueno por conocer”. En fin: un amasijo de buenas y malas razones que, a la postre, está contribuyendo a oscurecer aun más el ya opaco panorama que se avecina en el 2012.
Sin embargo, entre tantas visiones divergentes o confusamente convergentes, la prensa más seria, casi unánimemente, consideró que el abultado triunfo de CFK se debió a la economía. Es decir a la vastamente compartida opinión de que las cosas del dinero y del consumo están mucho mejor ahora que antes. Ese “antes” es el que urge fijar en el tiempo porque si se toma como punto de comparación el tembladeral económico, social, político e institucional de fines de 2001 y principios de 2002, no pueden existir dudas acerca de que, efectivamente, el grueso de la población está mejor ahora que en aquellos días turbulentos y llenos de incertidumbre.
La masiva adhesión a la reelección de Cristina posee una innegable índole materialista en el sentido de que está indisolublemente vinculada a una percepción vívida de lo que constituye el entramado de la economía para la opinión pública no especializada: el empleo, el consumo, el crédito, los subsidios, las prestaciones gratuitas financiadas por los impuestos, etc,etc. En esta percepción, las agorerías de los presuntamente expertos acerca de que el modelo está próximo al colapso, lejos de jugar en contra de Cristina, la beneficiaron porque es de toda evidencia que la gente se guía por experiencias pasadas y presentes pero rara vez por una comprensión del futuro, por más inevitable que sea lo que el futuro traiga consigo. Cristina, de esta manera, apareció a los ojos de sus votantes como la encarnación del bienestar y sus críticos, periodistas o políticos, como los jetatores. Volveremos sobre esta cuestión.
Si le abrimos paso a lo que se denomina sociología electoral, se hace necesario establecer cuáles fueron las razones del voto en cada estrato de que se compone la sociedad civil. Es fácil suponer que en los sectores más desfavorecidos – desocupados que viven de los subsidios, marginales que ocupan predios ajenos y son recompensados por su astucia, trabajadores informales (casi el 50% de la mano de obra ocupada) jubilados sin aportes previos y asalariados con estipendios mínimos- el voto por Cristina fue altamente significativo. Estas familias temen perder lo que el kirchnerismo les da, de una manera u otra. Y, fuerza es reconocerlo, ese temor está bien fundado porque el enorme costo de los subsidios de todo tipo que administra el Estado, tarde o temprano alguien lo habrá de recortar. Para los que optaron por CFK, resultaba más seguro que la fiesta iría a acabar antes si Duhalde o Alfonsín ganaban el 14 de agosto.
Si miramos hacia arriba de la pirámide social, los privilegiados tampoco tienen grandes imputaciones que hacerle al régimen kirchnerista. Los banqueros ganan más dinero que nunca sin arriesgarse en el negocio de prestar dinero a posibles futuros insolventes. Los industriales de la UIA parecen más oficialistas que Moyano gracias al creciente proteccionismo desplegado por el Gobierno. En cuanto a los productores agrarios, malgrado el ya viejo conflicto por las retenciones, siguen ganando fortunas gracias a los precios internacionales de la soja y otros productos MOA de exportación. Este dinero se vuelca, en parte, al consumo y así se mueve la rueda inclusiva del modelo kirchnerista.
Cuando los expertos pretenden colgar un mensaje que habla del viento de cola y del desaprovechamiento de oportunidades perdidas gracias a la torpeza de Guillermo Moreno y de Amado Boudou, todos asienten pero nadie está dispuesto a arriesgarse a un cambio de montura que podría interrumpir el flujo de dólares que alcanza para subvenir las exigencias internas del modelo y para fugar los casi 20.000 millones de dólares estimados para este año.
Sin embargo, los dos extremos de la pirámide social sumados, no alcanzan al 30% de la población total del país. Entre ambos, se extienden los llamados sectores medios – la tan meneada clase media argentina- sin cuyo concurso Cristina jamás hubiese podido arribar al 50% conquistado. Supongamos entonces que un cierto número de medioclasistas adhirió a CFK por motivos que también tienen que ver con la economía del presente: comerciantes que colocan sus mercaderías a buen precio; consumidores que les compran a esos mismos comerciantes haciendo uso cada vez mayor del dinero plástico; profesionales de todos los ramos que logran hacerse pagar por sus servicios de contado; evasores consuetudinarios que vienen burlando al Fisco porque la AFIP confía excesivamente en la inflación como manantial de recursos; amas de casa que accedieron a una jubilación sin haber aportado un peso en su vida; empleados públicos en los tres niveles de la administración, cada vez más numerosos… Sin duda existe una masa de clase media que comparte los mismos puntos de vista que los que están ubicados en el peldaño más bajo de la escala social.
Si contamos con que el 15% menos favorecido y el 10% más privilegiado votaron por Cristina, habremos llegado a los 3 ó 4 millones de votos. El resto, fuera de toda duda, debió provenir de los sectores medios. Ahora bien: si computamos entre los deslumbrados por la bonanza económica a una masa significativa de medioclasistas y suponemos, como es correcto, que éstos tienen una mayor capacidad de comprender las bases del presente económico que los más postergados en la distribución del ingreso, también deberíamos aceptar que ningún hecho negativo de los muchos que se le atribuyen al régimen kirchnerista les pareció lo suficientemente deplorable como para votar a alguno de los candidatos opositores.
Se presenta, en este punto, el nudo más complejo a desenmarañar porque es aquí donde se manifiesta la cuestión ideológica que siempre acompaña las decisiones políticas de la clase media argentina.
II. Las preferencias ideológicas de la clase media.
Partimos de la hipótesis de que sectores bastante numerosos de la clase media, comparten la percepción de la bonanza económica y se sienten, de diversas maneras, beneficiados por la marcha de los asuntos que interesan al bienestar familiar. Si bien es posible cuantificar aproximadamente el número de estos ciudadanos que han adherido a la candidatura de Cristina, ello insumiría un espacio que no podemos otorgar a estas operaciones siempre algo complicadas. Tal vez, en algún momento, de aquí a octubre, alguna encuestadora menos comprometida con el Gobierno se decida a acometer la tarea.
Ahora bien; dijimos que estos sectores medios sin cuyo aporte de votos Cristina no hubiese podido alcanzar el porcentaje presuntamente obtenido disponen, por el nivel cultural alcanzado, de los instrumentos cognoscitivos necesarios para integrar la decisión de votar por uno u otro candidato con datos de la propia experiencia, con la información recogida de los distintos medios de comunicación y con la memoria de pasadas situaciones más o menos similares a la actual. Respecto de la propia experiencia, se sabe que las personas, si bien interactúan constantemente en el medio social al que pertenecen, difícilmente están en condiciones de acceder a constataciones empíricas provenientes de otros niveles sociales, más alejados de su actividad cotidiana. De todos modos, la confrontación de las propias vivencias del presente con las que se intercambian a diario con clientes, compañeros de trabajo y relaciones sociales del más diverso tipo, permite someter a un tratamiento crítico a las percepciones directamente extraídas de su entorno más próximo. Sería por demás extraño que esta interacción no arrojase, en algún momento, resultados contradictorios que pudieran poner en duda la preferencia por el statu quo.
En cuanto a la información recibida a través de los medios de comunicación, en la nota precedente dejamos en claro que la lectura de los diarios y la visión de la TV no es del todo imparcial en el juzgamiento de los hechos sobre los que informa y que, además, suelen tener posiciones tomadas de antemano sobre todo respecto de la marcha de la economía. Pero al margen de los sesgos y tendencias que pueden detectarse en la información de los mass media, es innegable que ciertos hechos poseen tal contundencia que ningún periódico puede ocultarlos o deformarlos hasta hacerlos irreconocibles. Por ejemplo el caso Bonafini-Schoklender o le del INDEC son tan incontrastables que no admiten dudas razonables sobre su veracidad y su significado ético y jurídico.
Cuando ciudadanos de la clase media votan por el oficialismo a pesar de ese tipo de tropelías, es que han debido descartar el significado y la importancia de ellas y, decidir la preferencia en la emisión del voto, a favor de lo que consideran el beneficio personal o familiar emergente de la situación general en la que viven y ganan el sustento. No estamos todavía en el espacio de la ideología. Se trata, simplemente, de negar total o parcialmente aquello que repugna a la ética y al sentido del derecho y, en consecuencia, permitir que el egoísmo individual prime sobre cualquier consideración vinculada a la cultura cívica de la sociedad.
Si bien es cierto que todos aspiramos a vivir sin sobresaltos económicos, es evidente, aun para las personas menos inclinadas a la crítica social, que siempre hay un precio que pagar para el goce de una bonanza como la que parece existir en la Argentina. Cuando individuos pertenecientes a los sectores medios de la sociedad, anteponen lo que entienden es su bienestar personal a cualquier tipo de consideraciones más generales y abstractas, están ejerciendo su libre albedrío de manera tal que sus acciones se desconectan del archivo ético preexistente que se ha formado en el curso de su carrera educativa. Se trata de una opción racional. Pero como con el voto cuota de 1995, el votante que privilegia el presente inmediato por sobre cualquier decisión que involucre un pensamiento de más largo alcance, posiblemente tenga razón, “pero la que tiene es poca y esa poca no vale nada” como dijera Miguel de Unamuno. Baste para ello no olvidar en qué conmoción inédita desembocaron el “uno a uno” de Cavallo y la apertura menemista de la economía.
Finalmente queda por analizar el voto ideológicamente sustentado del ciudadano de clase media. Entre los medioclasistas que se sienten beneficiados por la actual marcha de la economía, se pueden distinguir con facilidad dos sectores: el que sólo después de una deliberación más o menos trabajosa opta por el voto al oficialismo, desechando lo que saben está mal – por ejemplo la extendida corrupción- y haciendo manifiestas sus preferencias por el statu quo. Es posible que a este tipo de votante, tampoco le gusten “conquistas” como la del matrimonio gay, la despenalización del consumo de drogas o la legalización del aborto. Pero todo este bagaje de contenidos que se juzgan negativos es puesto de lado para dejar paso a la confianza económica en el modelo.
El sector que, además de percibirse como beneficiado por la satisfacción de sus intereses materiales, cree en los contenidos ideológicos del régimen, es digno de un análisis profundizado. Obviamente, debemos descartar a los funcionarios/intelectuales y otros agraciados por el aumento del gasto público, porque éstos pertenecen a la subclase de los directamente beneficiados por el régimen kirchnerista. En este tramo de nuestro análisis, quisiéramos indagar en pos de la solución de esta incógnita: ¿quiénes son los que sin haber recibido individualmente los favores del Gobierno adhieren a él por convicción ideológica?
Para responder a este interrogante, en ausencia de instrumentos de medición de opinión válidos, debemos recurrir a inferencias que nos proporciona nuestra observación directa que, por supuesto, tiene limitaciones obvias. No obstante, el intento de trazar un bosquejo de las actitudes políticas en cuestión, parece justificado en orden, al menos, a la construcción de un paradigma que, puesto a prueba con la metodología apropiada, nos ponga a cubierto de tantas inútiles simplificaciones como las que han proliferado en estos días.
En otra oportunidad hemos enumerado una serie de cuestiones que, si bien tienen que ver con las opciones políticas que pueden manifestarse en un concurso electoral como el del 14 de agosto, no tienen que ver, directamente, con el status económico de los votantes, a saber:
1) El aborto y su legalización.
2) La facilitación del suicidio y la eutanasia.
3) La eugenesia y la ingeniería biológica.
4) La igualdad sexual y de “género”
5) Derechos de las parejas homosexuales.
6) El consumo de drogas; su despenalización.
7) Universalidad de la educación pública y gratuita.
8) Defensa del medio ambiente.
9) Libertad de información.
10) Secreto profesional y privacidad de los informes y análisis médicos.
11) Transplante de órganos.
12) Control de telecomunicaciones y correspondencia.
13) Prostitución.
14) Pornografía.
15) Disposición de datos personales por las autoridades públicas.
16) Delitos dependientes de instancia privada y acciones privadas.
17) Presentación de las personas en público.
18) Acciones que impliquen discriminación por motivos étnicos, religiosos o de mera apariencia física.
19) Prohibición universal de fumar en lugares abiertos al público.
Existen, además, otras materias sobre las que el progresismo se interesa preferentemente. Algunas, como la obligación de la industria de fabricar y de los comercios de ofrecer indumentaria de talles para obesos, resultan de una banalidad sorprendente. Otras, como la tendencia a exculpar a todo tipo de delincuentes en razón de sus circunstancias personales – malos tratos recibidos en la infancia, mal ambiente familiar o carencia de una educación apropiada- influyen en los medios de comunicación masiva y forman parte del llamado garantismo, que ha provocado estragos en el Derecho Penal. Sin olvidar que, por sobre todas estas materias, el kirchnerismo ha logrado instalar la cuestión de los derechos humanos –con referencia casi exclusiva a los crímenes del Proceso- como una frontera que tiene por efecto principal la anatemización de quienes no compartan en plenitud la manera como el régimen ha logrado apoderarse de un canon que debiera ser sustraído de los vaivenes de la política electoral.
Destacamos el concepto de progresismo al que hemos dedicado un ensayo todavía inédito. La clase media urbana adhiere a esta ideología soft de manera casi inconsciente. Una vez caídos los paradigmas dominantes en el modernismo, el progresismo es lo que queda, hurgando aquí y allá en los restos del marxismo, el liberalismo y hasta en el psicoanálisis freudiano. El partido o el Gobierno que construya la agenda pública incorporando las materias que hemos enumerado, tiene, desde el vamos, una ventaja comparativa con quienes no conceden a esa temática un lugar destacado en sus propuestas.
Es cierto que una parte de estos medioclasistas requiere servicios gratuitos de los gobiernos tales como los que competen a la salud como a la educación. Pero también lo es que, por lo general, envían a sus hijos a colegios privados y se atienden a través de las llamadas “prepagas”. Es decir: sus ingresos – producto del salario o de alguna actividad autónoma- les permiten acceder a mejores niveles de atención que los que brindan los deteriorados subsistemas sociales financiados con los recursos del Estado Nacional, las provincias o los municipios. Una vez ubicados al margen de las demandas de gratuidad, reservan sus deliberaciones destinadas a establecer preferencias en relación a la agenda antes mencionada.
Así, pues, disponemos de la imagen de un votante de clase media, lo suficientemente autárquico en materia económica, que no recibe subsidios ni prebendas gubernamentales y que votó a Cristina el 14 de agosto. La explicación de su comportamiento electoral, presenta dos vertientes: una, la que tiene que ver con el temor de que su actual situación percibida como social y económicamente aceptable – y hasta como la única favorable para con sus intereses inmediatos- dos, la que tiende a descalificar a los opositores por motivos vinculados, principalmente, al pasado próximo.
En otro contexto nos detuvimos a examinar el uso político del miedo. Sobre la base, científicamente demostrada, de que el miedo, si bien posee connotaciones específicas vinculadas a uno o varios objetos de temor, genera efectos expansivos que se apartan de dichos objetos y producen personalidades atemorizadas que suelen aferrarse a cualquier elemento que les permita considerarse a salvo de peligros y acechanzas generalizadas. Decíamos en otro contexto: “Si bien es cierto que el miedo político se monta sobre ciertos mecanismos psíquicos que nada tienen que ver con él, tal como el miedo a las arañas o la hipocondría, lo cierto es que la población vive asediada por el temor de ser objeto de daños en su persona o en sus bienes. Ese temor, aun difuso y a veces no centrado en una amenaza real, genera lo que ha dado en llamarse sensación de inseguridad, concepto éste detrás del cual se pretende ocultar el incesante crecimiento de la criminalidad que padecen nuestras democracias. El efecto del miedo específicamente ligado a un dato de la realidad, se potencia con la angustia que deriva del temor a ser agredido de las mil maneras en que se puede serlo por el mero hecho de abandonar el domicilio. La calle, desde las acechanzas del tránsito automotor descontrolado hasta los arrebatadores y extorsionadores disimulados bajo el disfraz de cuidacoches, limpiavidrios y mendigos de más en más agresivos, es un campo de Agramante en el que los ciudadanos “decentes” se han acostumbrado a utilizar técnicas de defensa que, al desbordarse por la inacción de las fuerzas de seguridad, plantean a corto plazo un tipo de conflictos que sólo pueden resolverse por medios violentos. El miedo político se instala sobre este cuadro de situación. Cuando el padre fundador de la ciencia política, Thomas Hobbes, identificó al Estado con el monstruo bíblico del Leviatán, construyó la base de la teoría que sostiene que la evitación de toda muerte no deseada por los individuos es la única justificación, en último término, de la existencia del Estado, del mando y de la obediencia. Por eso, cuando los gobiernos en lugar de instaurar la paz social, la seguridad personal y el imperio del derecho se dedican a fomentar los miedos sociales e instalan la violencia como forma de dirimir los conflictos de intereses, lo que hacen es deteriorar el fundamento del Estado y la autoridad de los gobernantes que de protectores del bienestar general, se convierten en sus amenazas principales.” (Texto extraído de “Miedo, mentiras y desprecio”, septiembre de 2010)
Hay quienes han observado en estos conceptos la existencia de una contradicción. ¿Cómo- se preguntan- puede derivarse un comportamiento electoral favorable al gobierno que permite la expansión indefinida de la criminalidad y de la inseguridad personal que ella comporta? ¿Es que acaso no se busca a los culpables de esta situación entre los responsables de la seguridad y del orden público que son los gobernantes en ejercicio del poder? En realidad, lo que observamos cotidianamente son ejemplos redundantes del incremento del delito en casi todas las jurisdicciones de la República. Y la consecuencia directa de todo ello, es la angustia y a veces la ira de las víctimas o de sus allegados y vecinos. Ha habido, como consecuencia del descontrol policial, ataques a comisarías y otros edificios públicos. Pero al parecer, a pesar de la prédica de algunos comunicadores sociales que señalan al Gobierno nacional como el principal facilitador del clima de inseguridad predominante, los sectores agredidos no dirigen sus críticas y protestas contra las autoridades nacionales. Ni siquiera contra Daniel Scioli, el responsable más expuesto dados los niveles de criminalidad existentes en la Provincia. Luego de que la burbuja del “Ingeniero” Blumberg explotara, la clase media desistió de actuar en primera fila contra la innegable tolerancia- o complicidad, en algunos casos- de los gobiernos con las actividades delictivas de todo tipo.
Como se dijo antes, una población atemorizada, acobardada y amenazada con la ocurrencia de hechos que confirman las causas primarias del miedo, es más gobernable que una sociedad liberada de tales pasiones negativas. Para colmo de males, la ciudadanía recuerda con espanto la crisis económica e institucional de 2001/2002 en la que tanto los bienes materiales como la estabilidad del orden se vieron gravemente afectados. En la misma medida en que se suponga que Cristina los habrá de preservar de tales fuentes de horror, se explica el voto masivo de sectores de la clase media en la encuesta obligatoria del 14 de agosto.
El otro manantial de votos que CFK cosechó en la clase media, se relaciona puntualmente con una descalificación apriorística de los partidos y líderes de la oposición. Luego de conocidos los resultados de esa votación, se pudo ratificar lo previamente opinado casi por unanimidad: la Presidente reuniría más del 40% de adhesiones. Lo que nadie pronosticó es que ningún candidato opositor llegara siquiera al 20% de los sufragios emitidos.
Si dejamos de lado el resultado obtenido por la coalición encabezada por Hermes Binner – que se benefició fuera de dudas con el pobre desempeño de la UCR- lo que llama la atención es la magra recolección de sufragios obtenida por Duhalde y Ricardo Alfonsín. Nos hemos referido a esta cuestión en la primera nota de esta serie por lo que no añadiremos otros elementos a los ya publicados. Pero sí nos interesa ahora, examinar un poco más de cerca cómo se vincula el descrédito de la oposición más connotada con las preferencias de los sectores medios urbanos. En esta cuestión vuelve a cobrar importancia lo que llevamos dicho acerca de los temores, justificados o no, del electorado.
Si bien es cierto que en las ciudades más importantes del país Cristina ni siquiera alcanzó al preanunciado 40%, de todos modos ello no nos exime de analizar de qué manera los miedos medioclasistas influyeron en los resultados globales conocidos. Digamos: ¿por qué motivos existió un temor que bloqueó la emisión de un porcentaje aceptable de votos para Duhalde y para Alfonsín?
En primer lugar debemos considerar algo ya dicho más arriba: en la medida en que la percepción de los asuntos económicos sea positiva – aunque esta percepción se encuentre falseada por una visión de corto alcance- la población se vuelve eminentemente conservadora. ¿Conservadora de qué, se podría preguntar? Básicamente del statu quo. El concepto de conservador, no posee un sentido inequívocamente de derechas. Se tiende a conservar lo existente, así como los verdes pretenden conservar la naturaleza. El conservadurismo, más allá de la apropiación partidaria del vocablo, es antes una actitud que una ideología.
Se presenta, sin embargo, una aparente dificultad: ¿cómo se concilia el progresismo de los medioclasistas con la actitud conservadora en lo económico y en lo político? La respuesta hay que buscarla en la habilidad del kirchnerismo para articular una política de apariencia progresista – habida cuenta de la agenda que logró imponer a la consideración de la sociedad- y una bonanza económica que depende de dos factores sobre los que tiene disímil capacidad de decisión: el precio internacional de la soja y los productores sojeros altamente concentrados y muy eficientes en cuanto a productividad se refiere.
Tengamos en cuenta que la alianza entre la derecha radical de De la Rúa y el progresismo del FREPASO se hundió apenas asomaron las graves contingencias económico-financieras que culminaron con la crisis de diciembre de 2001. Parafraseando a Raúl Alfonsín diríamos que con la soja se come y con el progresismo se conforma a la conciencia. Por tratarse de una situación inédita en la Argentina, haría falta más espacio y otro contexto para profundizar en esta interesante cuestión.
Lo que resulta apodíctico es que en tanto no se produzcan turbaciones económicas que disipen la percepción de bonanza estable que predomina en el electorado, la díada soja/progresismo no correrá peligro de una brusca disociación. La única amenaza real que acecha a esta electoralmente exitosa fórmula es un desmadre de la inflación, acechanza ésta que requiere habilidades que el Gobierno no ha demostrado hasta ahora poseer.
III. Perfil provisorio del votante cristinista.
Con todo lo que llevamos dicho, de compartirse las grandes líneas trazadas, podemos intentar trazar un perfil del ciudadano que el 14 de agosto votó por Cristina.
En primer lugar, es preciso dibujar el contorno del espacio en el que se llevó a cabo la consulta obligatoria. Ese espacio no es otro que la bonanza económica percibida, cierto que acríticamente, por una gran mayoría de los que sufragaron por la continuidad del kirchnerismo en el mando político de la Nación. Si ese espacio se redujera en una medida imposible de disimular mediante la pericia gubernamental en la suplantación de la realidad por los relatos, es probable que la mayoría puesta de manifiesto en agosto se redujera hasta alcanzar extremos que pudieran amenazar la estabilidad y la continuidad del Gobierno. De esta manera, extraemos el primer corolario: el fundamento del voto cristinista es la dominante sensación positiva en relación a la marcha de los asuntos económicos. Se ha demostrado, pues, la inutilidad de centrar los mensajes de los opositores en las acechanzas que el futuro depararía al modelo vigente. También ha servido de poco la insistencia de periodistas y expertos observadores críticos de la realidad económica, cuando han puesto de manifiesto que, con un gobierno menos propicio a la confrontación por la confrontación misma y, a la vez, provisto de mejores administradores que aseguraran una mayor previsibilidad en la gestión de los asuntos públicos las cosas irían mucho mejor. La moraleja de esta posición crítica no deja de ser verosímil: hemos desaprovechado, bajo la conducción de Néstor y Cristina, los siete años de vacas gordas con que la Providencia nos ha favorecido. No obstante, esta apreciación que puede sustentarse estadísticamente en la realidad de los hechos, no ha interesado a las mayorías que descreen, en la práctica, de la existencia del llamado viento de cola. En otras palabras: algo bueno deben haber hecho los Kirchner para que yo viva mejor que antes.
Vayamos ahora a trazar el perfil prometido, no dejando de tener presente que la conditio sine qua non de dicho trazado es el mantenimiento de la sensación de bonanza económica presente en el votante pro régimen.
1) Al votante cristinista lo encontramos en todos los estratos sociales. Desde los marginales, desocupados y subsidiados, hasta los privilegiados por la fortuna pasando por los sectores medios urbanos, sensibles a las proclamas de contenido ideológico presentes siempre en la oratoria de CFK y compartidas por los ciudadanos que hacen profesión de fe progresista.
2) La percepción de la bonanza económica es confrontada con el Gran Miedo del 2001. Aparece en esta instancia el raigal conservadurismo de una sociedad que no encuentra motivos suficientes para arriesgarse a un cambio que, por otra parte, no ha sido expuesto con claridad en qué consistiría.
3) Lo cual nos lleva de la mano a la ampliamente compartida desconfianza por los opositores cuyas demostraciones políticas desde el 29 de junio del 2009 han sido rayanas en la inanidad. Con el agregado que la UCR todavía parece tener que pagar un alto precio por haber padecido el síndrome De la Rúa y que el peronismo “opositor” de Eduardo Duhalde ha quedado reducido a una mínima expresión electoral, básicamente porque Duhalde no es creíble por motivos que todavía no han sido convenientemente investigados.
4) El votante de afectos y creencias progresistas, dividió sus preferencias entre el FAP de Binner y Cristina. En la medida en que el factor ideológico, manifestado en el espacio económico antes delineado, conserve su atractivo, es probable que se produzca, en un futuro indeterminado, un deslizamiento de votos de radicales, seguidores de Carrió y de Solanas, hacia el santafesino. Ello a pesar de la ambigüedad con la que ha jugado su rol opositor.
5) De la turbulenta experiencia delarruista podemos extraer una consecuencia que podría ser de aplicación en el futuro próximo. La alianza de facto entre progresistas y pancistas no resiste un aquilón frontal. Las circunstancias en las que el líder de la fracción progresista de la Alianza – “Chacho” Álvarez – huyó de la Vicepresidencia, constituyen una buena pedagogía para quien no se deje llevar por las apariencias.
6) De todas maneras, aun cuando el resultado favorable a CFK no haya sido verdaderamente del 50% de los votos emitidos, fraudes y picardías de por medio, lo cierto es que la sociedad argentina aparece dividida por mitades en relación al presente y al futuro próximo. Sólo que mientras la mitad favorable al régimen ha sido reunida en un solo haz, el 50% renuente a votar por Cristina no ha conseguido siquiera una imagen fotográfica de unidad. Y ello, lejos de los dichos de Binner, no se ha debido a profundas diferencias ideológicas, sino a una feroz competencia para quedarse en exclusiva con el papel de Gran Opositor.
7) Para decirlo sumariamente: soja + subsidios + progresismo liviano = Cristina para rato.
Carlos P. Mastrorilli.
Agosto 26 de 2011.
Destacamos el concepto de progresismo al que hemos dedicado un ensayo todavía inédito. La clase media urbana adhiere a esta ideología soft de manera casi inconsciente. Una vez caídos los paradigmas dominantes en el modernismo, el progresismo es lo que queda, hurgando aquí y allá en los restos del marxismo, el liberalismo y hasta en el psicoanálisis freudiano. El partido o el Gobierno que construya la agenda pública incorporando las materias que hemos enumerado, tiene, desde el vamos, una ventaja comparativa con quienes no conceden a esa temática un lugar destacado en sus propuestas.
Es cierto que una parte de estos medioclasistas requiere servicios gratuitos de los gobiernos tales como los que competen a la salud como a la educación. Pero también lo es que, por lo general, envían a sus hijos a colegios privados y se atienden a través de las llamadas “prepagas”. Es decir: sus ingresos – producto del salario o de alguna actividad autónoma- les permiten acceder a mejores niveles de atención que los que brindan los deteriorados subsistemas sociales financiados con los recursos del Estado Nacional, las provincias o los municipios. Una vez ubicados al margen de las demandas de gratuidad, reservan sus deliberaciones destinadas a establecer preferencias en relación a la agenda antes mencionada.
Así, pues, disponemos de la imagen de un votante de clase media, lo suficientemente autárquico en materia económica, que no recibe subsidios ni prebendas gubernamentales y que votó a Cristina el 14 de agosto. La explicación de su comportamiento electoral, presenta dos vertientes: una, la que tiene que ver con el temor de que su actual situación percibida como social y económicamente aceptable – y hasta como la única favorable para con sus intereses inmediatos- dos, la que tiende a descalificar a los opositores por motivos vinculados, principalmente, al pasado próximo.
En otro contexto nos detuvimos a examinar el uso político del miedo. Sobre la base, científicamente demostrada, de que el miedo, si bien posee connotaciones específicas vinculadas a uno o varios objetos de temor, genera efectos expansivos que se apartan de dichos objetos y producen personalidades atemorizadas que suelen aferrarse a cualquier elemento que les permita considerarse a salvo de peligros y acechanzas generalizadas. Decíamos en otro contexto: “Si bien es cierto que el miedo político se monta sobre ciertos mecanismos psíquicos que nada tienen que ver con él, tal como el miedo a las arañas o la hipocondría, lo cierto es que la población vive asediada por el temor de ser objeto de daños en su persona o en sus bienes. Ese temor, aun difuso y a veces no centrado en una amenaza real, genera lo que ha dado en llamarse sensación de inseguridad, concepto éste detrás del cual se pretende ocultar el incesante crecimiento de la criminalidad que padecen nuestras democracias. El efecto del miedo específicamente ligado a un dato de la realidad, se potencia con la angustia que deriva del temor a ser agredido de las mil maneras en que se puede serlo por el mero hecho de abandonar el domicilio. La calle, desde las acechanzas del tránsito automotor descontrolado hasta los arrebatadores y extorsionadores disimulados bajo el disfraz de cuidacoches, limpiavidrios y mendigos de más en más agresivos, es un campo de Agramante en el que los ciudadanos “decentes” se han acostumbrado a utilizar técnicas de defensa que, al desbordarse por la inacción de las fuerzas de seguridad, plantean a corto plazo un tipo de conflictos que sólo pueden resolverse por medios violentos. El miedo político se instala sobre este cuadro de situación. Cuando el padre fundador de la ciencia política, Thomas Hobbes, identificó al Estado con el monstruo bíblico del Leviatán, construyó la base de la teoría que sostiene que la evitación de toda muerte no deseada por los individuos es la única justificación, en último término, de la existencia del Estado, del mando y de la obediencia. Por eso, cuando los gobiernos en lugar de instaurar la paz social, la seguridad personal y el imperio del derecho se dedican a fomentar los miedos sociales e instalan la violencia como forma de dirimir los conflictos de intereses, lo que hacen es deteriorar el fundamento del Estado y la autoridad de los gobernantes que de protectores del bienestar general, se convierten en sus amenazas principales.” (Texto extraído de “Miedo, mentiras y desprecio”, septiembre de 2010)
Hay quienes han observado en estos conceptos la existencia de una contradicción. ¿Cómo- se preguntan- puede derivarse un comportamiento electoral favorable al gobierno que permite la expansión indefinida de la criminalidad y de la inseguridad personal que ella comporta? ¿Es que acaso no se busca a los culpables de esta situación entre los responsables de la seguridad y del orden público que son los gobernantes en ejercicio del poder? En realidad, lo que observamos cotidianamente son ejemplos redundantes del incremento del delito en casi todas las jurisdicciones de la República. Y la consecuencia directa de todo ello, es la angustia y a veces la ira de las víctimas o de sus allegados y vecinos. Ha habido, como consecuencia del descontrol policial, ataques a comisarías y otros edificios públicos. Pero al parecer, a pesar de la prédica de algunos comunicadores sociales que señalan al Gobierno nacional como el principal facilitador del clima de inseguridad predominante, los sectores agredidos no dirigen sus críticas y protestas contra las autoridades nacionales. Ni siquiera contra Daniel Scioli, el responsable más expuesto dados los niveles de criminalidad existentes en la Provincia. Luego de que la burbuja del “Ingeniero” Blumberg explotara, la clase media desistió de actuar en primera fila contra la innegable tolerancia- o complicidad, en algunos casos- de los gobiernos con las actividades delictivas de todo tipo.
Como se dijo antes, una población atemorizada, acobardada y amenazada con la ocurrencia de hechos que confirman las causas primarias del miedo, es más gobernable que una sociedad liberada de tales pasiones negativas. Para colmo de males, la ciudadanía recuerda con espanto la crisis económica e institucional de 2001/2002 en la que tanto los bienes materiales como la estabilidad del orden se vieron gravemente afectados. En la misma medida en que se suponga que Cristina los habrá de preservar de tales fuentes de horror, se explica el voto masivo de sectores de la clase media en la encuesta obligatoria del 14 de agosto.
El otro manantial de votos que CFK cosechó en la clase media, se relaciona puntualmente con una descalificación apriorística de los partidos y líderes de la oposición. Luego de conocidos los resultados de esa votación, se pudo ratificar lo previamente opinado casi por unanimidad: la Presidente reuniría más del 40% de adhesiones. Lo que nadie pronosticó es que ningún candidato opositor llegara siquiera al 20% de los sufragios emitidos.
Si dejamos de lado el resultado obtenido por la coalición encabezada por Hermes Binner – que se benefició fuera de dudas con el pobre desempeño de la UCR- lo que llama la atención es la magra recolección de sufragios obtenida por Duhalde y Ricardo Alfonsín. Nos hemos referido a esta cuestión en la primera nota de esta serie por lo que no añadiremos otros elementos a los ya publicados. Pero sí nos interesa ahora, examinar un poco más de cerca cómo se vincula el descrédito de la oposición más connotada con las preferencias de los sectores medios urbanos. En esta cuestión vuelve a cobrar importancia lo que llevamos dicho acerca de los temores, justificados o no, del electorado.
Si bien es cierto que en las ciudades más importantes del país Cristina ni siquiera alcanzó al preanunciado 40%, de todos modos ello no nos exime de analizar de qué manera los miedos medioclasistas influyeron en los resultados globales conocidos. Digamos: ¿por qué motivos existió un temor que bloqueó la emisión de un porcentaje aceptable de votos para Duhalde y para Alfonsín?
En primer lugar debemos considerar algo ya dicho más arriba: en la medida en que la percepción de los asuntos económicos sea positiva – aunque esta percepción se encuentre falseada por una visión de corto alcance- la población se vuelve eminentemente conservadora. ¿Conservadora de qué, se podría preguntar? Básicamente del statu quo. El concepto de conservador, no posee un sentido inequívocamente de derechas. Se tiende a conservar lo existente, así como los verdes pretenden conservar la naturaleza. El conservadurismo, más allá de la apropiación partidaria del vocablo, es antes una actitud que una ideología.
Se presenta, sin embargo, una aparente dificultad: ¿cómo se concilia el progresismo de los medioclasistas con la actitud conservadora en lo económico y en lo político? La respuesta hay que buscarla en la habilidad del kirchnerismo para articular una política de apariencia progresista – habida cuenta de la agenda que logró imponer a la consideración de la sociedad- y una bonanza económica que depende de dos factores sobre los que tiene disímil capacidad de decisión: el precio internacional de la soja y los productores sojeros altamente concentrados y muy eficientes en cuanto a productividad se refiere.
Tengamos en cuenta que la alianza entre la derecha radical de De la Rúa y el progresismo del FREPASO se hundió apenas asomaron las graves contingencias económico-financieras que culminaron con la crisis de diciembre de 2001. Parafraseando a Raúl Alfonsín diríamos que con la soja se come y con el progresismo se conforma a la conciencia. Por tratarse de una situación inédita en la Argentina, haría falta más espacio y otro contexto para profundizar en esta interesante cuestión.
Lo que resulta apodíctico es que en tanto no se produzcan turbaciones económicas que disipen la percepción de bonanza estable que predomina en el electorado, la díada soja/progresismo no correrá peligro de una brusca disociación. La única amenaza real que acecha a esta electoralmente exitosa fórmula es un desmadre de la inflación, acechanza ésta que requiere habilidades que el Gobierno no ha demostrado hasta ahora poseer.
III. Perfil provisorio del votante cristinista.
Con todo lo que llevamos dicho, de compartirse las grandes líneas trazadas, podemos intentar trazar un perfil del ciudadano que el 14 de agosto votó por Cristina.
En primer lugar, es preciso dibujar el contorno del espacio en el que se llevó a cabo la consulta obligatoria. Ese espacio no es otro que la bonanza económica percibida, cierto que acríticamente, por una gran mayoría de los que sufragaron por la continuidad del kirchnerismo en el mando político de la Nación. Si ese espacio se redujera en una medida imposible de disimular mediante la pericia gubernamental en la suplantación de la realidad por los relatos, es probable que la mayoría puesta de manifiesto en agosto se redujera hasta alcanzar extremos que pudieran amenazar la estabilidad y la continuidad del Gobierno. De esta manera, extraemos el primer corolario: el fundamento del voto cristinista es la dominante sensación positiva en relación a la marcha de los asuntos económicos. Se ha demostrado, pues, la inutilidad de centrar los mensajes de los opositores en las acechanzas que el futuro depararía al modelo vigente. También ha servido de poco la insistencia de periodistas y expertos observadores críticos de la realidad económica, cuando han puesto de manifiesto que, con un gobierno menos propicio a la confrontación por la confrontación misma y, a la vez, provisto de mejores administradores que aseguraran una mayor previsibilidad en la gestión de los asuntos públicos las cosas irían mucho mejor. La moraleja de esta posición crítica no deja de ser verosímil: hemos desaprovechado, bajo la conducción de Néstor y Cristina, los siete años de vacas gordas con que la Providencia nos ha favorecido. No obstante, esta apreciación que puede sustentarse estadísticamente en la realidad de los hechos, no ha interesado a las mayorías que descreen, en la práctica, de la existencia del llamado viento de cola. En otras palabras: algo bueno deben haber hecho los Kirchner para que yo viva mejor que antes.
Vayamos ahora a trazar el perfil prometido, no dejando de tener presente que la conditio sine qua non de dicho trazado es el mantenimiento de la sensación de bonanza económica presente en el votante pro régimen.
1) Al votante cristinista lo encontramos en todos los estratos sociales. Desde los marginales, desocupados y subsidiados, hasta los privilegiados por la fortuna pasando por los sectores medios urbanos, sensibles a las proclamas de contenido ideológico presentes siempre en la oratoria de CFK y compartidas por los ciudadanos que hacen profesión de fe progresista.
2) La percepción de la bonanza económica es confrontada con el Gran Miedo del 2001. Aparece en esta instancia el raigal conservadurismo de una sociedad que no encuentra motivos suficientes para arriesgarse a un cambio que, por otra parte, no ha sido expuesto con claridad en qué consistiría.
3) Lo cual nos lleva de la mano a la ampliamente compartida desconfianza por los opositores cuyas demostraciones políticas desde el 29 de junio del 2009 han sido rayanas en la inanidad. Con el agregado que la UCR todavía parece tener que pagar un alto precio por haber padecido el síndrome De la Rúa y que el peronismo “opositor” de Eduardo Duhalde ha quedado reducido a una mínima expresión electoral, básicamente porque Duhalde no es creíble por motivos que todavía no han sido convenientemente investigados.
4) El votante de afectos y creencias progresistas, dividió sus preferencias entre el FAP de Binner y Cristina. En la medida en que el factor ideológico, manifestado en el espacio económico antes delineado, conserve su atractivo, es probable que se produzca, en un futuro indeterminado, un deslizamiento de votos de radicales, seguidores de Carrió y de Solanas, hacia el santafesino. Ello a pesar de la ambigüedad con la que ha jugado su rol opositor.
5) De la turbulenta experiencia delarruista podemos extraer una consecuencia que podría ser de aplicación en el futuro próximo. La alianza de facto entre progresistas y pancistas no resiste un aquilón frontal. Las circunstancias en las que el líder de la fracción progresista de la Alianza – “Chacho” Álvarez – huyó de la Vicepresidencia, constituyen una buena pedagogía para quien no se deje llevar por las apariencias.
6) De todas maneras, aun cuando el resultado favorable a CFK no haya sido verdaderamente del 50% de los votos emitidos, fraudes y picardías de por medio, lo cierto es que la sociedad argentina aparece dividida por mitades en relación al presente y al futuro próximo. Sólo que mientras la mitad favorable al régimen ha sido reunida en un solo haz, el 50% renuente a votar por Cristina no ha conseguido siquiera una imagen fotográfica de unidad. Y ello, lejos de los dichos de Binner, no se ha debido a profundas diferencias ideológicas, sino a una feroz competencia para quedarse en exclusiva con el papel de Gran Opositor.
7) Para decirlo sumariamente: soja + subsidios + progresismo liviano = Cristina para rato.
Carlos P. Mastrorilli.
Agosto 26 de 2011.
Post Scriptum:
Ahora que “Cristina ya ganó”, las muy eficientes empresas encuestadoras de la Argentina, podrían dedicar parte de su valioso tiempo a investigar algunos interrogantes que no han quedado suficientemente dilucidados después del 14 de agosto. Aquí van algunas sugerencias:
1) ¿Por qué nuestros ciudadanos no consideran el dato “corrupción extendida” al momento de votar?
2) Como corolario de lo anterior: ¿por qué les parece normal que los funcionarios más encumbrados multipliquen sus patrimonios año a año y muchos hagan ostentación de las recientemente adquiridas fortunas?
3) ¿Por qué la clase media que votó a Cristina/Scioli no refleja en su comportamiento electoral las constantes demandas por una mayor protección frente al aumento de la criminalidad?
4) ¿Por qué a nadie parece interesarle el desmantelamiento de las Fuerzas Armadas y las cuestiones vinculadas a la defensa y a la seguridad de nuestras fronteras?
5) ¿A qué se debe el comprobado cortoplacismo de nuestra clase dirigente y de la población en general?
6) ¿Por qué no se han producido manifestaciones populares –como sí está sucediendo en Chile- en demanda de una mejor calidad de la educación obligatoria y gratuita?
7) ¿Por qué los políticos –opositores, claro- no se han unido para denunciar que no se puede absolver a nadie sospechado de participar o encubrir actos delictivos con la excusa de que “sabe mucho” y/o “es muy buen tipo”. (Vg. caso Zaffaroni)
8) Los ciudadanos ¿creen que el 14/08 existieron diversas formas de fraude electoral o piensan que se trató de “irregularidades” solamente achacables a la inmadurez de la cultura cívica de los argentinos?
9) ¿En qué se basa la mayoría de los votantes para suponer que la inédita crisis que afecta a las economías desarrolladas no afectará a la Argentina?
10) ¿Cómo se explica que en una democracia que ya dura casi 20 años sin interrupciones golpistas, el 70% de los jóvenes desconozcan los principios básicos de la Constitución?(Cfr. encuesta de septiembre de 2009 de D&P)
CPM
Agosto 29 de 2011.
Ahora que “Cristina ya ganó”, las muy eficientes empresas encuestadoras de la Argentina, podrían dedicar parte de su valioso tiempo a investigar algunos interrogantes que no han quedado suficientemente dilucidados después del 14 de agosto. Aquí van algunas sugerencias:
1) ¿Por qué nuestros ciudadanos no consideran el dato “corrupción extendida” al momento de votar?
2) Como corolario de lo anterior: ¿por qué les parece normal que los funcionarios más encumbrados multipliquen sus patrimonios año a año y muchos hagan ostentación de las recientemente adquiridas fortunas?
3) ¿Por qué la clase media que votó a Cristina/Scioli no refleja en su comportamiento electoral las constantes demandas por una mayor protección frente al aumento de la criminalidad?
4) ¿Por qué a nadie parece interesarle el desmantelamiento de las Fuerzas Armadas y las cuestiones vinculadas a la defensa y a la seguridad de nuestras fronteras?
5) ¿A qué se debe el comprobado cortoplacismo de nuestra clase dirigente y de la población en general?
6) ¿Por qué no se han producido manifestaciones populares –como sí está sucediendo en Chile- en demanda de una mejor calidad de la educación obligatoria y gratuita?
7) ¿Por qué los políticos –opositores, claro- no se han unido para denunciar que no se puede absolver a nadie sospechado de participar o encubrir actos delictivos con la excusa de que “sabe mucho” y/o “es muy buen tipo”. (Vg. caso Zaffaroni)
8) Los ciudadanos ¿creen que el 14/08 existieron diversas formas de fraude electoral o piensan que se trató de “irregularidades” solamente achacables a la inmadurez de la cultura cívica de los argentinos?
9) ¿En qué se basa la mayoría de los votantes para suponer que la inédita crisis que afecta a las economías desarrolladas no afectará a la Argentina?
10) ¿Cómo se explica que en una democracia que ya dura casi 20 años sin interrupciones golpistas, el 70% de los jóvenes desconozcan los principios básicos de la Constitución?(Cfr. encuesta de septiembre de 2009 de D&P)
CPM
Agosto 29 de 2011.
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