Y EL BARCO ESTÁ A LA DERIVA
Por Eduardo Juan Salleras
10 de julio de 2011
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
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El barco está a la deriva y un enorme agujero tiene en su casco casi a nivel de flotación.
La capitana aún no se ha dado cuenta del desperfecto, por momentos lo sospecha pero… curiosamente su tripulación hace todos los esfuerzos para que ella no se entere.
La nave cada vez se va recargando más de gente que pretende vivir de su equipaje y de sus servicios.
Todos creen que porque el buen viento está de popa, el bajel seguirá navegando sin inconvenientes, ignorando el boquete y la sobrecarga inútil que lo hunde de a poco.
De vez en cuando se arriman a la costa, y ven a la gente en tierra, mucha esperanzada en que, en algún momento, tome amarras en la orilla y desembarque por fin la mercadería a distribuir, pero no saben que en la nave se repartieron todo el botín, y lo que en ella se transporta ya no es distribuible.
Tenemos que ir por más, dicen algunos tripulantes, haciendo caso omiso al buraco a nivel de flotación, y que poco a poco van haciendo agua.
O desembarcamos, reparamos en tierra el barco, o nos hundimos todos, da cuenta uno. Además se nos acaba el tiempo, debiendo renovar la autorización para navegar.
Cuando se arriman al puerto, comprenden que hay unos cuantos que están esperando su turno, que si bien saben de los inconvenientes de la embarcación para seguir flotando, tienen en claro, que reparándola, repartiendo el contenido de sus bodegas y bajando todos los inútiles, vagos y mentirosos que allí se asolean en cubierta, podrán llevar adelante una honrosa navegación.
Tenemos que renovar la autorización de navegación - propone uno - sin llevar la nave a tierra, porque si así lo hacemos se arrimará la gente a buscar su parte de la carga y se darán cuenta que no es cuestión de milanesas, pescado, lácteos y televisores para todos, sino que en sus almacenes se esconden los verdaderos tesoros compartibles, pero no compartidos, y que no pensamos compartir.
Otro propone, pretendiendo llevar tranquilidad a la comandancia, alcanzar alguna isla tropical y desembarcar una buena fracción de la riqueza.
La capitana, junta parte de la tripulación, a sus más confiados seguidores, dándole la siguiente orden, haciendo muestra de su capacidad de mando y de conducción: - naveguen despacio junto a la costa, lento para que la gente se arrime, mostrándoles el boquete en el casco… pero desde ese mismo hueco, arrójenles todas las dádivas posibles… y las imposibles, prométanselas a los gritos … entonces todos verán en ese buraco, no un agujero sino una ventana de dónde salen regalos, y mirarán a ellos y no a lo que llevamos dentro. Luego giraremos la nave frente al puerto a suficiente distancia, arrojando anclas, dejando el orificio mirando a mar abierto, y así nadie lo notará. Nos arrimaremos a la costa en bote, todos, y gestionaremos así, la nueva habilitación para comandar el barco…
- Disculpe capitana, pero así, por más que nos den autorización para seguir, continuaremos con el mismo problema, un barco sobrecargado y una perforación en el casco que si no ponemos los pies sobre la tierra, o mejor dicho la embarcación, no podemos arreglarlo… ¿qué nos sugiere entonces?
- Subirán a bordo solamente los que yo diga, quedando en la costa primero, los sindicalistas, esos solamente traen problemas en el viaje; después cambiaremos de marineros, aquellos gordos holgazanes los dejaremos en el muelle y subiremos a jóvenes livianitos con buena paga, los suficientes para la nave; de sub capitán quiero a hombre nuevo, confiable, así de vez en cuando puedo disfrutar de mis ganancias en esas islas tropicales… es que estoy agotada…
- Perdone, pero los que no serán parte de este nuevo viaje, pondrán el grito en el cielo.
- Que se las arreglen como puedan, ellos ya han sacado su parte de éste… allá ellos, ¿cómo harán en suelo firme para esconder lo que se robaron?
Desde luego que de esa situación probablemente se provoquen resentimientos y revancha, de hecho hablan entre ellos, la posibilidad de hacerle unos cuantos boquetes más; que no se hunda, pero sí que se vea bien adentro tanta piratería, que incluso no se pueda cargar más… y a la primer tormenta…náufragos… y fueron tantos los hombres al agua en su historia, dejando la nave abandonada a los vientos, a las mareas, a las corrientes… al mismo temporal. Una vez más, que va.
Es increíble, que teniendo el barco y la carta de navegación que tienen, extraordinarios ambos, envidiados uno y otro, por todos los navegantes del mundo, estén, con cada capitán y marineros, dándole tumbos y destrozando su casco.
Es que los buques son como los países, si éstos concentran las riquezas en unos pocos y en especial, en quién debe conducirlo, sin repartir sus tesoros en tiempo y justicia con el resto, acumulando peso en sus bodegas, y mareados, y perdidos, sin poder manejar tantos excesos, navegando en la opulencia y en los abusos, terminan siempre haciendo caso omiso a las boyas y a los faros, llenando de agujeros su estructura contra cuanta piedra se presente, y al final, cuando el timón maneja al capitán y no él al timón, motín a bordo señor…y el país se hunde, muchas veces sin que nadie lo note.
Solamente, con leer la carta de navegación y cumplirla a raja tabla, éste cómodo y de fácil manejo barco, navegará siempre sin dificultades, llevando y trayendo no exuberancias, sí bienestares y prosperidad, vaciando sus bodegas plenas a su tiempo.
¿Será tan difícil encontrar ese capitán?
El barco está a la deriva y un enorme agujero tiene en su casco casi a nivel de flotación.
La capitana aún no se ha dado cuenta del desperfecto, por momentos lo sospecha pero… curiosamente su tripulación hace todos los esfuerzos para que ella no se entere.
La nave cada vez se va recargando más de gente que pretende vivir de su equipaje y de sus servicios.
Todos creen que porque el buen viento está de popa, el bajel seguirá navegando sin inconvenientes, ignorando el boquete y la sobrecarga inútil que lo hunde de a poco.
De vez en cuando se arriman a la costa, y ven a la gente en tierra, mucha esperanzada en que, en algún momento, tome amarras en la orilla y desembarque por fin la mercadería a distribuir, pero no saben que en la nave se repartieron todo el botín, y lo que en ella se transporta ya no es distribuible.
Tenemos que ir por más, dicen algunos tripulantes, haciendo caso omiso al buraco a nivel de flotación, y que poco a poco van haciendo agua.
O desembarcamos, reparamos en tierra el barco, o nos hundimos todos, da cuenta uno. Además se nos acaba el tiempo, debiendo renovar la autorización para navegar.
Cuando se arriman al puerto, comprenden que hay unos cuantos que están esperando su turno, que si bien saben de los inconvenientes de la embarcación para seguir flotando, tienen en claro, que reparándola, repartiendo el contenido de sus bodegas y bajando todos los inútiles, vagos y mentirosos que allí se asolean en cubierta, podrán llevar adelante una honrosa navegación.
Tenemos que renovar la autorización de navegación - propone uno - sin llevar la nave a tierra, porque si así lo hacemos se arrimará la gente a buscar su parte de la carga y se darán cuenta que no es cuestión de milanesas, pescado, lácteos y televisores para todos, sino que en sus almacenes se esconden los verdaderos tesoros compartibles, pero no compartidos, y que no pensamos compartir.
Otro propone, pretendiendo llevar tranquilidad a la comandancia, alcanzar alguna isla tropical y desembarcar una buena fracción de la riqueza.
La capitana, junta parte de la tripulación, a sus más confiados seguidores, dándole la siguiente orden, haciendo muestra de su capacidad de mando y de conducción: - naveguen despacio junto a la costa, lento para que la gente se arrime, mostrándoles el boquete en el casco… pero desde ese mismo hueco, arrójenles todas las dádivas posibles… y las imposibles, prométanselas a los gritos … entonces todos verán en ese buraco, no un agujero sino una ventana de dónde salen regalos, y mirarán a ellos y no a lo que llevamos dentro. Luego giraremos la nave frente al puerto a suficiente distancia, arrojando anclas, dejando el orificio mirando a mar abierto, y así nadie lo notará. Nos arrimaremos a la costa en bote, todos, y gestionaremos así, la nueva habilitación para comandar el barco…
- Disculpe capitana, pero así, por más que nos den autorización para seguir, continuaremos con el mismo problema, un barco sobrecargado y una perforación en el casco que si no ponemos los pies sobre la tierra, o mejor dicho la embarcación, no podemos arreglarlo… ¿qué nos sugiere entonces?
- Subirán a bordo solamente los que yo diga, quedando en la costa primero, los sindicalistas, esos solamente traen problemas en el viaje; después cambiaremos de marineros, aquellos gordos holgazanes los dejaremos en el muelle y subiremos a jóvenes livianitos con buena paga, los suficientes para la nave; de sub capitán quiero a hombre nuevo, confiable, así de vez en cuando puedo disfrutar de mis ganancias en esas islas tropicales… es que estoy agotada…
- Perdone, pero los que no serán parte de este nuevo viaje, pondrán el grito en el cielo.
- Que se las arreglen como puedan, ellos ya han sacado su parte de éste… allá ellos, ¿cómo harán en suelo firme para esconder lo que se robaron?
Desde luego que de esa situación probablemente se provoquen resentimientos y revancha, de hecho hablan entre ellos, la posibilidad de hacerle unos cuantos boquetes más; que no se hunda, pero sí que se vea bien adentro tanta piratería, que incluso no se pueda cargar más… y a la primer tormenta…náufragos… y fueron tantos los hombres al agua en su historia, dejando la nave abandonada a los vientos, a las mareas, a las corrientes… al mismo temporal. Una vez más, que va.
Es increíble, que teniendo el barco y la carta de navegación que tienen, extraordinarios ambos, envidiados uno y otro, por todos los navegantes del mundo, estén, con cada capitán y marineros, dándole tumbos y destrozando su casco.
Es que los buques son como los países, si éstos concentran las riquezas en unos pocos y en especial, en quién debe conducirlo, sin repartir sus tesoros en tiempo y justicia con el resto, acumulando peso en sus bodegas, y mareados, y perdidos, sin poder manejar tantos excesos, navegando en la opulencia y en los abusos, terminan siempre haciendo caso omiso a las boyas y a los faros, llenando de agujeros su estructura contra cuanta piedra se presente, y al final, cuando el timón maneja al capitán y no él al timón, motín a bordo señor…y el país se hunde, muchas veces sin que nadie lo note.
Solamente, con leer la carta de navegación y cumplirla a raja tabla, éste cómodo y de fácil manejo barco, navegará siempre sin dificultades, llevando y trayendo no exuberancias, sí bienestares y prosperidad, vaciando sus bodegas plenas a su tiempo.
¿Será tan difícil encontrar ese capitán?
EJS
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