Imagen: matemedios
Luego del triunfo de 2009, la oposición inició un camino de permanente desintegración, como consecuencia de haber concertado alianzas circunstanciales que tuvieron sólo un mirada electoralista. La lógica de la construcción política electoral no fue suficiente para el tránsito hacia la construcción de Políticas de Estado Nacionales, que aglutinen voluntades opositoras al actual gobierno y seduzca al electorado. Por el contrario al poco tiempo de la derrota, el oficialismo recuperó la iniciativa transformando el fracaso electoral de 2009 en una posibilidad cierta de triunfo en octubre.
Se destaca con mayor nitidez el fracaso opositor, si se tiene en cuenta que el Gobierno deCristina Fernández, no goza del apoyo de la mayoría de los medios de comunicación, que en forma permanente estigmatizan a la figura de la Presidenta, sin hacer una crítica consistente a la gestión de gobierno y muy por el contrario construyendo un discurso teatral que no disimula las bambalinas que sostienen la frágil escenografía que se pretende ofrecer a la sociedad como parte de la realidad.
El problema que tiene la política argentina es que la oposición en este momento no se respalda en un partido político importante [en términos cuantitativos], ni tiene siquiera una expresión política ideológica. En la actualidad reposa en intereses extra-políticos, que no alcanzan a tener un espacio lo suficientemente representativo como para controlar, en la medida que estos intereses pretenden, las decisiones políticas de la sociedad.
Esta constatación no transforma al actual gobierno en abanderado de la independencia económica, ni de la soberanía política como tampoco de la justicia social. Sin embargo es un hecho que muchas de sus decisiones [no todas], fueron contra-fácticas a la orientación que había tomado la política nacional en los últimos 35 años.
No es la primera vez que los intereses extra-políticos, se encuentran en una coyuntura como la actual en la historia argentina. Cuando la decadencia conservadora derivó en la ley Saenz Peña, que democratizó la República imponiendo el voto obligatorio, secreto y universal, las expresiones partidarias conservadoras conocieron su real y escaso alcance popular. Con el triunfo de Hipólito Yrigoyen fueron desplazados del poder por dos períodos presidenciales completos y parte de un tercero que fue interrumpido por un golpe militar.
¿Qué recurso quedó a los sectores desplazados? Ante un horizonte que sólo auguraba derrotas electorales, ejercieron de manera sistemática la demonización del gobierno o su ridiculización para derivar en el tristemente conocido golpe militar de 1930 a cargo del General José Evaristo Uriburu, que inauguró una era de creciente inestabilidad y degradación institucional argentina que duró hasta 1983.
¿Era el radicalismo un abanderado de la democracia, un ejemplo de libertad y convivencia democrática? No en la medida en que lo pretenden sus seguidores, durante el período comprendido entre 1916 y 1930, alternó el poder con Marcelo T. de Alvear, expresión conservadora del partido radical.
En 1919 tuvo lugar la semana trágica [resultado del enfrentamiento de grupos paramilitares con activistas que culminó con 1000 muertos] y en 1921 el propio Hipólito Irigoyen ordenó al ejército argentino reprimir las huelgas obreras en la Patagonia, represión cuyo saldo terminó con 1.500 muertos, un verdadero genocidio.
En estos enfrentamientos estaba el germen de la reacción de intereses económicos extra-nacionales, que ante cualquier gobierno representativo de una mayoría consistente, considera que por el sólo hecho de serlo [y si perjuicio de sus contradicciones] representa un peligro al no ser totalmente funcional a dichos intereses.
El peronismo en las décadas del 40 y 50 del siglo XX implicó el mismo peligro, que terminó con la consiguiente demonización del régimen y posterior golpe militar. Para muchos, no ocurrió un fenómeno similar hasta la gestión de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
Tal vez sea prematuro hacer tal afirmación y si las analogías históricas resultan exageradas y para algunos hasta equivocadas en relación a la actual gestión de gobierno, no lo son si nos limitamos al análisis de la oposición, cuyas escasa representatividad política actual se haya dispersa en diferentes expresiones partidarias menores que no son equivalentes a la desproporcionada capacidad económica y mediática que disponen.
El problema argentino no radica en un gobierno que haya tomado algunas o muchas [según como se mire] decisiones contra-fácticas a los intereses que dominaron el país en la década del ’90 [y cuya presencia encontramos a lo largo de la historia nacional], sino en la falta de una oposición genuinamente representativa de intereses nacionales, que facilite una alternancia democrática genuina.
Mientras el radicalismo alfonsinista [hasta ahora, el único sector opositor en alza si se lo considera junto al Socialismo y al Proyecto Sur] se debata en sus contradicciones, pretendiendo seducir a sus adversarios internos [Julio Cobos y Ernesto Sanz] y al más rancio sector del autodenominado peronismo disidente, destruyendo toda coherencia ideológica en aras de unos presuntos votos más, no habrá espacio opositor suficiente para generar una alternancia genuina y una nueva diáspora amenaza con producirse en la naciente expresión opositora.
Las elecciones de octubre, están casi decididas, al menos que ocurra algo inesperado e improbable [que siempre puede ocurrir], sin embargo lo que está en juego es la estabilidad de un sistema que requiere de una oposición nacional, coherente y sólida que sepa ganarse la confianza del electorado para generar una genuina alternativa en 2015. El vacío político del rol opositor, permite su malversación por parte de intereses económicos y extra-nacionales que terminan debilitando las instituciones y beneficiándose económicamente ante la inoperancia y el analfabetismo político de nuestros dirigentes.
¿Qué recurso quedó a los sectores desplazados? Ante un horizonte que sólo auguraba derrotas electorales, ejercieron de manera sistemática la demonización del gobierno o su ridiculización para derivar en el tristemente conocido golpe militar de 1930 a cargo del General José Evaristo Uriburu, que inauguró una era de creciente inestabilidad y degradación institucional argentina que duró hasta 1983.
¿Era el radicalismo un abanderado de la democracia, un ejemplo de libertad y convivencia democrática? No en la medida en que lo pretenden sus seguidores, durante el período comprendido entre 1916 y 1930, alternó el poder con Marcelo T. de Alvear, expresión conservadora del partido radical.
En 1919 tuvo lugar la semana trágica [resultado del enfrentamiento de grupos paramilitares con activistas que culminó con 1000 muertos] y en 1921 el propio Hipólito Irigoyen ordenó al ejército argentino reprimir las huelgas obreras en la Patagonia, represión cuyo saldo terminó con 1.500 muertos, un verdadero genocidio.
En estos enfrentamientos estaba el germen de la reacción de intereses económicos extra-nacionales, que ante cualquier gobierno representativo de una mayoría consistente, considera que por el sólo hecho de serlo [y si perjuicio de sus contradicciones] representa un peligro al no ser totalmente funcional a dichos intereses.
El peronismo en las décadas del 40 y 50 del siglo XX implicó el mismo peligro, que terminó con la consiguiente demonización del régimen y posterior golpe militar. Para muchos, no ocurrió un fenómeno similar hasta la gestión de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
Tal vez sea prematuro hacer tal afirmación y si las analogías históricas resultan exageradas y para algunos hasta equivocadas en relación a la actual gestión de gobierno, no lo son si nos limitamos al análisis de la oposición, cuyas escasa representatividad política actual se haya dispersa en diferentes expresiones partidarias menores que no son equivalentes a la desproporcionada capacidad económica y mediática que disponen.
El problema argentino no radica en un gobierno que haya tomado algunas o muchas [según como se mire] decisiones contra-fácticas a los intereses que dominaron el país en la década del ’90 [y cuya presencia encontramos a lo largo de la historia nacional], sino en la falta de una oposición genuinamente representativa de intereses nacionales, que facilite una alternancia democrática genuina.
Mientras el radicalismo alfonsinista [hasta ahora, el único sector opositor en alza si se lo considera junto al Socialismo y al Proyecto Sur] se debata en sus contradicciones, pretendiendo seducir a sus adversarios internos [Julio Cobos y Ernesto Sanz] y al más rancio sector del autodenominado peronismo disidente, destruyendo toda coherencia ideológica en aras de unos presuntos votos más, no habrá espacio opositor suficiente para generar una alternancia genuina y una nueva diáspora amenaza con producirse en la naciente expresión opositora.
Las elecciones de octubre, están casi decididas, al menos que ocurra algo inesperado e improbable [que siempre puede ocurrir], sin embargo lo que está en juego es la estabilidad de un sistema que requiere de una oposición nacional, coherente y sólida que sepa ganarse la confianza del electorado para generar una genuina alternativa en 2015. El vacío político del rol opositor, permite su malversación por parte de intereses económicos y extra-nacionales que terminan debilitando las instituciones y beneficiándose económicamente ante la inoperancia y el analfabetismo político de nuestros dirigentes.
SEPA - Diario El Peso
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