¿HABRÁ QUE SEGUIR ESPERANDO?
Debe existir desde ya primero: ilusión, para luego perderla.
Pero convengamos que es un sentimiento de frustración importante, la decepción.
Ese sabor a desencanto nace de una equivocación, ahora ¿en qué me equivoqué?
Es una situación de contrariedad, es desengañarse, circunstancia que se alcanza solamente engañándose primero a sí mismo.
La desilusión produce una cierta tristeza, a partir que uno acuña una fantasía, un deseo de alcanzar algo.
¿Es mucho lo que uno añora? ¿Es imposible, es un desplante, una locura?
Mi esperanza no es una locura, una locura es lo que la hace abortar a cada intento de obtener cordura, razonabilidad, armonía, paz…
El desaliento es perder el aliento; desanimarse es perder el ánimo; es perder vigor, valor, audacia. Es aceptar inútil el esfuerzo.
¿Cómo no tener esperanza viviendo en un país como el nuestro? Todas las geografías, todos los climas, todas las riquezas productivas, todas las razas…y sin problemas étnicos: solamente estamos peleados con nosotros mismos, nos odiamos…no nos toleramos y encima nos hacemos daño.
Es así que voy encontrando la desilusión a cada paso.
Una vez, dialogando con una psicóloga amiga, ella me hablaba de la depresión y lo dramático que se transformaba la vida para la persona que la tiene. Es como un pozo del que no se puede salir porque ni siquiera se intenta hacerlo.
Le comenté que yo no me deprimía, sino que me “embolaba” (este término se refiere a enervarse, saturarse, ofuscarse). Y le pregunté si existía ese término en psicología. Me dijo que sí, pero a diferencia de la primera, el embole enoja, la depresión entristece.
Sigo tozudamente envistiendo contra la misma pared y seguiré por el resto de mis días. No logro mover un ladrillo, sin embargo en mis sueños veo los escombros y un muro desparramado por el suelo.
No me pongo a llorar debajo de ella, pero tal vez sea el momento de correrme, y dejarla, aunque sea el estorbo en mi camino… ¿por qué no otro?
Ese tabique se ha transformado en una muralla infranqueable.
Un parapeto de mediocridad, y a no confundir mediocre con incapaz, uno no puede, el otro no quiere y está conforme con su suerte.
Días pasados, tomé un taxi y el conductor me dijo: ¿UD cree que podemos estar mejor?
Discúlpeme - le respondí - UD no sabe que nuestro país es uno de los más ricos del mundo, que a principios de siglo XX se discutía si seríamos nosotros o EEUU la primera potencia mundial. Mírelos a ellos y mire dónde estamos nosotros. ¿No podemos acaso pretender vivir en paz, sin violencia, sin piquetes, sin arrebatos desde el poder, sin drogas o menos, sin mentiras sistemáticas, sin hambre, sin corrupción o menos, sin dirigentes que tengan a la ciudadanía secuestrada, sin inseguridad; sin mercenarios en la justicia, en el periodismo, en los sindicatos, en la gente? Eso sería suficiente.
Y bueno – me respondió – pero así estamos bien…
Se ha hecho algo cultural… y ¿qué más podemos pedir?
Me desespera que no se aspire en lo más mínimo a mejorar, sin referirme estrictamente a lo económico o social… ¿acaso no merecemos una sociedad normal, un sistema político republicano, una justicia independiente y legisladores que representen a los votantes y no como los de ahora, verdaderos lacayos del gran capo?
Estoy realmente desencantado, y para estarlo primero debí encantarme, ¿cómo no soñar?, ¿cómo no atrevernos a todas las utopías?, ¿cómo no imaginar nuestros deseos?
Sin embargo vemos malograr la ambición, el empeño…las aspiraciones…pero así estamos bien…
El problema no es si seguir, si no por dónde. ¿Insistir? ¿Hasta cuándo? ¿Para qué?
Tal vez pretendí circular por donde está prohibido, pero ¿quién lo prohíbe y por qué?
Yo diría que hay una subversión de valores, y quizás diciéndolo así esté equivocado. Debería decir entonces, han cambiado los valores, estos son otros y son los que están bien hoy.
¿Qué hago con los de antes que chocan con los de ahora y para mi eran los correctos?
Esta es mi gran cuestión. No sé si irme o quedarme; hacer la mía sin mirar a los costados; si seguir luchando o entregarme; si soñar o ni siquiera descansar; adoptar las mentiras como verdades; sobrevivir en vez de disfrutar la vida.
Y sin embargo soy feliz porque gracias a Dios tengo un buen entorno y muy fina la sensibilidad. Disfruto entonces de mi familia, de mis amigos, de alguna gente, de mi perro…
Gusto de mi trabajo, de mis paisajes, del viento, de la calma, de las noches, de los días; del frío y del calor; del otoño y de la primavera.
Así y todo perdí mi ilusión...de ver otro país, otra gente, otra sociedad.
No puedo vivir entre mediocres porque yo lo soy, pero me reúso a serlo, quiero mejorar… ¿Con qué modelo? ¿Cuál es el espejo en que me debo mirar?
El tiempo pasa y los años van acortando los límites… ¿Cuándo voy a saltar el cerco, cuando mis piernas ya no me den?
Es cuestión de cambiar, de transformarse o de irse.
Por Eduardo Juan Salleras 10/05/2011
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
En estos días sentí el sabor de la desilusión, en muchas cosas.
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
En estos días sentí el sabor de la desilusión, en muchas cosas.
Pero ¿Qué significa desilusionarse? Perder la ilusión, si bien dicen que no es lo mismo tener esperanza que ilusión.
También podemos interpretar una desilusión como una decepción.
Debe existir desde ya primero: ilusión, para luego perderla.
¿Por qué debo yo ilusionarme? ¿Qué razón tengo para crear esa expectativa?
No tengo razón para desilusionarme, si antes no me ilusiono.
No tengo razón para desilusionarme, si antes no me ilusiono.
Pero convengamos que es un sentimiento de frustración importante, la decepción.
Ese sabor a desencanto nace de una equivocación, ahora ¿en qué me equivoqué?
Es una situación de contrariedad, es desengañarse, circunstancia que se alcanza solamente engañándose primero a sí mismo.
La desilusión produce una cierta tristeza, a partir que uno acuña una fantasía, un deseo de alcanzar algo.
¿Es mucho lo que uno añora? ¿Es imposible, es un desplante, una locura?
Mi esperanza no es una locura, una locura es lo que la hace abortar a cada intento de obtener cordura, razonabilidad, armonía, paz…
El desaliento es perder el aliento; desanimarse es perder el ánimo; es perder vigor, valor, audacia. Es aceptar inútil el esfuerzo.
¿Cómo no tener esperanza viviendo en un país como el nuestro? Todas las geografías, todos los climas, todas las riquezas productivas, todas las razas…y sin problemas étnicos: solamente estamos peleados con nosotros mismos, nos odiamos…no nos toleramos y encima nos hacemos daño.
Es así que voy encontrando la desilusión a cada paso.
Una vez, dialogando con una psicóloga amiga, ella me hablaba de la depresión y lo dramático que se transformaba la vida para la persona que la tiene. Es como un pozo del que no se puede salir porque ni siquiera se intenta hacerlo.
Le comenté que yo no me deprimía, sino que me “embolaba” (este término se refiere a enervarse, saturarse, ofuscarse). Y le pregunté si existía ese término en psicología. Me dijo que sí, pero a diferencia de la primera, el embole enoja, la depresión entristece.
Sigo tozudamente envistiendo contra la misma pared y seguiré por el resto de mis días. No logro mover un ladrillo, sin embargo en mis sueños veo los escombros y un muro desparramado por el suelo.
No me pongo a llorar debajo de ella, pero tal vez sea el momento de correrme, y dejarla, aunque sea el estorbo en mi camino… ¿por qué no otro?
Ese tabique se ha transformado en una muralla infranqueable.
Un parapeto de mediocridad, y a no confundir mediocre con incapaz, uno no puede, el otro no quiere y está conforme con su suerte.
Días pasados, tomé un taxi y el conductor me dijo: ¿UD cree que podemos estar mejor?
Discúlpeme - le respondí - UD no sabe que nuestro país es uno de los más ricos del mundo, que a principios de siglo XX se discutía si seríamos nosotros o EEUU la primera potencia mundial. Mírelos a ellos y mire dónde estamos nosotros. ¿No podemos acaso pretender vivir en paz, sin violencia, sin piquetes, sin arrebatos desde el poder, sin drogas o menos, sin mentiras sistemáticas, sin hambre, sin corrupción o menos, sin dirigentes que tengan a la ciudadanía secuestrada, sin inseguridad; sin mercenarios en la justicia, en el periodismo, en los sindicatos, en la gente? Eso sería suficiente.
Y bueno – me respondió – pero así estamos bien…
Se ha hecho algo cultural… y ¿qué más podemos pedir?
Me desespera que no se aspire en lo más mínimo a mejorar, sin referirme estrictamente a lo económico o social… ¿acaso no merecemos una sociedad normal, un sistema político republicano, una justicia independiente y legisladores que representen a los votantes y no como los de ahora, verdaderos lacayos del gran capo?
Estoy realmente desencantado, y para estarlo primero debí encantarme, ¿cómo no soñar?, ¿cómo no atrevernos a todas las utopías?, ¿cómo no imaginar nuestros deseos?
Sin embargo vemos malograr la ambición, el empeño…las aspiraciones…pero así estamos bien…
El problema no es si seguir, si no por dónde. ¿Insistir? ¿Hasta cuándo? ¿Para qué?
Tal vez pretendí circular por donde está prohibido, pero ¿quién lo prohíbe y por qué?
Yo diría que hay una subversión de valores, y quizás diciéndolo así esté equivocado. Debería decir entonces, han cambiado los valores, estos son otros y son los que están bien hoy.
¿Qué hago con los de antes que chocan con los de ahora y para mi eran los correctos?
Esta es mi gran cuestión. No sé si irme o quedarme; hacer la mía sin mirar a los costados; si seguir luchando o entregarme; si soñar o ni siquiera descansar; adoptar las mentiras como verdades; sobrevivir en vez de disfrutar la vida.
Y sin embargo soy feliz porque gracias a Dios tengo un buen entorno y muy fina la sensibilidad. Disfruto entonces de mi familia, de mis amigos, de alguna gente, de mi perro…
Gusto de mi trabajo, de mis paisajes, del viento, de la calma, de las noches, de los días; del frío y del calor; del otoño y de la primavera.
Así y todo perdí mi ilusión...de ver otro país, otra gente, otra sociedad.
No puedo vivir entre mediocres porque yo lo soy, pero me reúso a serlo, quiero mejorar… ¿Con qué modelo? ¿Cuál es el espejo en que me debo mirar?
El tiempo pasa y los años van acortando los límites… ¿Cuándo voy a saltar el cerco, cuando mis piernas ya no me den?
Es cuestión de cambiar, de transformarse o de irse.
Eduardo Juan Salleras
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