“LOS AMBICIOSOS NUNCA BUSCAN LA FELICIDAD DEL PUEBLO”

Una nota de Roberto Muñoz publicada en RazonEs de Ser --- Hoy (sábado 7 de mayo) la abanderada de los descamisados cumpliría 92 años. Su bondad apasionada, junto al general Perón, puso a la Argentina de cara al siglo XXI, sembró la solidaridad con los pobres y forjó la definitiva liberación cívica de la mujer argentina Nacida en la polvorienta localidad bonaerense de Los Toldos, en medio de su carrerra artística, recibió el soplo de la Historia. Fue en medio del torbellino político que había hecho sucumbir al régimen fraudulento de la llamada “Década Infame”. Y causalmente un terremoto, el que asoló en 1944 la provincia de San Juan, engarzó su destino con el destino del entonces coronel Perón y nuestra Patria, que se resumió en una legendaria lucha amorosa. Quizá en esos años, podría decirse que nació su trascendencia histórica, en comunión con su pueblo. Eva, en solo siete años, cinceló esperanza y justicia social en tal magnitud, que aún viven en la buena memoria de los argentinos y del mundo. Apasionada, con denuedo, ayudó como nunca antes a desposeídos, ancianos y chicos con su legendaria Fundación que los trabajadores cimentaron con sus aportes y bautizaron con su nombre. Su ímpetu tuvo su primera gran prueba cuando Perón fue detenido en la isla Martín García. Eran las jornadas que incubaban el 17 de octubre de 1945. Más tarde, en otras circunstancias su empuje sirvió para suavizar conflictos internos, como ocurrió con la huelga del gremio ferroviario durante la primera presidencia de Perón. Y también, para llevar a Europa de post guerra, la nueva del Justicialismo que se expresó con mayor nitidez en el envío solidario de trigo a una España desangrada y hambrienta. La Ley de Voto Femenino, que impulsó, permitió en 1951 que las mujeres argentinas, la mitad de nuestra población, tomase en sus manos el ejercicio de sus derechos cívicos. Puso así fin al marginamiento de ciudadanas de segunda que hasta entonces sufrían por un régimen de minorías oligárquicas conservadoras... Fue la mayor transformación democrática del siglo XX en nuestra Patria. En esos días, irónicamente, Evita gestó su ‘renunciamiento’ en memorable diálogo con un millón de manifestantes que, concentrados a lo largo de la avenida 9 de Julio, en el llamado Cabildo Abierto, le pedían que fuera candidata a vicepresidenta de la Nación. Una Evita a los 92 años, podríamos imaginarla entonces, a través de la vigencia de sus definiciones fundamentales, que siguen siendo una enorme contribución para alcanzar una convivencia democrática entre los argentinos. En su obra Mi Mensaje, inédita durante 32 años, sostuvo: Frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso de los pueblos también los hombres se dividen en los tres campos eternos del odio, de la indiferencia y del amor. Hay fanáticos del pueblo. Hay enemigos del pueblo. Y hay indiferentes. Estos pertenecen a la clase de hombre que Dante señaló ya en las puertas del infierno. Nunca se juegan por nada. Son como "los ángeles que no fueron ni fieles ni rebeldes". Y con su indomable intransigencia, en ese mismo texto, advirtió sobre con aquellos dirigentes dominados por la ambición, “Nunca buscan la felicidad del pueblo, siempre buscan más bien su propia vanidad y enriquecerse pronto. El dinero, el poder y los honores son las tres grandes "causas", los tres "ideales" de todos los ambiciosos. No he conocido ningún ambicioso que no buscase alguna de estas tres cosas o las tres al mismo tiempo. Los pueblos deben cuidar a los hombres que elige para regir sus destinos. Y deben rechazarlos y destruirlos cuando los vean sedientos de riqueza, de poder o de honores. La sed de riquezas es fácil de ver. Es lo primero que aparece a la vista de todos. Sobre todo a los dirigentes sindicales hay que cuidarlos mucho. Se marean también ellos y no hay que olvidar que cuando un político se deja dominar por la ambición es nada más que un ambicioso; pero cuando un dirigente sindical se entrega al deseo de dinero, de poder o de honores es un traidor y merece ser castigado como un traidor. El poder y los honores seducen también intensamente a los hombres y los hacen ambiciosos. Empiezan a trabajar para ellos y se olvidan del pueblo. Esta es la única manera de identificarlos. El pueblo tiene que conocerlos y destruirlos. Solamente así, los pueblos serán libres. Porque todo ambicioso es un prepotente capaz de convertirse en un tirano. ¡Hay que cuidarse de ellos como del diablo! El amor por su pueblo y por Perón le hizo expresar. Quiero vivir eternamente con Perón y con mi Pueblo. Esta es mi voluntad absoluta y permanente y será también por lo tanto cuando llegue mi hora, la última voluntad de mi corazón. Donde esté Perón y donde estén mis descamisados allí estará siempre mi corazón para quererlos con todas las fuerzas de mi vida y con todo el fanatismo de mi alma. Cortesía del autor (caraycecaonline)