Aviones Gloster Meteor de la Armada de guerra nacional dejan caer sin aviso sobre el pueblo desprevenido nueve toneladas y media de explosivos, incluso una bomba que estalló en el techo de la Casa Rosada y otra que destruyó totalmente a un trolebús repleto de pasajeros.
Era la antesala de la trágica irrupción oligárquica-imperial de tres meses después, que iba a acabar con el gobierno del general Perón.
Un gobierno que entre 1946 y 1955, partiendo de un país tan pobre, injusto y dependiente como el que hoy sufrimos, supo construir una nueva Argentina justa, libre y soberana, modelo para todas las naciones de América.
Que pudo crear un ministerio de trabajo, triplicar los salarios y asignarle a los trabajadores más de la mitad del producto bruto nacional.
Que pudo crear un ministerio de educación y quintuplicar el presupuesto en esa área, doblar el sueldo de los docentes, y construir más escuelas que las hechas a lo largo de toda la historia del país.
Que pudo crear un ministerio de salud pública y multiplicar cincuenta veces su presupuesto, y bajar en solo dos años los casos de paludismo de veintitrés mil a quinientos.
Que construyó, por ejemplo, entre otras setenta y seis mil obras públicas, un gasoducto de mil setecientos kilómetros que transportaba diariamente un millón de metros cúbicos de gas; que construyó también, por ejemplo, el aeropuerto internacional más grande del mundo.
Que produjo todo el carbón, el aluminio, el gas y el petróleo que se consumía. Que creó una planta nacional de energía atómica.
Que convirtió al país en uno de los seis que volaban sus propios aviones a chorro.
Que canceló totalmente la deuda externa.
Que duplicó la renta nacional.
No, estas estadísticas de sueños que en nueve años pusieron al país como modelo de dignidad y desarrollo no podían seguir. Había que acabar con el gobierno del general Perón.
Transcribimos el fragmento que describe el dramático acontecimiento del 16 de junio de 1955 del magnífico historiador Salvador Ferla en “Mártires y Verdugos”, Editorial Revelación, 3ra. Edición, Buenos Aires, octubre de 1972, páginas 24 y 25.
[...] La oligarquía ambiciona el regreso al poder total, la restauración de su régimen y la anulación del proceso revolucionario iniciado en 1943. Conoce los obstáculos porque los ha palpado y reiteradamente se ha roto las narices contra ellos. Son el pueblo politizado, presente, activo; y el ejército, colocado en su exacta ubicación nacional. Al primero planea anestesiarlo mediante el terror; al segundo desarticularlo y reestructurarlo en milicia partidaria a sus órdenes.
La primera y potente inyección de anestesia la recibe el pueblo el 16 de junio de 1955. Ese día sucede en Buenos Aires algo espantoso y absolutamente inconcebible: una formación de aviones navales bombardea Plaza de Mayo.
Que pudo crear un ministerio de educación y quintuplicar el presupuesto en esa área, doblar el sueldo de los docentes, y construir más escuelas que las hechas a lo largo de toda la historia del país.
Que pudo crear un ministerio de salud pública y multiplicar cincuenta veces su presupuesto, y bajar en solo dos años los casos de paludismo de veintitrés mil a quinientos.
Que construyó, por ejemplo, entre otras setenta y seis mil obras públicas, un gasoducto de mil setecientos kilómetros que transportaba diariamente un millón de metros cúbicos de gas; que construyó también, por ejemplo, el aeropuerto internacional más grande del mundo.
Que produjo todo el carbón, el aluminio, el gas y el petróleo que se consumía. Que creó una planta nacional de energía atómica.
Que convirtió al país en uno de los seis que volaban sus propios aviones a chorro.
Que canceló totalmente la deuda externa.
Que duplicó la renta nacional.
No, estas estadísticas de sueños que en nueve años pusieron al país como modelo de dignidad y desarrollo no podían seguir. Había que acabar con el gobierno del general Perón.
Transcribimos el fragmento que describe el dramático acontecimiento del 16 de junio de 1955 del magnífico historiador Salvador Ferla en “Mártires y Verdugos”, Editorial Revelación, 3ra. Edición, Buenos Aires, octubre de 1972, páginas 24 y 25.
[...] La oligarquía ambiciona el regreso al poder total, la restauración de su régimen y la anulación del proceso revolucionario iniciado en 1943. Conoce los obstáculos porque los ha palpado y reiteradamente se ha roto las narices contra ellos. Son el pueblo politizado, presente, activo; y el ejército, colocado en su exacta ubicación nacional. Al primero planea anestesiarlo mediante el terror; al segundo desarticularlo y reestructurarlo en milicia partidaria a sus órdenes.
La primera y potente inyección de anestesia la recibe el pueblo el 16 de junio de 1955. Ese día sucede en Buenos Aires algo espantoso y absolutamente inconcebible: una formación de aviones navales bombardea Plaza de Mayo.
El pretexto es matar a Perón, a quien suponen en la Casa de Gobierno, para lo cual se bombardea la plaza, se ametralla la Avenida de Mayo, y hasta hay un avión que regresa de su fuga para lanzar una bomba olvidada. Cientos de cadáveres quedan sembrados en la plaza histórica y sus adyacencias, unos pertenecientes a civiles que habían acudido en apoyo al gobierno, y otros de anónimos transeúntes.
Es el primer castigo, la primera dosis de castigo administrada al pueblo.
Es el fusilamiento aéreo, múltiple, bárbaro, anónimo, antecesor de los que luego realizarían en tierra firme con nombres y apellidos [se refiere a la masacre de José León Suárez en la represión del levantamiento cívico-militar del 9 de junio de 1956, a los mártires y verdugos que le dan título al libro].
Entre este grupo de aviadores [entre los que estaba el capitán Osvaldo Cacciatore, que después del 76 cobraría fama y fortuna como intendente porteño del Proceso] que mata desde el aire a una multitud, y los agentes de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que “fusilan” a un núcleo de civiles en un basural, tirándoles a quemarropas sin previo aviso, solamente existe una diferencia de ubicación.
Este episodio criminal, este acto terrorista comparable al cañoneo de Alejandría y de ciudades persas efectuados por la flota inglesa, también con propósitos de escarmiento, no tiene antecedentes en la historia de los golpes de estado.
Porque hasta en la lucha entre naciones está proscripto el ataque a ciudades indefensas, y porque la guerra aérea, con el bombardeo a poblaciones civiles, ha sido una tremenda calamidad traída como novedad por la última guerra mundial, que ha merecido el repudio unánime universal.
Nuestro pueblo, que estuvo alejado del escenario de esa guerra, que jamás pudo con su imaginación reproducir la imagen aproximada de un bombardeo aéreo, experimenta ese horror -el horror del siglo- en carne propia, por gestión de su propia aviación.
Y esa aviación que nunca había tenido que bombardear a nadie, que no sabía lo que era un bombardeo real, hace su bautismo de guerra con su propio pueblo, en su propia ciudad capital.
El 16 de junio de 1955, sufrimos los argentinos nuestro Pearl Harbour interno, donde la víctima es el pueblo y el agresor la oligarquía.
2 comentarios:
Lo que sucedió es verdad y fue terrible, pero la fotografía corresponde al año 1939 cuando los alemanes tomaron Polonia (en la foto se puede observar a un soldado alemán caminando sobre los cadáveres rociandolos con combustible para luego incinerarlos, es una foto muy conocida)
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