por Jorge
Hablé con Rafaela la otra noche. La cosa de saber cómo están, qué tal todo por el pueblo… Y con esa disculpapreguntarle por lo del escrache que servidor había escrito unos días antes.
Ella sabe perfectamente lo que es eso del escrache: ve la tele, escucha la radio y está bastante al día. Así que a lo tonto le conté lo que había escrito y le fui tirando de la lengua.
Mira, me dijo, a mí eso de que a la puerta de tu casa se te ponga una panda de gente pegando gritos y llamándote de todo pues no me parece bien, porque arreglar las cosas así a lo único que lleva es a más violencia cada vez que al final nos acabará salpicando a todos.
Ahora bien ¿sabes que yo hice algo parecido en una ocasión? ¿No te lo he contado nunca?
La casa donde vivimos sabes que tiene dos plantas y casi nos la hicimos con nuestras manos mi marido y yo. Con su proyecto, con todo lo que quieras, pero entre los dos. Dos años trabajando como mulas, porque claro, teníamos nuestro trabajo para comer y esto se fue haciendo en “horas libres”, domingos y fiestas.
Acabamos todo me acuerdo a finales de mayo. La gente más feliz del mundo. Deseando mudarnos a la casa nueva –no sabes bien cómo vivíamos entonces- y encima acabábamos de alquilar el piso de arriba. Éramos los reyes del mundo: casa nueva, trabajo y un piso para alquilar. Así que llegó el momento de ir al ayuntamiento a que nos dieran todos los papeles y poder contratar la luz y el agua para meternos a vivir unos y otros.
Con el alcalde yo no me llevaba bien. Cosas de familia de mucho tiempo. El caso es que dejé todo lo que me pedían… y ni caso. Un día faltaba un papel, otro no estaba el secretario, después una firma de no sé quién, luego una revisión, más tarde el certificado de, posteriormente el reguardo de otra cosa. Se pasaban los días y las semanas. Si pedía entrevista, no estaba. Vuelta de despacho en despacho, y mira que el ayuntamiento es pequeño. Pero nada de nada.
Hasta que decidí lanzarme a mi escrache particular. Tengo que decir que jamás insulté, ni grité, ni hubo amenazas. Eso sí, me convertí en la sombra del alcalde. ¿Qué iba al ayuntamiento? Yo me sentaba a la puerta de su despacho, o en la misma escalerita de entrada. ¿Qué a su casa? Rafaela tranquilamente haciendo punto a la puerta. Si marchaba a casa de familiares o amigos, detrás yo. Si acudía al bar a tomar café, servidora al lado. Decidí ser su sombra, y si alguien me preguntaba, yo siempre lo mismo: que estaba a ahí para ver si encontraba un rato el señor alcalde y me arreglaba unos papeles. Me costó tres semanas, pero al fin, no sé si por él mismo, o por su mujer, que estaba harta de verme, me citó en el despacho y salí con todo resuelto.
Los políticos son así. Hacen lo que les da la gana porque saben que los demás nos aguantamos. Te digo que desde ese día no he vuelto a tener problemas en el ayuntamiento con nadie. No sé si es que las cosas han cambiado, o si me tienen respeto.
No, No me gusta el escrache como se hace a base de insultos y tanta violencia. Pero hay veces que te das cuenta de que te toman el pelo de tal manera, que te lanzas a lo que sea. Mal está, pero a ver si van aprendiendo.
Oye, oye, ya que estamos hablando… ¿es verdad eso que me han dicho de que estás escribiendo un libro…? Ya me contarás…
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