A veces el desánimo invita a perder el norte. Muchos parecen resignados a vivir lo que viene como si fuera una mera extensión del presente. Tal vez sea eso lo que suceda, o quizás ocurra algo bien diferente.
La inmensa mayoría de las grandes transformaciones que contempló el mundo no se produjeron como consecuencia de una simple sucesión programada de hazañas y gestas previamente planificadas.
Fueron demasiadas las ocasiones en las que se desencadenaron circunstancias absolutamente inesperadas, que aceleraron procesos ya iniciados o encauzaron esfuerzos de un modo más ordenado. Es probable que no hayan sido casualidades, sino una serie de eventos que ayudaron a encaminar lo que se estaba gestándose pausadamente. No es un guiño del destino, sino más bien un atajo hacia la posteridad.
No se trata de no hacer nada pensando que de todos modos ocurrirá lo mejor, ni tampoco la idea es que se deba descansar en lo que proveerá el azar. Muy por el contrario, en todo caso tiene que ver con la eterna necesidad de estar preparados para que eso se constituya en una gran oportunidad plenamente disponible para ser aprovechada.
Si se revisa la historia de las mas épicas revoluciones del planeta, se encontraran relatos que hablan de esta maravillosa combinación de ciudadanos que pretendían progresar y una lista de decisiones políticas, aparentemente irrelevantes, que actuaron como el detonante de una situación que se acumulo por años, pero que ante una coyuntura especial, produjo un efecto dominó impensado, iniciando una cadena de incidentes, supuestamente inconexos, que culminaron con una monumental reforma.
El futuro siempre está plagado de incertidumbre. Es imposible saber fehacientemente lo que ocurrirá mañana mismo. Se puede proyectar y pronosticar, pero solo serán subjetivas estimaciones que, con mayor o menor precisión, describen las probabilidades de que algo puede acontecer.
Si se examina este tiempo se encontrarán situaciones por doquier que hablan de acciones que se fueron empalmando unas con otras. Y que quede claro que el mérito no pasa por tener algo de suerte, y esperar todo de ella, o simplemente creer en el destino como ordenador natural. Ninguno de esos dos ingredientes aislados, generan algo por sí mismos.
Lo que realmente impacta e incide de modo relevante es hacer todo lo necesario para estar preparados, listos, disponibles y entonces acompañar de forma activa los acontecimientos que permitan determinar el sendero a recorrer y encaminarse definitivamente hacia el futuro que viene.
Por eso, pese al permanente derrotismo y descontento, no se deben perder las esperanzas, ya no como un acto de fe, sino comprendiendo que si se asumen las responsabilidades, se puede estar preparado para cuando el tren pase, sabiendo que puede eso ocurrir solo una vez, y no estar despabilados implica desperdiciar una ocasión que puede no repetirse.
Todas las personas deben preguntarse qué están haciendo, además de quejarse, para prepararse para esa circunstancia irrepetible. Los dirigentes políticos podrían también cuestionarse acerca de lo que están haciendo para construir el puente hacia el porvenir. Muchos pueden creer que no tendrán chance alguna. El escenario actual les dice eso a diario, pero quizás no visualizan que un hecho cualquiera puede, mañana mismo, cambiar las reglas imprevistamente y ponerlos allí en el centro de la escena.
Cuantos de los personajes del presente están manejando el poder, sin tener los merecimientos suficientes para hacerlo. Los más están ahí porque fueron muy audaces y estuvieron alertas para dar el salto en el momento indicado. Nadie apostaba por ellos, muy pocos creían en sus posibilidades y es probable que casi todos los hayan subestimado demasiado.
Ellos llegaron. Creyeron en sí mismos y vale la pena reconocer que tuvieron ciertas virtudes que explican porque están donde están. La primera es haber comprendido cabalmente como funciona el sistema. Ellos sabían que sus talentos no eran tantos, pero que tendrían una posibilidad y todo se trataba entonces de utilizarla con efectividad. Fueron osados, siempre fueron por mas, no se conformaron con lo logrado y dieron entonces otro paso más y luego el siguiente, hasta el final.
Pero lo más importante, es que no esperaron pasivamente que todo ocurra casualmente, sino que se prepararon para tomar en sus manos la ocasión adecuada y subirse a esa oportunidad que, sabían que surgiría. Solo tenían que estar atentos, listos para explotarla al máximo, y así fue.
Es por esa misma razón que muchos no llegan. Bajan los brazos antes de tiempo, se rinden porque las evidencias parecen abrumadoras y solo incitan a someterse. Si la sociedad comprendiera esta simple dinámica, si solo lograra entender el rol de las eventualidades, tal vez se daría una oportunidad a sí misma y entonces los mejores, tendrían su chance soñada.
Puede no aparecer nunca esa contingencia, pero también cabe la posibilidad de que suceda y se abra esa ansiada puerta. Si no se está ahí, en el instante justo, con la postura correcta, es probable que la puerta se termine abriendo en vano sin que exista una segunda oportunidad.
El mañana es solo para quienes logren entenderlo. Para eso, resulta imprescindible estar despiertos, pero también hacer todos los deberes previos, ejercitarse, tener la gimnasia y los músculos entrenados.
El porvenir se define todos los días. En cualquier instante todo puede dar un giro brusco en el sentido deseado. Si se está ahí, se puede ser protagonista y así incidir para que el rumbo se modifique. De lo contrario, siempre se estará en la vereda de los espectadores. La clave es comprender la trascendencia de estar preparados.
Alberto Medina Méndez
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