Con las primeras luces del amanecer
A DESCANSAR QUE SE VIENE EL VENDAVAL
Por Eduardo Juan Salleras, 23 de enero de 2014.-
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente.
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Con las primeras luces del amanecer, abro la ventana, me incorporo en la cama, apoyo mi espalda en la cabecera y contemplo el mar, a metros, luego de sortear con la mirada unos pequeños médanos, con la vegetación típica: espartos y gramillas que no incomodan a la vista, y en seguida sí: la inmensidad.
No sólo disfruto con la mirada cuando despierto. Al dejar entrar la brisa suave y fresca tradicional de estos lugares marítimos - incluso de la costa argentina - se une a la habitación una fragancia inconfundible.
No es el perfume de una flor, ni el de todas mezcladas, interviene también lo verde de la vegetación, bautizados con el rocío joven del día que nace, el que enlaza los aromas con la bruma, creando una esencia sublime y es el aire de mar que lo distribuye con un toque de sal.
Así da pereza salir a andar la nueva jornada, aunque me tocan cosas por hacer que me dan paz y felicidad, como ir a caminar, y recorrer los caminos de Arachania.
El terreno dibuja subidas y bajadas de calles de tierra mejoradas con la abundante tosca y piedra de la zona.
En todas las cuadras hay casitas muy modestas donde habitan lugareños o pueden ser también una tímida finca de vacaciones, o de fin de semana de la gente de Rocha – ciudad capital del departamento – o de los productores agropecuarios de la región.
Entre ellas varias casas de vacaciones más importantes pero que dista mucho de la suntuosidad, como la que a mí me tocó. A pocas se les nota el toqué de un arquitecto, otras, en cambio, aunque lindas igual, se les descubre la ausencia de un profesional y sobre todo se adivina el haber sido construidas en etapas, que seguramente han respetado los momentos económicos del propietario.
Algunos de los hogares más humildes son verdaderos ranchos construidos con cuatro maderas clavadas y un improvisado techo de chapa o fibrocemento, pero a cada una le corresponde un buen terreno; uno piensa: ¿cómo pueden vivir allí? Lluvias y vientos fuertes, frio… Sin embargo ahí están, trabajan como artesanos en distintos rubros: madera, hierro, mimbre…
El 98% de los que hoy estamos aquí vacacionando son uruguayos, muy pocos compatriotas argentinos han elegido este lugar.
Es su gran encanto, la serenidad de convivir con estos atributos indispensables para el reposo y el bienestar.
En una de esas chozas de madera y chapa, vive un herrero artístico, al que recurrí para que me de dos puntos de soldadura en la cerradura del baúl de mi viejo Fiat Tipo 94. Hacía tiempo que no veía un hippie. Flaco, alto, pecoso, de ojos claros… cabello marrón rojizo, barba tipo chivo bien colorada… con ropa desalineada - por no decir harapienta - y un porte contento, como gozando su situación limitada. Lozano y campante se dispuso a hacer su tarea, con los pies descalzos, haciendo caso omiso a las chispas que volaban de la soldadura. Lo que me llamó la atención de este muchacho – más con esa pinta - es que, charlando con él, descubrí que estaba en desacuerdo con la liberalización de la marihuana, novedad hoy en Uruguay.
También un joven electricista que arregló mi alternador, estaba muy enojado con la medida de la libre “fumata”. Resultó ser de esos que suelen haber en los pueblos, verdaderos cráneos que reparan todo, desde electrodomésticos hasta autos. Del mismo modo vivía en una casita mínima con su esposa y cuatro hijos pequeños, muy bonitos - de tapa de revistas - y con cuatro chapas verticales, construyó su taller de 2 por 2, no más… y un importante desorden alrededor. Lo más gracioso fue cuando, preguntando por alguien que pudiera resolver mi problema eléctrico, un señor me índico: - Allá, después del 2º cartel hay una panadería, al lado una verdulería y siguiendo, está el lugar.
- Y ¿cómo se llama?
- Es muy fácil, se va a da cuenta: es un flaco que nos se parece a nadie.
Se dio vuelta y se fue sonriendo (¿?).
No sabría decir si Arachania es un pueblo o tan solo un lugar con viviendas. Del que la playa y el mar son partícipes obligados de cualquier hecho, porque están a dos o tres cuadras de todo. Y sus pobladores disfrutan con ganas esa bendición de Dios. A muchos se los ve bajar de tarde con sus cañas de pescar, reposeras para la patrona, pelota y barrenador para los chicos, y el infaltable, mate. Algunos caminando, otros en bicicleta o moto, van y regresan ya oscuro: los niños aún mojados, la doña, renegado con ellos y el jefe de la familia orgulloso, lleva en el balde la comida de la noche y, dependiendo de la suerte, tal vez de varios días más.
Uruguay para los argentinos es caro, no solamente porque nuestra moneda vale menos que un pedazo de papel, sino que es costoso en sí, incluso para los mismos habitantes orientales.
¿Cómo debe hacer entonces un argentino para sobrevivir en el Uruguay? Buscar un lugar acorde a sus ingresos, y luego vivir como un uruguayo… comer lo que ellos comen, gastar en lo que ellos gastan… y si se extraña algo, esta por delante el año para hartarse luego de ello.
De eso se trata la cosa: ser feliz con lo que nos toca en gracia… y adaptarse.
En realidad es mucho lo que hay para disfrutar como para afligirse de nuestra capacidad contributiva al turismo.
Es así que cada día que pasa me siento más cómodo, y si alguna vez dije que mi lugar en el mundo era La Pedrera, hoy diría que es cualquiera, mientras amanse mi carácter y me regale sus atributos naturales, porque está en mi tomarlos y disfrutarlos, o no.
Únicamente lamento que, mientras escribo todas estas cosas, en mi país se encargan que cada día me cuesten más dinero estas modestas vacaciones, porque cuando voy a transformar en pesos uruguayos nuestros inútiles billetes argentinos, su devaluación va casi por minuto… y pienso: debo aprovechar mejor mi veraneo, descansar, poner en paz mi alma, ya que el 2014, será para mi patria, un año dificilísimo.
¿Hasta cuándo?
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