Una nación sin utopías
Por Eduardo Juan Salleras, 24 de agosto de 2013.-
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
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Se cumplen, el 28, 50 años de aquel discurso de Martin Luther King Jr. “I HAVE A DREAM” (Yo tengo un sueño).
Ese sueño era solamente de igualdad, niños y niñas, blancos y negros, jugando juntos en una plaza, tomados de las manos.
Y por tener un sueño lo mataron… por soñar.
Yo también tengo una ilusión para mi país.
Deseo que algún día se termine la demagogia. Ese discurso embaucador de los populistas que se ríen de la gente, en particular de los pobres, cuando repartiendo lentejas se quedan al fin con el reino, y enseguida se ofenden cuando son cuestionados, peor aún, acusados de corrupción.
Inescrupulosos rodeados de tanto oro, que ya es imposible disimular.
En mi país hace ya mucho tiempo que gobiernan los charlatanes, de derecha o de izquierda, autoritarios con uniforme o de civil.
Mandan esos que dicen que la pobreza es digna y que pretenden fomentar villas de miseria, no solamente económica, sino social, cultural, espiritual, cívica… y los que no caben allí, los veremos tirados por las calles harapientos, desparramados en el suelo para dormir, cubiertos de trapos sucios, y procurando algún alero por si llueve o evitando alguna corriente de aire frio en el invierno, sin que el Estado haga nada por ellos.
¿De eso se trata la dignidad? Porque es lo que le exigimos a nuestros dirigentes: honor, mérito, respetabilidad.
Aquel que miente para mantenerse en el poder; que le roba a la población sin lograr hartar su avaricia; que divide a su pueblo en vez de hermanarlo para gobernar, y así seguir robando; aquel que dice que ES, todo lo que sabe que NO ES, o promete lo que no va a cumplir; ese no tiene nada que ver con la excelencia.
Yo tuve un sueño, que mi país estaba gobernado por ciudadanos, hombres y mujeres con grandeza, orgullosos de su entrega a la función pública.
En ese divague somnoliento pude visualizar a un pueblo que se escandalizaba hasta la reacción porque era despojado, no sólo de su bienestar, sino también de justicia y de libertad. Era gente que quería trabajo y no dádivas miserables. Que quería ser independiente y no sujeta al relato de turno o al encanto mágico de un movimiento político.
Recordé en ese viaje de fantasías, que hubo un tiempo en el que vivíamos mucho mejor que ahora. Porque no se necesitaba tanto dinero para ser un exitoso sino más bien honorabilidad, situación que ostentaba también el trabajador. Que la meta era la educación, la cultura, la intelectualidad, la sabiduría, la honradez, y también la laboriosidad. Quién era poseedor de cualquiera de estas virtudes tenía un capital de vida asegurado.
En esa era de ensueños, el ciudadano que llegaba a su retiro por edad, podía disfrutar la vida con su jubilación y con sus ahorros.
“Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día seremos libres.
Este será el día, este será el día en que todos los niños de Dios serán capaces de cantar con un nuevo significado: "Mi país, dulce tierra de libertad, sobre ti canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera, dejen resonar la libertad". Y si Estados Unidos va a convertirse en una gran nación, esto debe convertirse en realidad. Martin Luther King Jr.
Y murió por decir estas cosas. Ha pasado medio siglo de aquel formidable discurso que cambió, de a poco, la historia del primer país del mundo. Hoy EEUU tiene un presidente negro.
Después de 50 años, por estas latitudes, permitimos que desde el poder se persiga a la prensa independiente y a los que piensan distinto, pretendiendo imponer un relato totalmente divorciado con la realidad, logrando partir a la sociedad en tres de manera casi irreconciliable: los que están a favor del oficialismo, hoy los menos; los que están en contra, hoy los más; y los que se rascan para adentro, los de siempre.
Yo quiero soñar con un tiempo mejor…
En el que se respete nuestra ley madre: La Constitución Nacional, la de 1853, por sobre todas las cosas. Debe ser el punto común de la comunidad entera, de cualquier tendencia que fuese, porque ella habla de libertad, de igualdad, de derechos y también de obligaciones, sin distinción de razas, ni de culturas, mucho menos de cargos. Fue creada por Juan Bautista Alberdi, un hombre en el exilio, para el futuro de la República Argentina, para los demás, no para él, ni para un partido, ni para una ideología y mucho menos, para un movimiento. Inspirado, seguramente, en el Dogma Socialista de Esteban Echeverría, su maestro, su conductor y que él mismo ayudo a escribir.
Yo tuve un sueño… tengo miedo de despertar y tristeza por enfrentar la realidad.
Pero sin ilusiones, sin fantasías… sin utopías, no se construye una nación y mucho menos, se la rescata del disparate.
Soñé que un día alguien encendía la luz.
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