Los conceptos “izquierda” y “derecha” son, como es bien sabido, totalmente arbitrarios. Tradicionalmente a la “izquierda” se le ha identificado con las ideas progresistas -aunque todo depende de qué entendamos por progresismo, que no siempre lo es- y a la “derecha” se le ha identificado con las ideas conservadoras -que no siempre lo son-. Sus orígenes se remontan al siglo XVIII, a la Revolución Francesa y al sitio físico que ocupaban las distintas facciones en torno al Presidente de la Asamblea Constituyente. Los revolucionarios más radicales se sentaban a la izquierda y los menos radicales y monárquicos se sentaban a la derecha. En el centro se sentaba una masa de diputados neutros, indiferenciados. En algunos lugares, a la izquierda se le conoce como “liberales” y los de derecha siguen siendo conocidos como “conservadores”. Los términos suelen ir más allá incluyendo también los puntos de vista morales y religiosos.
Después de la Segunda Guerra mundial inició la era de la patologización sistemática de las ideas conservadoras. Los que se consideraban de izquierda empezaron a tratar a los de derecha, no como personas con un pensamiento distinto, de acuerdo a diversos factores culturales e influjos sociales, sino como personas con un problema psíquico. En su texto clásico titulado “La Personalidad Autoritaria”, Theodor Adorno, pensador de la llamada Escuela de Frankfurt o Escuela Crítica, acuñó un nuevo modo de ver a la derecha, o sea, a los que la izquierda consideraba conservadores. Se les empezó a ver como psicológicamente intolerantes, con un déficit intelectual que les impedía, médicamente, tener más flexibilidad.
Poco a poco, se fue instaurando una nueva visión dogmática que terminó por marginar cada vez más de puesto claves a los de la “derecha” de muchas instituciones intelectuales, sobre todo de universidades y organismos gubernamentales. El crítico literario estadounidense Lionel Trilling declaró en 1949 que en Estados Unidos los que tenían ideas de “derecha” no poseían una cultura relevante y que la única tradición intelectual era la del liberalismo (izquierda). No existen, según él verdaderas ideas conservadoras sino reacciones conservadoras. Estos impulsos realmente no son expresados en ideas sino en acciones o gestos mentales irritados que se asemejan a ideas.
Aunque las ideas de Trilling fueron considerados por muchos como exageraciones, sirvieron para dar un paso más en el mal modo como se percibían las tradiciones intelectuales conservadoras o de derecha, haciendo que ante los grandes públicos y medios de comunicación parecieran muy cerriles. Este conjunto de eventos hicieron que se solidificara la asociación de ideas de que si realmente alguien es intelectual, debe ser de izquierdas dado que los de derecha tienen poco cerebro. Las Universidades fueron cerrando sus puertas a los que ellos consideraban conservadores o de derecha.
Esta “intelligentsia” de la izquierda se ha transformado en un arma cultural verdaderamente devastadora para validar el “estatus quo” de quién es verdaderamente intelectual con ideas respaldadas por la ciencia y quién recurre a otro tipo de aproximaciones que no pueden ser consideradas serias. Ha quedado la idea en grandes ambientes de que los de izquierda son amplios de pensamiento, poseen profundos conocimiento y sus ideologías son sofisticadas mientras que los de derecha tienen ideologías consideradas ridículas, cerradas y folklóricas -siguen mitos, tradiciones y hacen caso a la religión-. Ridiculizan tanto a los de derecha, que se apropian automáticamente, de cara a los medios de comunicación y grupos intelectuales ligados a la academia, el capital moral de la sociedad.
No sin sorpresa los de derecha asumen muchas veces una reacción defensiva. Incluso abandonan cualquier posibilidad -aunque difíciles- de intentar ocupar puestos políticos o de la academia. Sobre todo para no pasarla mal y tener que soportar burlas. A veces responden ante estos agravios con una reacción tan agria que hace que ellos mismos contribuyan a que siga creciendo esa falsa pero presente patologización de los conservadores.
El uso del término “estúpido” como un tag político hace referencia a la infantilización de dicha actividad. Ese es el modo como la izquierda ha logrado enmarcar a la derecha. Burlarse del modo como alguien habla, de sus gestos, su conocimiento histórico, su background cultural, sus creencias, lugar de nacimiento, al punto de que se le considere públicamente como una especie de deficiente mental es lo que podríamos llamar “la política del insulto”. Y un insulto no es un argumento, ni siquiera una idea. Es más, un insulto suele ser el arma de quién no quiere debatir, quién no quiere o no puede dar argumentos. Y esto es en lo que se ha transformado gran parte de la Izquierda: una maquina de insultos contra los que no piensan como ellos. O sea, quedan los de derecha tan tachados, que no hace falta perder el tiempo debatiendo con ellos. Pero en el fondo, son, muchas veces los de la Izquierda quienes no quieren debatir o saben que si debaten, pueden perder.
Es cierto que de cuando en cuando algún conservador esgrime en el debate púbico un argumento estúpido -es altamente probable que de cuando en cuando alguno de Izquierda también-. Pero de ahí a considerar, por lo menos en la practica y públicamente que los de Derecha recurren a argumentos mentalmente cortos y antidemocráticos a priori, hace que se viva en la irrealidad.
Intelectuales genuinos, quienes buscan ideas que verdaderamente puedan mejorar la sociedad, no deberían permitir la politica del insulto. En lugar de pensar que los de derecha son estúpidos, deberían de tener claro que la mayoría de los seres humanos tienen el potencial de debatir, intercambiar ideas y de llegar a acuerdos. O sea, son razonables. Como vemos es altamente probable que el principal problema no sea que los conservadores sean estúpidos sino que como práctica asentada, muchos de la izquierda mantengan el nivel intelectual social y político lo más bajo posible gracias a que no permiten un auténtico debate en la sociedad descartando a priori a quienes no piensan como ellos. Y eso es auténtica intolerancia. Quizá haga falta también un mejor trabajo para deshacer los prejuicios a la hora de recurrir a los términos de izquierda y de derecha, y los encuadres asentados de liberal y conservador.
Esté post tomó como base el artículo escrito por el Sociólogo Frank Furedi, publicado originalmente en Spiked.
PIS
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