¡Qué desmadre!
La gente cree que el destino es como un río que fluye en una sola dirección.
Pero yo le he visto la cara al tiempo y es como un océano en la tormenta.
Los opositores siguen sorprendiéndome con su permanente ingenuidad. Hay un viejísimo adagio que afirma que hasta la segunda vez que me traicionas, la culpa es tuya; la tercera, ya es mía. Sin embargo, todos parecen desconocerlo y, cada vez, vuelven a confiar en las buenas intenciones de un Gobierno que ha demostrado que carece de cualquier prurito a la hora de quebrar reglas para satisfacer sus intereses, todos espurios.
Así, se atropellaron en el Congreso a la hora de votar la confiscación de las acciones de Repsol en YPF, la estatización de la administración de Aerolíneas Argentinas, el Fútbol para Todos, el saqueo de las reservas del Banco Central, la Ley de Comunicación Audiovisual, el quite de los depósitos judiciales al Banco Ciudad, la confiscación de las AFJP’s, la modificación en la composición del Consejo de la Magistratura y de la Auditoría General de la Nación y, por supuesto, la renovación anual de la Ley de Emergencia Económica.
Todas esas genialidades del Gobierno, avaladas en las cámaras por los idiotas útiles de turno, y muchas otras que, con seguridad, he olvidado, le han permitido ejercer, a lo largo de estos diez años, un poder omnímodo sobre la Argentina, sin que ninguno de los que lo hicieron posible con su voto haya realizado el menor mea culpa; muy por el contrario, esos pseudo opositores, que padecen de una concepción infantil de la política, recorren canales y radios rasgándose las vestiduras por los abusos diarios y los avances del cristinismo sobre la República y las libertades individuales.
Las muestras de hoy son la tentativa de impedir que el Dr. Recondo impida que una funcionaria asuma, como juez, el Juzgado en el que tramita la defensa del grupo Clarín contra la pretensión de violar su derecho adquirido (concedido por el propio Néstor, q.e.p.d.) y el desplazamiento del Dr. Leandro Despuy como titular de la Auditoría General de la Nación. En ambos casos se trata de los más aberrantes avances del Poder Ejecutivo sobre los organismos de control, para evitar que éstos cumplan sus obligaciones constitucionales y, en el último caso, que continúen escarbando, como fue el caso de los subsidios al Ferrocarril Sarmiento, en la monstruosa corrupción del Gobierno.
Desde hace una década, los opositores siguen permitiendo, por ejemplo, que la Casa Rosada redistribuya, con una mera resolución administrativa, los enormes fondos que le permiten disciplinar a gobernadores e intendentes o continuar su política clientelista que tanto rédito le ha rendido. Pero siguen poniendo cara de asombro cuando el Gobierno utiliza los partidos de fútbol para denostar a las voces críticas o exponer su “relato” o cuando impone jueces obsecuentes para investigar su propia corrupción, como ya hiciera en Santa Cruz, cuando entronizó a la sobrina de los Kirchner para evaluar si éstos habían cometido un delito cuando compraron, a precio vil, tierras en Calafate.
Pero, ni aún con todos esos resortes a su disposición, doña Cristina parece estar en condiciones de, simplemente, administrar el país. Esta semana, o quizás en los últimos veinte días, la realidad ha explotado en su cara, produciéndole ingentes heridas que sólo el recargado maquillaje consigue ocultar.
La clase media, esa que había sobornado con injustos subsidios y con el acceso a un consumo casi olvidado, desertó masivamente del “proyecto” y así enterró cualquier tentativa reeleccionista. Salió a demostrarlo el 13 de septiembre en todas las plazas del país y repetirá esa inédita acción el 8 de noviembre, con epicentro en el Obelisco.
Llegó luego el malhadado viaje a Estados Unidos, con la publicidad de las hasta entonces negadas negociaciones con Irán, agravadas por el apoyo del ex Twitterman a su programa nuclear, olvidando que todas las naciones de Occidente exigen que lo detenga y que ese país está imputado por la muerte de casi cien argentinos. ¿Qué habrá dado Ahmadineyad a cambio de ese inexplicado apoyo?
Obviamente, Harvard y Georgetown deben haber dejado también sus huellas en la compleja psiquis de nuestra Presidente, y el ruido de las cacerolas de Nueva York y Boston habrá contribuido a profundizarlas.
Remedando a su amigo Rafael Correa, cuando vendió a la UNASUR una teórica maniobra destituyente de sus policías rebelados por sus sueldos, como describí en la nota “Golpe de Estado en Macondo”, el Gobierno ha salido a imputar a los prefectos y gendarmes, que sólo pretenden un salario digno y, sobre todo, blanco, integrar una conspiración encabezada, cuando no, por el todopoderoso Magnetto. El kirchnerismo ha practicado, en las fuerzas de seguridad, la misma vocación que ha ejercitado con éxito entre los gremios, los estudiantes universitarios, las organizaciones sociales y de derechos humanos y en los partidos políticos; pero esta vez, el tajo fue horizontal y no vertical, y ha cortado la cadena de mando en fuerzas que, seguramente, necesitará en breve para intentar controlar la calle.
Esta breve descripción de algunos de los hechos más trascendentes de estos últimos días, amerita que le pregunte, como he hecho varias veces: ¿Se podrá vivir tres años más en este desmadre? No se trata, contra lo que puedan decir los fanáticos, de una pregunta retórica que convoque a una salida no democrática sino, por el contrario, instar a quienes disponen de las facultades constitucionales necesarias a activar los mecanismos que la ley prevé para estos casos, ya que “nada hay en la Nación superior a la Nación misma”, y es la misma supervivencia de ésta la que está en juego.
Samaná, 4 Oct 12
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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