Algún tiempo antes de su muerte, le preguntaron a Jorge Luis Borges si era posible una “literatura argentina”.
- “¡Pamplinas!” -replicó el escritor argentino, tajante- “El único país con posibilidades de desarrollar una literatura nacional en Sudamérica, es el Paraguay ... porque tiene una historia que puede sustentarla”.
Sobre lo mismo, vale la pena recordar lo que escribiera el historiador Ramón J. Cárcano -también argentino- sobre la conducta de los paraguayos en la guerra de la Triple Alianza:“...Si existe gloria en el heroísmo, en el Paraguay está la gloria (...) Fuera de este pequeño país no hay mayor inmolación ni heroísmo en la historia humana...”. Y de la misma manera, cualquier visitante de alta alcurnia oficial -o simple turista- menciona casi siempre “la historia de bravura del pueblo paraguayo”. O algo por el estilo...
Nada de esa historia sin embargo, ha sido tenida en cuenta en las relaciones que los gobiernos nacionales han gestado con otros estados. Y pareciera que los mismos paraguayos nos eximiéramos de este reconocimiento, desde hace ya rato. De hacerlo, deberíamos asumir seguramente una disposición de mayor valor que las habituales banalidades con las que excusamos el ejercicio de nuestras responsabilidades presentes.
Pero donde con mayor gravedad se ha notado esa falta, es en la actitud de quienes conducen nuestras relaciones internacionales. Especialmente frente a sus correspondientes de países vecinos, y mas específicamente, de Argentina y Brasil. Sin que nunca -aparentemente- pusieran sobre la mesa de las discusiones y en cuanta vinculación acordada con ellos, alguna propuesta de comprensión -ni hablar ya de compensaciones- a nuestras desventajas estructurales. Desventajas derivadas en la mayoría de los casos de las vicisitudes de nuestra historia común.
Y antes que escuchemos hablar de los “lazos de hermandad”, anticipémonos a aclarar algo: SI, los hay ... y los ha habido. Como corresponde; y como casi inevitablemente tenía que ser. Pero esos “lazos de hermandad” mas parecieron servir a los vencedores de antes (y me refiero a la Guerra de la Triple Alianza) como un acto de contrición por tanta desgracia ocasionada, que a nosotros, los paraguayos, como un mínimo reparo a la hostilidad y menosprecio de siglos. Y conste que esos lazos fueron -muchas veces- tan agobiantes ... que no nos dejaban respirar. Porque el Paraguay es hoy lo que es, debido a los “...300 años de egoísmos...” de los vecinos mencionados. Como lo menciona el mismo Cárcano. Los próceres de la Independencia ya habían anticipado este problema, cuando en 1813 increpaban a sus pares de Buenos Aires: “...¿Es ese el pago y correspondencia que ahora se da a los paraguayos? (...) ¿O es acaso, porque al cabo de tres siglos de aflicción y de abatimiento empiezan a querer respirar de aquella inocente y justa libertad e independencia con que Dios crió a los hombres?”.
Porque el corolario de aquellos tres siglos de desventuras, fue el funesto Tratado Secreto y la guerra subsecuente. Aquella contienda -hoy nadie lo puede discutir y vale la pena recordarlo- estaba dirigida a reconstituir el Virreinato del Plata. O lo que es lo mismo: retornar la Intendencia del Paraguay a su condición de dependiente de Buenos Aires. Para ese propósito, había que “liberar al Paraguay”. Otra de las “razones” esgrimidas para la guerra. Porque si el Tratado establecía que sus signatarios se obligaban “a respetar la independencia, soberanía e integridad territorial” (art. VIII), en el artículo siguiente se imponían tal garantía, SOLAMENTE “por el término de cinco años”. También se había escrito que al Paraguay se le dejaría sólo con alguna formalidad institucional y no mas que “un puñado de tierra”. Porque “a fin de evitar discusiones y guerras que las cuestiones de límites envuelven” -decía aquel inicuo documento- Argentina se llevaría todo el Chaco, desde el Bermejo hasta Bahía Negra. El “detalle”, amén del correspondiente bocado de territorio, permitiría al Brasil la legitimación de todas las usurpaciones perpetradas en épocas bandeirantes, para dejar expedito el acceso de sus provincias interiores al Plata. Porque para entonces, el río Paraguay sería ya “río internacional”, limítrofe entre sus menguados territorios y el “chaco argentino”.
Esa guerra -también debe decirse- no fue buscada por el Paraguay, ni la provocó el Mariscal; como la propaganda oficial pregonó hasta no hace mucho tiempo. Porque los entonces ya aliados, la habían pergeñado con años de anticipación. Sólo había faltado al propósito, los motivos que Francisco Solano López les daría, para que se diera inicio al conflicto.
Parte II
No le sirvió de mucho al Paraguay exhibir sus títulos sobre el Chaco, cuando la guerra con Bolivia. Después de finalizada la Triple Alianza no le habría servido exhibirlos, aun si los tuviera. Porque los límites -con grandes sustracciones a sus dominios- habían sido ya determinados en el Tratado Secreto. Y aunque existieran documentos (existieron y existen) que avalaran la posesión del Paraguay sobre aquellos territorios, los brasileños -hoy nuestros “socios” en el MERCOSUR- se llevaron (se robaron sería la calificación mas adecuada), el Archivo Nacional tras la batalla de Piribebuy, el 12 de Agosto de 1869. En consecuencia, no teníamos con que justificar ninguna posesión. Ningún reclamo era sustentable. Ni siquiera posible pretender una negociación justa, con las bayonetas enemigas pendiendo sobre las cabezas de los paraguayos que prestaron sus firmas al “acuerdo”.
Frente a hechos tan atentatorios hacia su misma existencia, sería harto ocioso destacar el protagonismo del Paraguay en la creación, sostenimiento y defensa de toda la región. Pero puede afirmarse sin lugar a equívocos que sin el Paraguay, el Reino de Portugal, Brasil y Algarve, habría llegado sin inconvenientes hasta el río de la Plata. Sin el sacrificio de territorios paraguayos, los portugueses no habrían abandonado Colonia del Sacramento, fundada en las barbas de Buenos Aires. Apelemos nuevamente a Cárcano para reconocer a “la lejana Asunción” como la “capital originaria y secular” del Plata. Sin embargo, no ha habido -por lo visto- diplomáticos paraguayos que recordaran estas noticias a sus pares del MERCOSUR. Que a Asunción le corresponde, por historia y méritos, ese sitial. Porque desde los tiempos de la colonia, expandió y sostuvo el dominio español por estas regiones. Y no sólo proveyó de hombres y mujeres para este cometido, sino también bastimentos y ganado. De todo tipo. Mas tarde, suministros y protección.
Pero aunque algunas de aquellas fundaciones derivaran en grandes ciudades, la provincia primigenia y original no reclamó prebendas ni devolución de favores. No tuvo pretensiones de imperio ni actitudes hegemónicas. Jamás avanzó un milímetro mas allá de sus fronteras. Nunca tuvo mas tesoros que la infinita paciencia de sus hijos, sufridos hijos de la tierra cuya laboriosidad fuera también menoscabada por alguna leyenda negra que los consagró “haraganes”. Leopoldo Lugones -otro argentino- deja bien claro quiénes eran los reales merecedores del calificativo afirmando que los sueños de riqueza y gloria de los europeos, engendrarían su “...desdén hacia toda aplicación productiva”; concluyendo que preferían morir de hambre que ocuparse de nada que opacara su gloria militar.
Pero luego que aquellas poblaciones nutridas con el esfuerzo paraguayo se consolidaran, sobrevino la más impactante de las muchas desmembraciones que devastaron la provincia matriz: en la cuarta mutilación de sus territorios, el rey Felipe III dividió la provincia en dos gobernaciones, la de Buenos Aires y el Guairá, con Asunción consagrada como capital de esta última. Paraguay -cuyo nombre desaparecía también de la nomenclatura colonial- se convertía en la única provincia española de ultramar, sin costas de mar. La triste ironía de esta catástrofe geopolítica, fue que un paraguayo, Hernandarias, primer gobernador criollo de la colonia, había solicitado la división, en 1607.
Desde entonces, el Paraguay no tuvo paz. Luis Alberto de Herrera ( “El drama del ’65”) explicó claramente la situación: “La adversidad geográfica creó al Paraguay el problema permanente de su propia existencia: la difícil comunicación directa con el mundo exterior. Romper ese encierro físico fue anhelo secular, pasando en consigna de una generación a otra desde los días de la colonia (...) después de la independencia, las sociedades litorales acentúan su localismo y restringen, a capricho, el tránsito naviero. Entonces cada provincia ribereña impone su férula aduanera y también política en las aguas de su frente: el correntino le cobra peaje al paraguayo; al correntino el entrerriano y, a la puerta de salida, a todos exprime el monopolio y el prohibicionismo de Buenos Aires. Cada cual atrincherado en su interés, en su abuso, en su arbitrariedad...”
Pero el Paraguay, pagaba el abuso cuatro veces...
Parte III - Conclusiones
Como puede verse, la “hermandad” de hoy, le ha reportado al Paraguay algunos gestos de amistad de sus vecinos del Sur y del Este. La “maternidad” de ayer le costó muy cara.
Los expolios al comercio paraguayo, sin importar la denominación que adquirieran los abusos mencionados por Luis Alberto de Herrera, se hacían en nombre de una excusa cualquiera. Y aun cuando los pocos clamores paraguayos lograran sortear las interferencias y cruzar el océano hasta el Rey, aquellos impuestos se eliminaban sólo por algunos meses, para reaparecer agravados con otros nombres y el mismo efecto devastador: sisas, alcabalas, gabelas, derechos de romana, de mojón, arbitrios y puertos precisos. Además de arbitrariedades de toda clase... para que “aprendamos a no quejarnos...”.
A partir de la segunda década del siglo XVII, sola, abandonada y sin mayores recursos, la provincia tuvo que resistir también la terrible presión de los portugueses. Fue cuando desde 1628 hasta bien avanzado el siglo XVIII, el territorio paraguayo se constituyó en el sangriento muelle que evitó el avance del Imperio Lusitano hasta el río de la Plata. Ante la tragedia, el Paraguay nunca recibió auxilios. De nadie, aun cuando los solicitara, mientras que amplias regiones y numerosos asentamientos eran devastados por los invasores. Pueblos enteros con los Jesuitas a la cabeza, tuvieron que realizar entonces un épico éxodo para escapar de aquella barbarie. Un cálculo modesto estima que mas de 10 millones de nativos fueron secuestrados de sus enclaves en no mas de 50 años. Aunque la cifra no incluye a los que sencillamente fueron muertos por no cumplir “las especificaciones” por las que se llevaron a los otros: aptitud física para el trabajo esclavo y “entretenimiento sexual”.
Pero ante el ataque de los ingleses a Buenos Aires y Montevideo, 1806 y 1808, el Paraguay no necesitó de convocatorias. Y colaboró con hombres y armas para la defensa. No pasarían algunos años para que los porteños enfilaran sus cañones hacia la provincia que los auxiliara. Con una misión “libertadora” según ellos. Cincuenta y cinco años mas tarde vendrían en misión “civilizadora”. Y ya entonces no quedó “piedra sobre piedra”.
Firmemente independiente, bloqueada y carente de todo, la primera República de Sudamérica recibió también amenazas de invasiones. Desde las montoneras de Artigas, hasta la Armada Americana cuando el incidente del “Water witch” en 1859, amenazaron invadir el Paraguay. Pasando por otras de Francisco Ramírez, de Juan Manuel de Rozas, de Simón Bolívar y de la armada brasileña en 1856. Aun frente a esos peligros, el dictador Francia y el presidente Carlos A. López se aplicaron al ejercicio de una neutralidad brutal y hasta inconveniente para el Paraguay e inauguraron una actitud de respeto en asuntos que se reputarían como de avanzada civilización, recién 100 años mas tarde: la no intervención en los asuntos internos de otros países.
Conclusión:
La única razón por la que estudiamos la Historia, es por su imbricación con el futuro. Deberíamos pretender entonces que las relaciones entre Estados se funden en la realidad que nos imponen los acontecimientos del pasado; para no prolongar sus consecuencias desagradables. Para evitar la reiteración de errores; para honrar lo que hubiera de aciertos. Pero si los diplomáticos paraguayos olvidan la historia, los demás miembros del MERCOSUR no pueden ignorarla. Porque en esa historia están los componentes fundamentales de la “asimetría” que caracteriza a sus estados miembros. Si no se tiene en cuenta el inocultable origen histórico de esas “asimetrías”, no podría concretarse nunca el equilibrio funcional y ético que requiere una asociación entre Estados Democráticos.
Y si se ignora la historia; si los paraguayos nos omitimos de ponerla como fundamento de nuestras relaciones, es que estamos jugando (nunca mejor utilizado el vocablo) a una diplomacia completamente vacía de contenidos.
Finalmente, debe decirse que dentro del MERCOSUR, y en un cotejo de mutuas exigencias, el Paraguay debe poner todo su interés, su decidida voluntad y compromiso en desmantelar los vicios que motivan su mala-fama mundial en materia de cualquier cosa desarrollada fuera de la ley y de las convenciones internacionales. Pero aun cuando las autoridades paraguayas estén aplicadas en limpiar esa desgraciada imagen, convendría recordar a brasileños y argentinos, el pasaje de una obra de teatro, “Victoria y Evita”, en la que una Eva Perón de ficción espetaba a Victoria Ocampo, destacada representante de la sociedad intelectual argentina:
- “... Ustedes pueden pegarse hoy el lujo de ser honestos, porque ya sus abuelos robaron por ustedes...”.
Fuentes:
- Gentileza del Arq. Jorge Rubiani. Historiador Paraguayo.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
La única razón por la que estudiamos la Historia, es por su imbricación con el futuro. Deberíamos pretender entonces que las relaciones entre Estados se funden en la realidad que nos imponen los acontecimientos del pasado; para no prolongar sus consecuencias desagradables. Para evitar la reiteración de errores; para honrar lo que hubiera de aciertos. Pero si los diplomáticos paraguayos olvidan la historia, los demás miembros del MERCOSUR no pueden ignorarla. Porque en esa historia están los componentes fundamentales de la “asimetría” que caracteriza a sus estados miembros. Si no se tiene en cuenta el inocultable origen histórico de esas “asimetrías”, no podría concretarse nunca el equilibrio funcional y ético que requiere una asociación entre Estados Democráticos.
Y si se ignora la historia; si los paraguayos nos omitimos de ponerla como fundamento de nuestras relaciones, es que estamos jugando (nunca mejor utilizado el vocablo) a una diplomacia completamente vacía de contenidos.
Finalmente, debe decirse que dentro del MERCOSUR, y en un cotejo de mutuas exigencias, el Paraguay debe poner todo su interés, su decidida voluntad y compromiso en desmantelar los vicios que motivan su mala-fama mundial en materia de cualquier cosa desarrollada fuera de la ley y de las convenciones internacionales. Pero aun cuando las autoridades paraguayas estén aplicadas en limpiar esa desgraciada imagen, convendría recordar a brasileños y argentinos, el pasaje de una obra de teatro, “Victoria y Evita”, en la que una Eva Perón de ficción espetaba a Victoria Ocampo, destacada representante de la sociedad intelectual argentina:
- “... Ustedes pueden pegarse hoy el lujo de ser honestos, porque ya sus abuelos robaron por ustedes...”.
Fuentes:
- Gentileza del Arq. Jorge Rubiani. Historiador Paraguayo.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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