La euforia que estimula a buscar lo mejor frente a cada situación tiene muchos adeptos. Esa mirada, algo ingenua, genera ilusión allí donde la desazón suele ganar, pero sólo con discursos no se logra lo esperado.
La mera intención de que todo sea un poco mejor y una férrea voluntad no alcanzan para torcer el rumbo. Son ingredientes necesarios para progresar, pero aisladamente, sin un norte definido, sin diagnósticos claros y estrategias correctas, no permiten conseguir las metas deseadas.
Del otro lado, quienes han sido secuencialmente derrotados en varias ocasiones, no tienen esperanzas y creen que no vale la pena hacer algo al respecto. Dicen haberse esforzado lo suficiente sin obtener lo pretendido.
No solo están enojados con el sistema, con los gobiernos y la política. También viven enfadados con la sociedad, por su apatía, por la abulia, por el desinterés manifiesto y la falta de acompañamiento a los que realmente hacen mucho para alterar la inercia de los acontecimientos.
En ese grupo de decepcionados abundan los añosos. Esas personas han vivido mucho tiempo y han convivido con funestos personajes del pasado y el presente. Es lógico que se sientan frustrados frente a lo evidente.
Lo vieron casi todo. Su desilusión tiene demasiado de racional, pero también de emocional. Han perdido libertades, dinero y fueron defraudados por esos líderes políticos que les dijeron que con ellos todo sería diferente.
Inclusive algunos intentaron ser parte de la política. En algún momento de sus vidas fueron tentados con aquella consigna que sostiene que los cambios se logran desde adentro del sistema y no desde afuera.
Pusieron mucho empeño, pero tampoco lo consiguieron. Ingresaron a la política, creyeron en un proyecto existente o se sumaron a esos partidos que emergen mágicamente, y con idéntica velocidad, desaparecen.
No solo se han quejado, sino que han hecho un esfuerzo adicional para ser parte de ese proceso de sano involucramiento, de mayor compromiso, pero por innumerables motivos finalmente fracasaron.
Tal vez no tuvieron el talento, ni la paciencia y perseverancia imprescindibles. Posiblemente siguieron los caminos tradicionales y no probaron otras variantes más creativas. Cualquiera sea la razón, sienten que lo han intentado y, pese a la dedicación, les ha ganado el desencanto.
Los de más avanzada edad tienen la certeza de que, aun con éxito, no lograrán ver el resultado de sus sacrificios y eso los desalienta. No tienen vocación de héroes, ni están dispuestos a esmerarse para que las generaciones futuras puedan continuar con las transformaciones iniciadas por ellos. No los moviliza la idea de dejar un legado para los que vienen.
Una inteligente frase atribuida a William Ward recuerda que "el pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas". Esa reflexión orienta todo el análisis hacia el lugar apropiado.
Algunos no comprendieron aún la cuestión de fondo. Claro que llegar a buen puerto importa y mucho, pero a veces lo trascendente, lo significativo tiene que ver con dar la batalla, con no doblegarse ni capitular, con tropezar y aprender de cada caída para no repetir los mismos desaciertos.
Winston Churchill decía que "un optimista ve una oportunidad en toda calamidad y un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad". Un pesimismo a ultranza no suma nada. Desalienta a los que lo intentan, los colma de sentimientos negativos y solo consigue amedrentar a los pocos ciudadanos dispuestos a encarar ese épico gesto de inmolarse.
Los cándidos optimistas que solo recitan frases hechas pero jamás pasan a la acción tampoco contribuyen demasiado. En su favor habrá que decir que al menos no se ocupan de bastardear a los que tratan de hacer algo.
Va siendo tiempo de asumir la actitud adecuada. La tarea es muy compleja. Nada es simple. Los cambios requieren de tenacidad. La ansiedad no es una aliada en esto. El cambio indudablemente demandará tiempo. A veces se avanza a paso decidido y otras más lentamente. Inclusive en algunas ocasiones se retrocede para volver a tomar fuerza y seguir evolucionando.
Hay que ser ingenioso e innovar mucho para tratar de transitar el recorrido más exitoso, pero siempre bajo el realismo de asumir lo que se tiene delante sin minimizar los datos concretos y sin sobrestimarlos tampoco.
Es importante tener los pies sobre la tierra, pero es preferible siempre convivir en ese sendero con los más optimistas. Al menos ellos son menos dañinos. Es posible que no aporten mucho, pero al menos no son un escollo. Definitivamente es vital distanciarse de la toxica actitud de algunos. Si se pretende construir un futuro mejor, es imprescindible alejarse de la nociva postura de los pesimistas.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
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