El martes pasado escribí una serie de ideas, con la única pretensión de que sirvieran como títulos o índice para la discusión de los grandes temas esenciales para cambiar el destino de decadencia que parece marcar la declinación final de la Argentina.
Sin embargo, la masacre de Once, tan preanunciada, y la muerte de cincuenta y un compatriotas, obviamente con toda justicia, hicieron que, como tantas otras cosas, esa nota dejara de tener alguna importancia. De todos modos, creo que valdría la pena volver sobre ella y, tal vez, antes de lo que suponemos; puede verse en http://tinyurl.com/86yayw8.
Porque lo sucedido ha representado, en medio del florido y pacífico jardín en que el magnífico sistema de comunicación oficial ha convertido a la Argentina, una patada al hormiguero. Desde la crisis del campo y la tragedia de Cromañón, el cristi-kirchnerismo no sentía cómo cambiaba el escenario, a pesar de sus deseos.
Ni el escándalo de Boudou y Ciccone S.A., o el espionaje que, para doña Garré y don Zanini, realizaba la Gendarmería, conseguían convertirse en un huracán devastador. La gente, la ciudadanía, estaba de vacaciones, aprovechando –el 5% que podía hacerlo- los nuevos feriados inventados para componer la receta circensis, que tantos beneficios ha reportado a los sucesivos Kirchner y, todavía, no se ha puesto a pensar cómo hará para pagar los aumentos de impuestos, tasas y servicios, de los celulares, de los colegios, de las pre-pagas; está confiada en las negociaciones paritarias, tan exitosas entre los legisladores nacionales y los presidentes de ambas cámaras del Congreso. Es probable que, además, cada uno esté frente a la opción tan única y clara que planteó don Julián Domínguez: ser rico o ladrón.
Anoche, la señora Presidente pronunció, en Rosario, uno de los discursos más crispados, tanto por sus palabras como por la gestualidad, de cuantos nos ha propinado desde que asumiera pero, por primera vez, dejó traslucir el miedo. Después de romper un inicuo silencio de tantos días sobre el crimen de Once –“yo no especulo con el dolor”- no habló, como puede suponerse, para la compacta aunque escasa masa de militantes que la rodeaba sino al país, “los que me quieren y los que no me quieren”.
Sus dichos, como era de esperar, fueron el vehículo para la transferencia de responsabilidades hacia tiempos lejanos –¡notable!, porque el cristi-kirchnerismo lleva ya nueve años en el poder- y hacia figuras, personas y empresas a las que puso fuera de su ámbito de decisión.
La confianza ciega que demostró frente a la Justicia, a la que sólo le pidió cierta premura, está basada en el comportamiento de la misma frente a casos como Bonafini-Shocklender, Skanska, los fondos de Santa Cruz, los secretarios privados millonarios, su conyugal y desmesurado enriquecimiento, la compra de tierras fiscales en Calafate, la bolsa de Felisa Miceli, las valijas con droga de SouthernWinds y, sobre todo, la investigación de los negocios y componendas entre Jaime y los Cirigliano.
Debería saber que, cuando Jaime entregaba un subsidio, pedía un enorme retorno, que debía ser pagado en efectivo y por anticipado, y que ese retorno cruzaba la calle Hipólito Yrigoyen en valijas que terminaban en las propias manos de don Néstor (q.e.p.d.). Si lo supiera, no le resultaría tan indispensable esperar el resultado de unas pericias con las que ya cuenta, preparadas por la Auditoría General, por la Defensoría del Pueblo, y hasta por la propia CNRT; es más, si hubiera leído esos informes, es probable que en noviembre de 2011 no hubiera ido al FC Sarmiento a felicitar a la empresa TBA.
Es simple, los trenes chocan y matan porque la plata se la llevan los empresarios y los funcionarios, no por obra y gracia del Espíritu Santo; éste se limita a observar qué hacen los humanos con la libertad que han recibido. Y éstos, al menos en la Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba, se desentienden de la política, votan cada dos años, y entregan sus bienes más preciados –esa libertad y hasta la vida- a políticos inescrupulosos, que sólo buscan enriquecerse para ampliar su poder.
También hace pocos meses, cuando YPF anunció el descubrimiento del yacimiento de shale oil, doña Cristina se trasladó, con todo su gabinete, a la sede de la empresa, a la cual felicitó por las inversiones realizadas, esas mismas que, por arte de magia, parecen haber desaparecido, como si esto fuera posible. Aquí también se ve aún la mano de don Néstor (q.e.p.d.) quien, para hacerse de un importante porcentaje de la compañía, hizo que los Eskenazi lo compraran a Repsol sin poner un centavo, pero asegurándole que podrían retirar el ¡90%! de las utilidades –las empresas del sector reparten entre el 30% y el 40%, como máximo- y dejó a la Argentina sin reservas.
Reflexionando acerca de lo que ha pasado en nuestro país desde el 23 de octubre (¡hace sólo cuatro meses y parece una eternidad!), me vino a la memoria uno de los libros que más me han apasionado y cuya lectura recomiendo enfáticamente a quienes pretendan comprender el momento actual de nuestra historia. Se trata de “El Emperador”, de Ryszard Kapuściński (1932-2007), uno de los mejores periodistas polacos, que editó en nuestra lengua Anagrama (última edición, 2008), y que aún se encuentra en las librerías.
El libro en cuestión describe el final del reinado del Emperador Haile Selassie, de Etiopía, a quien llamaban el Rey de Reyes, el León de Judá, etc., que gobernó su país durante casi cincuenta años, hasta su derrocamiento en 1974. Es tan claro el parangón entre el clima que se vivía entonces en Addis-Abeba, la capital, y lo que sucede hoy en Buenos Aires que no puede dejar de llamar la atención y permite presagiar el futuro inmediato. Para no extenderme más, sólo citaré una frase como ejemplo: “El informarse oralmente tenía una enorme ventaja: si era necesario, el Emperador podía declarar que tal o cual dignatario le había informado de algo muy distinto a lo que había sucedido y aquél no podía defenderse al no disponer de ninguna prueba por escrito”; cualquier parecido con lo que ocurre entre don Patotín Moreno y los industriales y banqueros no es una mera coincidencia.
La realidad -esa que, según Perón, es la única verdad- nos dice que hoy el Gobierno tiene un solo opositor, enormemente fuerte y poderoso, con el cual, además, no puede negociar: la economía.
Ayer doña Cristina, muy aplaudida por la corte de obsecuentes que había trasladado a Rosario para el inexplicable acto de homenaje a Él, mintió descaradamente en todo, salvo cuando dijo que ya no tenía dinero. Fue la primera vez que el Gobierno asume las dificultades a las que se enfrenta, por esa anormal –para el cristi-kirchnerismo, que tanta suerte ha tenido- conjunción de factores negativos, encabezados por la caída en las exportaciones de soja y en los precios de ésta por un menor crecimiento de China, y por la fenomenal suba en los precios de los combustibles que Argentina importa, que crecerán aún mucho más en caso de que Irán cierre el estrecho de Ormuz.
No bastarán, entonces, las disparatadas medidas restrictivas de don Patotín sobre los mercados de divisas, sobre las remesas de las empresas al exterior y sobre las importaciones de todo tipo. Doña Cristina, y don Amadito Boudou bien lo sabe (aunque siga manteniendo un inexplicable silencio), dispone de la maquinita de imprimir billetes de pesos, pero la que confecciona los imprescindibles y escasos dólares la tiene Barack Obama y no Ciccone.
Esos dólares, que están inundando a Chile, Perú, Colombia y, sobre todo, a Brasil –a punto tal que todos nuestros vecinos han debido regular su ingreso-, no llegarán a Argentina mientras la saga de los Kirchner continúe, porque no existe ninguna seguridad jurídica en nuestro país, y nadie cree que la haya en los próximos tiempos. Sin esas inversiones, no resultará posible realizar las obras de infraestructura reales (no los simples anuncios, a los que el Gobierno nos tiene acostumbrados) que necesitamos ya desesperadamente, se trate de rutas y caminos, de reservas petroleras y de gas, de generación de energía, de puertos y vías navegables, de ferrocarriles, de riego y de saneamiento y hasta de ampliación de la oferta de bienes de consumo.
Anoche, en el programa “La Mirada de Roberto García”, el último entrevistado, José Antonio Díaz, editor de la sección de economía de la revista “Noticias”, regaló al conductor –quienes concurren dejan algo para los oyentes y reciben un angelito como recuerdo- un paraguas; resultó muy oportuno, pero olvidó incluir un casco, porque lloverán cascotes.
Bs.As., 28 Feb 12
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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