Cómo pensar en otra cosa
Por Eduardo Juan Salleras, 11 de marzo de 2014.-
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El domingo estuve mirando el programa “Hora Clave” de Mariano Grondona, en particular al escritor Jorge Asís. Es alguien que siempre me agrada escuchar, más allá de estar de acuerdo o no con lo que dice, pero es casualmente su forma de expresarse la que me interesa, sus descripciones, cómo caricaturiza a los actores de la realidad. Es realmente alguien muy pintoresco.
Me gusta dar oídos a las personas que hablan bien, tal vez porque hoy es algo que escasea, al punto casi de la extinción del buen decir.
Recuerdo a un maestro que tuve, en estos últimos tiempos, que me enseñó muchísimo sobre hidráulica, hidrología, misión social del agua, geografía, geopolítica… murió hace muy poco y con él se perdió una de las mentes más brillantes que conocí. Asistí a muchas de sus conferencias, no solamente por sus enseñanzas técnicas, sino porque me deleitaba con su correcta forma de hablar, ¡qué bien decía el Ing. Bruno Ferrari Bono!
En estos tiempos en que la gente desprecia la virtud, la excelencia, que incluso se priva del uso correcto de su idioma, reduciéndolo como mucho a 200 palabras, de las cuales, la gran mayoría se comprimen en un monosílabo, como si pronunciarlas produjera un degaste físico y mental extenuante… escuchar hablar bien a alguien es la mejor música, la sinfonía de la palabra.
Admiro a aquellas personas que hablan bien, haciendo un buen uso del lenguaje, aprovechando al máximo el bellísimo idioma que nos tocó en suerte a los hispanos.
Nunca fui bueno, ni en la escuela, ni en la universidad, pero eso no quiere decir que no sepa distinguir entre lo excelente y lo malo, entre la grandeza y la escasez… aunque toque la guitarra de oído y mal, ¿por qué no maravillarme con músicos virtuosos?
Pero volviendo a la entrevista a Jorge Asís, él llevó al programa dos ejemplares de su última novela – nunca leí un libro suyo pero deben ser entretenidos si al menos cuenta como habla – la que terminó en París, de dónde acaba de llegar, porque según él, le es muy difícil abordar éste género estando en la Argentina, ya que la política le consume su atención por completo. O sea, que la realidad cívica de nuestro país es tan absorbente que le impide inspirarse en otra cosa.
Es tan cierta su vivencia que, a otra escala muy inferior, a mi me pasa algo parecido.
En otros tiempos políticos, como la década del 80 cuando me tocó hacer una revista agropecuaria, como la del 90 cuando comencé a escribir en el diario “El Informe”, si bien en ambos casos criticaba a los gobiernos en curso, podía escribir fácilmente sobre otros temas, no me afectaba tanto la realidad. En “El Informe” llegué a publicar 3 artículos por semana: uno de política nacional, otro de actualidad regional y por fin, los más lindos, y como suelo decir yo: “sobre la inmortalidad del cangrejo”, o sea, sobre cualquier cosa.
Tal vez uno siente la necesidad de expulsar ciertas sensaciones contradictorias que se acuñan en nuestro interior, y es verdad que luego de hacerlo se aprecia un alivio. Aunque quizás tan sólo sea eso, sin poder aportar absolutamente nada a cambiar el curso de la corriente política del país, la que curiosamente se repite en cada década, ganada o perdida.
Esa sublevación contra la mentira, la tergiversación, la subversión de la palabra… contra la fábula del populismo, relato que muchos no se animan políticamente a rechazar, por si acaso o por ahí, buscando repetir la historia y prometiendo milagrosos cambios que nunca se cumplen... me coloca en una lucha que incomoda mi vida.
Y en ese fastidio es difícil sentarse a escribir alguna novela o cuento, como dice un buen amigo: costumbrista, o tan sólo narrar cosas de la vida, sensaciones, que me pasan a mí como a todos, en los que se ven reflejados muchos, estando probablemente ahí el secreto del éxito de algunas notas.
Pero claro, yo no puedo ir a escribir a París, porque no vivo de la escritura, tal vez no tuve el coraje o la osadía de intentarlo, abandonando el tiempo que me requiere mi trabajo, encarar entonces alguna obra literaria, ya sea en cuento, novela, filosófica, religiosa o de política general, y las enumero así porque tengo escrito libros inconclusos sobre todos estos temas, desde hace muchos años.
Cuando vacaciono, y por ello huyo del país, con pretensiones más modestas, al Uruguay, no solamente busco descansar de mi fuerte trabajo rural, sino por sobretodo, del agobio anímico de la realidad Argentina.
Así como puedo sentarme a escribir como tema: “el poste”, y lo hago sin ningún esfuerzo, jugando con la creatividad y el ridículo bien habido, siento el deber gritar en el silencio de una hoja de papel, las enormes injusticias que a diario ocurren, y además, con promesas firmes de empeorar, al punto que se llegó a esto, porque todos estamos distraídos, distendidos, con el éxito o con los amores de la vida como el escribir, pensando lo de siempre: algún día cambiará, o la hipótesis idiota de que todo debe ocurrir porque son ciclos que se revierten con los años.
Y así se nos pasa la vida, quizás alguno dirá: disfrutándola, en cambio otros, sufriéndola y a muchos, solamente les pasa. Yo digo que no se puede vivir sin dejar vivir; ser feliz sin compartir la felicidad; si bien vivirla es esfuerzo también es romanticismo, es pasión, y desde allí se escribe.
Cuando uno está frente al papel – hoy una pantalla de computadora, no menos blanca que la hoja - debe soltar, liberar por completo, la sensibilidad y la imaginación, sin miedo a jugar un poco con el absurdo, porque la vida está llena de hechos divertidos, caricaturescos, extravagantes o ridículos, como también curiosos, atractivos, notables desde su primitiva sencillez. Construir un relato a partir de lo simple es un verdadero desafío, y más, cuando se logra con la narración exaltar lo que es natural o espontáneo para todos, aunque antes de verlo plasmado en el cuento no se haya notado.
El problema está en los demonios que rodean la vida del escritor.
Me tendré entonces que ir a París, para poder lograr escribir el libro que me debo.
Tengo tres problemas para ello: ¿Quién se ocupará de mis cosas? ¿Quién pagará mis cuentas? Y, el más complejo: de qué voy a escribir.
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