POR MARCELO A. MORENO
(Enviado por Paco desde Madrid)
09/03/14
Segundas partes -contra el lugar común- pueden ser bastante buenas, sobre todo cuando quien escribe cuenta, como es el caso, con el auxilio de los lectores. Aquí va entonces, una nueva lista de palabras -que expresan conceptos- alcanzadas por la implacable polilla que yacen en nuestra sociedad convertidas en ruinas. Estas líneas, que a los más jóvenes les pueden parecer un auténtico viejazo, pueden servir para medir el grado de velocidad con que ciertas ideas -e ideales-se deterioran.
Concordia. Significa unión y conformidad, según el Diccionario de la Real Academia. Pero también implica un convenio entre personas que litigan. Y más aún: su etimología la relaciona con corazón, por lo cual alude a una convivencia entre rivales -políticos, económicos, deportivos- que incluye cierto respeto y afecto entre aquellos que se reconocen adversarios sin por ello considerarse enemigos. A pesar de que una importante ciudad del país se denomina así, hace al menos más de una década que este concepto no quiere decir nada en la Argentina.
Espiritual. Cuando se refiere a una persona, habla de alguien “muy sensible y poco interesada por lo material”, es decir, un personaje extremadamente difícil de encontrar en una sociedad global que ha convertido en realidad la profecía de Marx respecto de la mercancía devenida en fetiche. Hoy en día el concepto está confinado en su significación religiosa y eso que alguna vez se llamó “la vida del espíritu”, que no incluía una creencia necesariamente, es un enigma para contemporáneos.
Honestidad. Esta cualidad remite a términos tales como “decente, justo, probo, recto, honrado”, valores todos en franquísima decadencia en tiempos en que el pragmatismo reina sin temores de mostrarse cínico. Concretamente: hoy para el argentino promedio ocupar un puesto de poder -especialmente si es público- y conservar una conducta honesta equivale a ser un pelotudo.
Honor. No hace tanto -¿uno, dos siglos?- había bastante gente dispuesta a jugarse la vida por su honor, el de su mujer o el de su familia. Pero la propia definición del diccionario como sentido “moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo” destila olor a naftalina. La idea, asociada a la de dignidad, habita con ella los zócalos de la sociedad actual. Quizá no sea necesario recurrir al brillante “El crepúsculo del deber”, de Gilles Lipovetsky para entender lo que Enrique Santos Discépolo escribió en dos versos: “La honradez la venden al contado / y a la moral la dan por moneditas”. Cuando se oye que va a sesionar el Honorable Senado de la Nación -¡y con Boudou presidiéndolo!-, por ejemplo, el adjetivo mueve al humor. Negro, por cierto.
Integridad. El filósofo Martin Buber resume el Antiguo Testamento en una orden que imparte Jehová: “Marcha delante de mí y sé íntegro”. Es decir, que se muestre, que no se oculte y que sea de una sola pieza, sin dobleces ni engaños. Como define el diccionario, una persona “recta, proba, intachable”. Que no se aparte de sus principios. Todo ello, una venerable antigualla en el reino hiperconsumista de la publicidad, en la que falsear las cosas no es más que una cotidiana, machacona y agobiante estrategia de marketing.
Patria .
En nuestro caso, al menos, es muy distinta como idea a la de Argentina. Argentina (sin el “La”, que designa tácitamente a la República) está vigente hasta (¿o sobre todo?) como cántico futbolero. En cambio, Patria es otra cosa. Es mucho más abarcativo, más alto como concepto e infinitamente más amplio. Se muere por la Patria. Se sirve a la Patria. Se presta un servicio o se le hace un sacrificio a la Patria. San Martín y Bolívar se referían a la “Patria Grande” para denominar a Latinoamérica toda. Quizá por todo eso es una palabra en desuso, propia de héroes y de acciones heroicas, todo ello amontonado en el arcón de los recuerdos viejos, en un tiempo pretérito de un pasado imperfecto.
Pudor. En una época en la que la verdad se confunde con el desnudo, en que el exhibicionismo no es un defecto sino una virtud, en que la celebridad resulta mucho más importante que la vergüenza y en los que se ha borrado toda diferencia entre lo público y lo privado, todo dentro de una cultura de la imagen que nos regala en detalle los pezones de cada una de las figuras del espectáculo global, ¿qué sentido tiene la intimidad? ¿Y qué sentido el resguardarla? Para profundizar el tema, consultar las obras completas de Wanda Nara.
Pero a las palabras, dicen, se las lleva el viento: el viento y el tiempo también.
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