Por L.Silva 18 feb. 2014 19:56
Enviado por Paco.
Leo en estos días muchas cosas sobre la Guardia Civil y su trato a los inmigrantes que intentan entrar en España. No quiero entrar en un debate en el que no soy neutral y puede acusárseme de falta de objetividad. Baste decir que lo de la otra noche en Ceuta tiene toda la pinta de que algo se fue de control, aunque atribuir las responsabilidades no es fácil y duele la ligereza, cuando no la saña, con que personas que jamás se han preocupado de lo que pasa en Ceuta y Melilla (o en el Estrecho) acuden a hacer sangre de lo que como mucho puede considerarse un trágico error. A menos que alguien haya consumido sustancias lo bastante potentes como para creer que los guardias civiles que vigilaban esa valla esa noche, porque así se lo mandamos (o se lo manda el gobierno que los españoles nos hemos dado, que viene a ser lo mismo, a sus efectos), deseaban matar subsaharianos.
En estos días me he acordado mucho de un reportaje que escribí hace diez años, sobre los guardias que vigilan el Estrecho y que una y otra vez se ven en el brete de tener que arrancar a los inmigrantes de las fauces del mar. Estuve embarcado con ellos, vi las condiciones en que hacían su trabajo, y el talante con que se lo tomaban. Tan distante, doy fe, de lo que se escucha en estos días. Estuve con ellos en el centro de acogida de la isla de las Palomas, en Tarifa, donde pude conversar con un grupo de inmigrantes que acababan de cruzar en patera y a los que los guardias habían conducido a puerto. Los hombres estaban eufóricos. La media docena de mujeres, en cambio, tenían cara de funeral. Los hombres habían entrado en Europa, el paraíso prometido por las mafias. Las mujeres, en cambio, habían pasado la verja del infierno donde, manejadas por esas mismas mafias, les aguardaba, en cuanto salieran del centro, la dura vida de la esclava sexual.
Pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
El hecho es que me he puesto a bucear en el ordenador y he recuperado los testimonios de aquellos guardias, que en su día publicó El Semanal. Y me ha parecido que debía reproducir un par de ellos. Para que haya otras realidades sobre la mesa, y para ver si alguno encuentra motivos para ser más prudente.
Aquí están. Los copio tal cual salieron entonces. Lo que dicen lo comprobé y contrasté sobre el terreno, y puedo asegurar que ni exageraban ni alardeaban de nada que no hubieran hecho.
Sebastián. Guardia. Tarifa.
Natural de Tarifa, destinado en el Estrecho desde 1990. Desde febrero de 2003 es el encargado del centro de acogida de Las Palomas. Él se ocupa de que los inmigrantes tengan comida caliente, agua, ropa seca. A él se debe que las paredes estén impecablemente pintadas, y que los alojamientos de menores y de madres con niños pequeños (separados del resto), luzcan un alegre color azul. En el de los bebés no faltan adornos y juguetes. Se presentó voluntario para el puesto, y aunque echa de menos la calle, se siente contento porque está en un lugar en el que puede ayudar. “La labor que hago aquí es más de ONG que de policía, pero con esto la Guardia Civil gana mucho”, declara, satisfecho. Antes de ir a Las Palomas, estuvo en las playas. Ha sacado muertos del agua, y también vivos: “Una vez me tocó pasarme un buen rato agarrado a una roca con un marroquí que llevaba allí tres horas y no quería despegarse de ella. Así que tuve que aguantar con la espalda los golpes de mar, para evitárselos a él, hasta que vinieron a recogernos.” Pero a renglón seguido, añade: “Es bonito sentir el contacto con ellos, abrigarlos cuando tienen frío, mirar a los subsaharianos a esos ojos tan grandes que tienen, y que no dejan de emocionarte por muchas veces que los hayas visto.” Ha abierto un cuaderno en el que pide a los que pasan por Las Palomas que escriban su historia. Allí se lee el testimonio de gente que dice venir de Liberia, Guinea Conakry, Nigeria, Sierra Leona, Sudán. Casi todos escriben en inglés, idioma que Sebastián no entiende, pero encuentra quien se lo lea, y refiere con orgullo que algunos de ellos son muy cultos, universitarios, y que muchos acaban con la frase “God bless you” (“Dios le bendiga”) dirigida a él. Dice que también intenta que los marroquíes escriban algo, pero que hasta ahora no lo ha conseguido. En la primera página del cuaderno se lee, de puño y letra del guardia: “La Verdad de ellos mismos, escrita por sus manos de inmigrante. Que Dios-Alá los bendiga en su viaje y que sus sueños se realicen.”
Segundo. Sargento primero. Servicio Marítimo.
Natural de Ciudad Real, en el Servicio desde que se montó, en 1992. Otro marinero de tierra adentro, pero con muchas millas náuticas a las espaldas. Al timón de la Río Pisuerga, en medio de la noche, guiándose con los ‘ojos’ de la nave (las dos pantallas de radar, una a cada lado, y la de la cámara térmica, que convierte la oscuridad en luz), es la viva imagen de la circunspección. Los ha visto cruzar el Estrecho de todas las formas concebibles, y de alguna inconcebible: en patera, en hidropedal, agarrados a tablas de corcho y dando aletas (José Manuel, uno de sus marineros, apunta zumbón que a esos él les habría dado la nacionalidad “y al equipo de ciclismo”). Pero también cuenta historias que no tuvieron maldita la gracia. Como la vez que el ‘patero’ rajó la zodiac y se les ahogaron 12, o cuando otro, en una patera de las de antes (las auténticas, de las que las neumáticas de ahora tomaron el nombre) volcó la barca y murieron 18. “Ahora es verano y hace buen tiempo”, explica, “pero hay que estar ahí cuando la mar está jodida, cuando hace frío, y controlar a toda esa gente que encima no sabe nadar; sobre todo, evitar que cunda el pánico”. Hay que tener determinación, porque aquí no se puede, razona, andar con los aspavientos de los que ven el asunto desde la barrera. Lo dice con la legitimidad que le da haberse aventurado alguna vez para sacar a gente en aguas donde los de Salvamento Marítimo, con barcos de menor calado, se negaban a entrar, o haber llegado a cargar 72 inmigrantes en el Egeo, una de las patrulleras pequeñas, y haber arribado a puerto con el barco medio escorado y exponiéndose a irse a pique. “Una barbaridad, pero hay que decidir dónde tienen más posibilidades, en el agua o en una patera medio inundada o contigo”. Más de una vez, según cuenta, ha agotado los sudarios que llevaba a bordo. Quizá por eso, aunque bromea como los demás (“si no nos reímos de vez en cuando, qué vamos a hacer”), en el fondo de su mirada hay siempre un resto de seriedad y prevención.
Ahí están. Para tener la historia completa.
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**Visita: http://salasdevideoconferenciasolgaydaniel.blogspot.com.ar/ http://bohemiaylibre.blogspot.com
Leo en estos días muchas cosas sobre la Guardia Civil y su trato a los inmigrantes que intentan entrar en España. No quiero entrar en un debate en el que no soy neutral y puede acusárseme de falta de objetividad. Baste decir que lo de la otra noche en Ceuta tiene toda la pinta de que algo se fue de control, aunque atribuir las responsabilidades no es fácil y duele la ligereza, cuando no la saña, con que personas que jamás se han preocupado de lo que pasa en Ceuta y Melilla (o en el Estrecho) acuden a hacer sangre de lo que como mucho puede considerarse un trágico error. A menos que alguien haya consumido sustancias lo bastante potentes como para creer que los guardias civiles que vigilaban esa valla esa noche, porque así se lo mandamos (o se lo manda el gobierno que los españoles nos hemos dado, que viene a ser lo mismo, a sus efectos), deseaban matar subsaharianos.
En estos días me he acordado mucho de un reportaje que escribí hace diez años, sobre los guardias que vigilan el Estrecho y que una y otra vez se ven en el brete de tener que arrancar a los inmigrantes de las fauces del mar. Estuve embarcado con ellos, vi las condiciones en que hacían su trabajo, y el talante con que se lo tomaban. Tan distante, doy fe, de lo que se escucha en estos días. Estuve con ellos en el centro de acogida de la isla de las Palomas, en Tarifa, donde pude conversar con un grupo de inmigrantes que acababan de cruzar en patera y a los que los guardias habían conducido a puerto. Los hombres estaban eufóricos. La media docena de mujeres, en cambio, tenían cara de funeral. Los hombres habían entrado en Europa, el paraíso prometido por las mafias. Las mujeres, en cambio, habían pasado la verja del infierno donde, manejadas por esas mismas mafias, les aguardaba, en cuanto salieran del centro, la dura vida de la esclava sexual.
Pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
El hecho es que me he puesto a bucear en el ordenador y he recuperado los testimonios de aquellos guardias, que en su día publicó El Semanal. Y me ha parecido que debía reproducir un par de ellos. Para que haya otras realidades sobre la mesa, y para ver si alguno encuentra motivos para ser más prudente.
Aquí están. Los copio tal cual salieron entonces. Lo que dicen lo comprobé y contrasté sobre el terreno, y puedo asegurar que ni exageraban ni alardeaban de nada que no hubieran hecho.
Sebastián. Guardia. Tarifa.
Natural de Tarifa, destinado en el Estrecho desde 1990. Desde febrero de 2003 es el encargado del centro de acogida de Las Palomas. Él se ocupa de que los inmigrantes tengan comida caliente, agua, ropa seca. A él se debe que las paredes estén impecablemente pintadas, y que los alojamientos de menores y de madres con niños pequeños (separados del resto), luzcan un alegre color azul. En el de los bebés no faltan adornos y juguetes. Se presentó voluntario para el puesto, y aunque echa de menos la calle, se siente contento porque está en un lugar en el que puede ayudar. “La labor que hago aquí es más de ONG que de policía, pero con esto la Guardia Civil gana mucho”, declara, satisfecho. Antes de ir a Las Palomas, estuvo en las playas. Ha sacado muertos del agua, y también vivos: “Una vez me tocó pasarme un buen rato agarrado a una roca con un marroquí que llevaba allí tres horas y no quería despegarse de ella. Así que tuve que aguantar con la espalda los golpes de mar, para evitárselos a él, hasta que vinieron a recogernos.” Pero a renglón seguido, añade: “Es bonito sentir el contacto con ellos, abrigarlos cuando tienen frío, mirar a los subsaharianos a esos ojos tan grandes que tienen, y que no dejan de emocionarte por muchas veces que los hayas visto.” Ha abierto un cuaderno en el que pide a los que pasan por Las Palomas que escriban su historia. Allí se lee el testimonio de gente que dice venir de Liberia, Guinea Conakry, Nigeria, Sierra Leona, Sudán. Casi todos escriben en inglés, idioma que Sebastián no entiende, pero encuentra quien se lo lea, y refiere con orgullo que algunos de ellos son muy cultos, universitarios, y que muchos acaban con la frase “God bless you” (“Dios le bendiga”) dirigida a él. Dice que también intenta que los marroquíes escriban algo, pero que hasta ahora no lo ha conseguido. En la primera página del cuaderno se lee, de puño y letra del guardia: “La Verdad de ellos mismos, escrita por sus manos de inmigrante. Que Dios-Alá los bendiga en su viaje y que sus sueños se realicen.”
Segundo. Sargento primero. Servicio Marítimo.
Natural de Ciudad Real, en el Servicio desde que se montó, en 1992. Otro marinero de tierra adentro, pero con muchas millas náuticas a las espaldas. Al timón de la Río Pisuerga, en medio de la noche, guiándose con los ‘ojos’ de la nave (las dos pantallas de radar, una a cada lado, y la de la cámara térmica, que convierte la oscuridad en luz), es la viva imagen de la circunspección. Los ha visto cruzar el Estrecho de todas las formas concebibles, y de alguna inconcebible: en patera, en hidropedal, agarrados a tablas de corcho y dando aletas (José Manuel, uno de sus marineros, apunta zumbón que a esos él les habría dado la nacionalidad “y al equipo de ciclismo”). Pero también cuenta historias que no tuvieron maldita la gracia. Como la vez que el ‘patero’ rajó la zodiac y se les ahogaron 12, o cuando otro, en una patera de las de antes (las auténticas, de las que las neumáticas de ahora tomaron el nombre) volcó la barca y murieron 18. “Ahora es verano y hace buen tiempo”, explica, “pero hay que estar ahí cuando la mar está jodida, cuando hace frío, y controlar a toda esa gente que encima no sabe nadar; sobre todo, evitar que cunda el pánico”. Hay que tener determinación, porque aquí no se puede, razona, andar con los aspavientos de los que ven el asunto desde la barrera. Lo dice con la legitimidad que le da haberse aventurado alguna vez para sacar a gente en aguas donde los de Salvamento Marítimo, con barcos de menor calado, se negaban a entrar, o haber llegado a cargar 72 inmigrantes en el Egeo, una de las patrulleras pequeñas, y haber arribado a puerto con el barco medio escorado y exponiéndose a irse a pique. “Una barbaridad, pero hay que decidir dónde tienen más posibilidades, en el agua o en una patera medio inundada o contigo”. Más de una vez, según cuenta, ha agotado los sudarios que llevaba a bordo. Quizá por eso, aunque bromea como los demás (“si no nos reímos de vez en cuando, qué vamos a hacer”), en el fondo de su mirada hay siempre un resto de seriedad y prevención.
Ahí están. Para tener la historia completa.
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**Visita: http://salasdevideoconferenciasolgaydaniel.blogspot.com.ar/ http://bohemiaylibre.blogspot.com
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