El camino equivocado
ESA HORMIGA
Por Eduardo Juan Salleras, 11 de marzo de 2015.-
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El martes por la tarde el calor era infernal, seguro bastante más de 30ºC.
Siendo las 15 horas, ya no me quedaba mucho tiempo para hacer el trabajo y dejarlo terminado a la tardecita: Agachar el morro entonces y encarar.
En bermudas, al sol, zapatillas, remera muy liviana y la grandiosa herencia de mi padre: el sombrero “piluso” escocés, de alas grandes, de color rojo (fantástico).
Cortando campo, entre pastos estresados por la temperatura y cardos con sus flores ya secas, la tierra que hervía, y yo tranqueando lo más rápido posible el terreno, desparramando varillas cada 45 metros primero y el hilo de boyero eléctrico después, corrigiendo desvíos, atando… todo lo más rápido posible para escaparle a ese horno en el que se había transformado el ambiente.
En una de las tantas idas y venidas, en la cabecera: el boulevard de eucaliptus y su sombra tan preciada para ese momento, como un baldazo de frescura, había dejado allí para sentarme un rato, un bidón de 30 litros de plástico y descansar la cintura – mi escoliosis – para luego arrancar de nuevo introduciéndome en la hoguera.
Yendo y viniendo, meto el pie en una cueva de peludo, rodando sobre espinas, transpirado a un nivel superlativo, ya era como una vaselina. A pesar de los pinchazos, quedé allí tirado, entre risa y dolor, por la situación, las espinillas, y sobre todo, el tirón en la cintura, dejándome paralizado.
Me enderecé como pude y llamé a mi mujer para que mande un poco de agua fresca al boulevard. Despacio caminé los 200 metros que me separaban de la sombra.
Ahí me senté en el bidón a disfrutar el agua helada de la jarra térmica.
Apoyado en el tronco de un árbol tomé casi un litro de un trago.
Busqué acomodarme en mi asiento de tal manera de encontrar la posición justa que evite el dolor, no es fácil.
Me quedé un rato mirando alrededor.
¡Es fantástica la naturaleza!
Podría pasarme horas así, contemplando el entorno, las plantas – especialmente las naturales como la mora – los pájaros… entre todo, mirando el piso, veo la multitud de hormigas que iban y venían, como yo haciendo el boyero.
Pensar que hasta fin de la década del 90, no había hormigas en mi campo. Fue aquella famosa y mal llamada inundación de la laguna “La Picasa”, la que corrió de los campos bajos a estos inteligentes insectos, a tierras más altas, en ellas incluso buscar los suelos no agrícolas para estar más tranquilos. No son como los humanos que construyen sus viviendas a orillas de los ríos o arroyos, y a pesar de inundarse una y otra vez, siguen allí sin abandonar la desgracia presente y futura.
Así, con un tránsito tremendo de pequeños caminos que se cruzaban, las hormigas corrían de un lado para el otro, llevando la cosecha a sus hormigueros. Dicen algunos que cuando eso ocurre con tanta desesperación es que anuncian un año seco.
Entre todo ese alboroto de circulación, miles hacia allá, miles hacia acá, había una hormiga que llevaba encima un hoja enorme, diez veces su tamaño, que la hacía incluso volcar y sin dejarla, con mucho esfuerzo intentaba arrancar de nuevo, bamboleante como si estuviera borracha y ¡pum! Otra vez al suelo.
Me interesó la situación pensando que se iba a dar por vencida dejando esa carga gigante y buscaría una a su medida.
Sin embargo, no. Me dolía el cuerpo de verla renegar de esa manera, era agobiante.
Hice un círculo grande en el piso de un poco más de un metro, delimitando el lugar porque debía reiniciar mi trabajo, pero, al volver, seguía allí con su enorme peso sobre el lomo, mi querida hormiga, a la que le puse de nombre Argentina,
Ahora aplastada con la hoja, quizás extenuada por tanto esfuerzo, habiendo perdido toda la energía para sacarse de encima semejante lastre.
Me agaché y con la punta de los dedos, le quité de arriba el peso. No crean que fue tan fácil porque a pesar de todo ella la seguía tomando como suya.
Tambaleante se fue, sin nada, quizás a la pasada, de regreso al hormiguero, manotee algo para no llegar con las manos vacías.
¿Qué sería de ella? ¿Sobrevivirá?
Me hizo acordar mucho a nuestra sociedad - a nuestro país - que increíblemente vive revolcada en el piso, por el peso de una clase política que le vendió por democracia el populismo y por república una monarquía disimulada detrás de un relato, aplaudida por corruptos obsecuentes.
Los argentinos hemos sido humillados por el poder, el que nos exige que vivamos arrastrados detrás de él.
Será nuestra naturaleza que siempre buscamos el camino más complicado, la hoja que nunca podremos llevar a destino, y con tanta riqueza a mano, nuestras bodegas (hormigueros) están vacías, llegando el invierno, porque la primavera y el verano ya pasó.
Siento una profunda tristeza.
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