Seguramente la mayoría de los lectores han oído alguna vez hablar de Robin Hood, un forajido arquero de la Inglaterra medieval que vivía muy cerca de Nottingham, según cuenta la leyenda. La historia varía dependiendo de quién la narre ya que no es más que un simple cuento que se pasó de boca en boca durante siglos, pero que sin duda alguna logró plasmar una frase como resumen de su obrar y, de cierta manera, como un ideal de justicia, ¡robo a los ricos para darle a los pobres!
Es probable que los primeros relatos sobre este mítico personaje del Bosque de Sherwood eran sus aventuras como justiciero que robaba a los bandidos – o bien al corrupto rey Juan I- para devolver el botín sustraído a sus verdaderos dueños. Pero lamentablemente ese no fue el mensaje que quedó inmortalizado, sino el de la mismísima justificación del robo al que más tiene siempre y cuando no tenga como finalidad acrecentar la propia riqueza sino que sea para entregar a los que menos tienen. En palabras de Maquiavelo, el fin justifica los medios.
¿Pero da igual practicar caridad con la riqueza propia que con la ajena? ¿Soy un ejemplo para la sociedad del cual pueda sentirme orgulloso si dono los $10.000 que mi vecino había ahorrado para refaccionar su hogar pero que yo muy “heroicamente” le sustraje? La famosa autora estadounidense de origen ruso, Ayn Rand, describió a Robin Hood mediante uno de los personajes de sus novelas como el doble parásito que vive de las llagas de los pobres y la sangre de los ricos, pero esta caracterización se hace extensiva además a nuestro gobierno nacional, el cual muy pomposamente afirma que jamás se ayudó tanto a los carenciados, pero mientras tanto la clase media está cada vez más fatigada como así también el sector agrícola e industrial, quienes deben mantener más de 64.000 millones de pesos en planes sociales, los cuales son cada vez más solicitados ya que el desempleo aumenta.
Esto último nos hace pensar que no se lucha contra la pobreza sino que se hace política mediante ella, ya que de lo contrario el número de planes sociales que recibe la gente debería ser cada vez menor o nulo luego de más de diez años de gobierno, pero este no es el caso. Lo que se hace es acrecentar la necesidad de los ciudadanos para luego darles el pescado pero jamás la caña de pescar, puesto que de hacerlo quizás nadie los requeriría. Ejemplo de esto fueron los dichos de Alex Freyre quién sentenció que la gente con sida morirá en 2016 de no ganar el oficialismo, o bien el caso del gobernador kirchnerista de Tucumán, José Alperovich, cuando en referencia a las próximas elecciones alertó que "no vaya a ser que nos equivoquemos y que empiecen a falta remedios en los hospitales".
Immanuel Kant decía que la ilustración significa “el abandono por parte del hombre de una minoría de edad no biológica, sino mental”. Con esto el filósofo prusiano hacía referencia a la “incapacidad para servirse de uno mismo sin la ayuda de otro”. El oficialismo quiere asegurarse el lugar de ese otro, y así, con el afán de hacernos creer que es necesario para nuestra supervivencia, hace lo que tenga a su alcance persiguiendo la meta de ser imprescindible, y para lograrlo despoja a algunos de sus bienes y dinero, y a otros de algo no apreciable económicamente pero si moralmente como lo es la dignidad, el amor por el trabajo y la facultad de encargarse de uno mismo, en definitiva, la posibilidad de “Ilustrarse”.
Recibido de Fundación Atlas.
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