Siempre el ligustro
¿CÓMO DEJAR DE SER LO QUE SOY?
Por Eduardo Juan Salleras, 10 de noviembre de 2013.-
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
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Sentí llover y me levanté.
Son las 4 de la mañana, una hora antes de lo habitual pero, si se moja la leña, especialmente las ramitas del inicio, se hará difícil encender el fuego para hacer quesos.
Junto lo más pequeño y con un poco de combustible arranco. Luego a poner bajo techo los leños gruesos.
Después sí a calentar agua para el mate.
Regreso y sentándome en un tronco y al reparo, mirando el hogar de la caldera, pienso: ¿qué estoy haciendo acá?
Aún está oscuro, por la hora y por la mansa tormenta.
¿Fue acaso el proyecto de mi vida estar a la madrugada haciendo lo que hago?
No, seguro que no, aunque debo reconocer que lo disfruto, que me parece fantástico no llevar el peso en mis hombros de tener que ser otra cosa de lo que soy o me toca ser.
Ahora, en estas circunstancias no puedo ser otro, porque no hay quien sea yo entre tanto.
Por otro lado, mientras crujen los palos en las llamas, siento el aroma de mis queridos ligustros. Ese perfume particular que se acentúa con la humedad que producen las gotas salteadas de una lluvia que no comienza del todo.
Su fragancia es notable y silenciosa cuando la mañana aún se mantiene negra.
Entremezclada con el olor de los eucaliptus y pinos que se queman en la hoguera, estoy pasando un momento fenomenal… y gratis.
Es un regalo de la vida, no hice nada para tenerlo.
Seguro que puedo aspirar a más, llenar de canteros con hermosas flores y distintas esencias. Plantas anuales que debo renovar a cada estación… claro que sí.
A la floración del ligustro solamente debo esperarla en primavera, arrancando noviembre, como sentado en una estación aguardando al ser querido que llegue… siempre me sorprende, tapándome los ojos por detrás y preguntando ¿quién soy? Inconfundible. Es que me doy cuenta de su tiempo y del mío, el que estoy viviendo, cuando siento su fragancia.
Si me encuentro bien, ¿para qué cambiar? ¿Es que de esto sólo se trata mi vida?
Lleva mucho tiempo de impostergables pasos, de irrenunciable actividad, hacer lo que estoy haciendo.
Unos años atrás, me imaginaba para este momento vivir con menos presiones laborales y productivas. Tomar distancia, delegando; con una situación económica más tranquila, lo que me permitiría dedicarme a otras cosas de las que también disfruto, como escribir, sin tener que hacerlo a las apuradas para cumplir con mi espíritu y mis publicaciones semanales, o con los libros empezados y abandonados. Disfrutar además con mi familia y mis amigos, momentos de ocio doméstico, sin embargo, recibo visitas y estoy a las corridas haciendo lo posible para que todos disfrutemos… atender una cosa y la otra.
Tengo posibilidad de huir de esta forma de vida, pero temo extrañarla, echar de menos a la actividad que hoy me devuelve al hogar tarde, cansado y con algunos dolores importantes producto de la exigencia física de la tarea. Por otra parte, más allá de algunos reniegos con el trabajo en sí, cuando todo pasa (aunque siempre vuelve), se siente el sabor de haber resuelto el día. Igual mi mujer, la que en sus tareas hace lo suyo… y cuando la tarde se despide nos sentamos unos minutos a tomar unos mates y hablar de lo bueno… y de lo malo… de la jornada que pasó, mientras anocheciendo, las fragancias del parque alimentan nuestra alma, dándonos fuerza para reiniciar al día siguiente.
El tema de fondo está en saber quiénes somos realmente… quién soy.
Porque para cambiar hay que dejar de ser.
No sé si todos tienen ese sentido de pertenencia de sí mismos.
Tal vez, a pesar de haber pasado los años, no se logró ser nada.
Y no tiene que ver con tener sino con ser.
¿Somos lo qué queremos?
En realidad lo mío es bastante cómodo, me ahorro ciertas debilidades de la vida, aquí donde estoy y en este momento a solas con mi conciencia ¿a quién le puedo hacer mal? Por otro lado tengo algo que es admirable: tranquilidad, en un lugar donde en el verano hace calor; los otoños son amarillos y nostálgicos; el frío y los fuegos en el invierno; y el aroma íntegro de la primavera con la floración de los ligustros a cada temporada.
Sin embargo, vivir no se trata solamente de esperar lo que sabemos que va a ocurrir. Porque también existen las fantasías, el reto aquel a que nos invitan los sueños, aquello que se escapa a lo obvio, entrando en juego tal vez lo utópico… lo alcanzable y muchas veces lo imposible.
La cuestión pasa en cómo combinar nuestros anhelos sin perder lo que ya tenemos, es ahí donde no renunciamos a ser los que somos, es crear una ilusión a partir de la realidad.
Quizás a ello debamos llamarlo tan sólo esperanza.
Mientras tanto resuelvo esta encrucijada de” ser o no ser”, disfruto la paz del momento, cuando el sol de a poco ilumina el oriente y comienzo a sentir que ya no estoy solo.
Si bien un zorzal hace rato que canta a los gritos, con el amanecer se suman otros trinos… y también nuevos ruidos, la vaca que regresa en busca de su ternero balando en el corral, el relincho del nochero a la espera de ser cambiado por otro caballo y huir al lote… ¡el gallo! me olvidé de él, hace una hora que convoca a despertar, y así todos los ruidos del día se van sumando.
Es el momento de no pensar más en estas cosas… veremos… a trabajar…
Ya es mañana. Son las 5 de la madrugada y estoy aquí frente al fogón… ¿Qué estoy haciendo?... queriendo disfrutar lo que me toca.
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