En un momento histórico de ceguera política, la violencia (ajuste de cuentas, intrigas, maniobras furtivas, conspiraciones y contraconspiraciones, violencia económica, política y psicológica, etc.) puede constituirse en la justificación de todo.
Los actuales desbaratadores de la sociedad (perdón, funcionarios públicos), a los que ningún principio refrena ni ninguna convicción estorba por cuanto carecen de principios y de convicciones, están jugando con el fuego de las pasiones humanas y el instinto de la violencia de los marginados. Para ello explotan palabras como trabajo, subsidio, planes, economía de mercado para todos, desvirtuando en los hechos sus significados, enmarañando y confundiendo el sentido de esos términos de los que tanto se sirven…
Por esa razón, nuestro país es hoy una crónica de dificultades. Basta observar el choque de ideas existentes en los distintos grupos enfrentados que guardan cada uno de ellos un arsenal de ideas, agresivas todas ellas, y utilizan las palabras como municiones, enfrentándose todos ellos en una interminable guerra psicológica en donde el lenguaje bélico no es para nada un medio de negociación, ni un recurso para mediar entre opiniones contrapuestas; cuando más dura es la vida para un grupo –en ofensiva o en la defensiva- tanto más despojada, eficiente, rigurosa y violenta es su retórica.
En ese ambiente hostil, en donde la Iglesia, las Fuerzas armadas, los empresarios y los sindicatos obreros, representan hoy al ENEMIGO VENCIDO, la Justicia produce jueces, fiscales y empleados siervos del Poder, y los corruptos se asocian para compartir con nuestros funcionarios el poder y sus recursos cada vez más escasos...
Nuestra sociedad se encuentra en un estado patológico de crisis y desorganización social.
Cuando se extinga por desclasamiento social la clase media, y la masa empobrecida alcance un número extremadamente alto, sobrevendrá lamentablemente la adversidad y pronto se arruinará la democracia…
El cataclismo está sucediendo ahora y nadie sabe (por lo menos yo), a ciencia cierta, qué país heredarán nuestros hijos, ni el que podrán recibir los hijos de ellos, nuestros nietos.
En azul y blanco, Hugo Cesar Renés
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