Durante mi niñez (desde mediados de la década de 1940) vivía en la esquina de la calle Belgrano (luego convertida en Avenida) y la calle Balcarce a tres cuadras de Plaza de Mayo que bajo el número “50” marca la dirección de la Casa Rosada.
Desde allí me llevaba mi madre los 17 de Octubre a escucharlo a Perón y a Evita y sumarnos a los centenares de miles de personas que allí concurrían.
Y muchas tardes caminaba hasta allí por las tardes y esperaba junto a otros chicos en la explanada de la Casa de Gobierno hasta que saliera el auto que llevaba a Perón de regreso a la Residencia Presidencial de Olivos.
Había allí un solo vigilante (Policía) que procuraba y sin suerte alejarnos. El auto se detenía y allí charlábamos con el Presidente.
Era una persona muy afable, calma, siempre sonriente y con una enorme paciencia a nuestras preguntas como “¿Y hoy qué hizo General?”.
Y se ponía los dedos sobre la frente moviendo la cabeza y nos decía: “Si vieran los problemas que tengo, la verdad es que podrían venir a darme una mano”
A veces junto a él venia también Evita quien bromeaba con nosotros diciendo: “No le hagan caso que se la pasa tomando mates todo el día”
“¿En serio, General?” le preguntábamos y él lo desmentía entre bromas y chanzas con Evita y allí reíamos junto a ellos.
No sé si pueda transmitir acaso esos momentos dichosos de mi infancia donde el Presidente y Evita nos dedicaban su atención y su tiempo para atendernos y lo hacían con agrado con naturalidad! Lo hacían porque lo sentían”! “Así eran ellos”!
De una nota que nos enviara Alberto Pringles
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