Los momentos que siguen a un ataque terrorista son impactantes, como son drásticos las intentos que se toman para capturar a los autores materiales del hecho, e inútiles las medidas tendientes a evitar que no vuelva a suceder. Son terribles los ataques terroristas, pero peor es el olvido de la gente. Todos los días tenemos que ser París o Bruselas. Puede ser que mañana seamos otra capital, posiblemente del continente americano.
Los líderes mundiales sólo reaccionan con sentidas frases de condolencia que no reportan solución alguna. Las acciones bélicas que se toman en el Cercano Oriente son lentas en alcanzar el objetivo y estimulan al terrorismo. Es que el mundo no quiere reconocer que la tercera guerra mundial tiene que comenzar. Mucho menor fue el detonante que hizo estallar la primera guerra mundial. La bomba de Sarajevo ha explotado ya varias veces en estos últimos años.
El terror árabe con sus destructoras inmolaciones tan repetidas, le otorga a occidente suficientes motivos para responder con una guerra con todos sus medios disponibles. Pero occidente no se atreve a iniciarla. Es que la civilización detesta la violencia. Detesta la violencia, pero la sigue sufriendo con tremendo dolor e insoportable frecuencia.
No hay otra solución. Es necesario eliminar la boca del hormiguero. Las democracias tendrán que pisotear a las temibles hormigas terroristas, tal como se pisoteó a los venenosos insectos nazis hasta eliminarlos por completo en su propio terreno. Eso es lo que sucedió cuando los aliados invadieron Europa desde las costas francesas de Normandía.
Estaba previsto que la invasión a Normandía produciría pérdidas en valiosas vidas humanas. Así fue. Las pérdidas fueron cuantiosas. Pero con ella, el 6 de junio de 1944, el famoso Día D, los aliados evitaron que el mundo entero se convierta en una inhumana y despótica dictadura.
Una valiente y masiva invasión se impone en estos momentos. Lamentablemente se volverán a perder valiosas vidas, pero de esta manera occidente truncará el sueño de los extremistas árabes, ese sueño en el que se imaginan hecho añicos a la Estatua de la Libertad y a otros valiosos símbolos internacionales; ese sueño en el que ven completamente destruidos a los patrimonios de la humanidad, y a los innumerables tesoros acumulados a través de la historia; ese sueño con poder decapitar o crucificar a todo ser humano que resista a ser sometido a las leyes del Estado Islámico.
En fin, con esa nueva invasión se podrá hacer que el fundamentalismo islámico, abandone sus obstinados intentos de convertir a la civilización en un oscuro crisol teocrático de tribus salvajes, utilizando al terror como arma predilecta.
Samuel Auerbach.
Natanya, Israel.
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