Argentina
CORAZONES VACIOS
Por Eduardo Juan Salleras, 1º de septiembre de 2015.-
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
«Escuchad y entended todos: Nada que entre de afuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de adentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de adentro del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de adentro y hacen al hombre impuro.» Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,1-8.14-15.21-23) domingo 30 de agosto de 2015.
Para Jesús en el interior de un hombre existen estos sentimientos impuros, o por el contrario, moralidad, generosidad, justicia, prudencia, respeto, caridad, nobleza, honra, humildad, naturalidad… santidad. Lo que uno tiene adentro es lo que sale.
Sin embargo, eso fue hace 2000 años atrás, cuando Jesús jamás pensó que podía existir la tercera variante, los argentinos.
Dios, cuando en su cóctel creó el mundo y a la humanidad, creyó que todo le había salido bien y por ello descansó el domingo. Así lo cuenta la Biblia.
Y no fue tan así.
Nunca imaginó que de esa combinación podía surgir, del territorio más rico, más amable, más sereno de todo el planeta, una nueva especie, distinta a casi todas: los argentinos.
Entonces, están los corazones impuros, los corazones puros y los corazones vacíos, los nuestros. En un corazón ocioso pueden entrar los sentimientos tanto indecentes, deshonestos, viciados, inmundos, como también las conductas sanas.
Resulta, que el relato pudo más que las buenas pasiones, que la educación, que la cultura, que la tradición, que la correcta convivencia ciudadana, que la consideración al prójimo; pudo más que el respeto a las instituciones de la democracia y la república.
Encontró asidero en almas vacías o vaciadas.
Al inicio de la década del `80, en el interior de los argentinos solamente hervía el ánimo por volver a la normalidad cívica, es por ello que gana las elecciones aquel que tuvo como su discurso emblema, el preámbulo de la Constitución Nacional: Raúl Alfonsín. Sin embargo, la tendencia enseguida comenzó a cambiar hacia el “yo soy…”, así vino el intento del “tercer movimiento histórico”, voluntad destrozada por la hiperinflación.
Era demasiado para un radical, no para un justicialista.
Aquellos corazones exultantes de democracia y república, posteriormente se vieron seducidos por el “Síganme que no los voy a defraudar”, “La Argentina está condenada al éxito” y por último: El gobierno nacional y popular de la última década. Fueron 24 años de gobierno justicialista plagados de corrupción y de clientelismo político, no sólo con los que menos tienen, sino peor, con los enriquecidos de la nada.
Hoy descubrimos el fraude electoral en Tucumán cuando la elección que ganó Menem y que luego asume Kirchner como presidente, fue una estafa al sistema. A pesar de ello, nadie dijo nada y todos contentos con el “raro” que nos iba a gobernar hasta su muerte, dejando peor descendencia. ¿Alguien preguntó por Santa Cruz?
Y luego se sucedieron otras, muy oscuras.
Se siente olor a podrido por todos lados y nos es de ahora.
De corazones ociosos a vanidosos, de huecos a frívolos, propensos a llenar con cualquier cosa su integridad. Los argentinos hemos aceptado de a poco y sin resistencia, distintas formas de inmoralidad como el robarle el dinero al pueblo; de perversión, como permitir que el narcotráfico ande a sus anchas por todo el territorio como patrón social, sumergiendo a la comunidad al flagelo y a la esclavitud de la droga; al libertinaje del todo vale menos los derechos de los ciudadanos honestos; al delito como una nueva actividad lícita; al abuso del poder; a la indecencia de la subversión de la palabra… al relato mercenario.
Y uno piensa, ¿se pueden recuperar esas almas infectadas? ¿Se puede sembrar una semilla en tierra salada? No sé, tal vez algo nazca, raquítica la planta comience a erguirse en el peor suelo, ¿Y después? Se verá.
Recuerdo, cuando aún muy joven, hacía mis primeras armas en el campo y recorriendo un lote con un viejo paisano que trabajaba con la familia desde siempre, le pregunté por qué, luego que la hacienda comió todo el potrero, quedaban matas aisladas de pasto sin tocar, las más verdes, las más opulentas, las más atractivas. Me hizo bajar del caballo y meter la mano entre medio del frondoso “macollaje”. Vaya sorpresa me encontré, la mano tocando bosta fresca de vaca. - “Viste porque la vaca no la toca a esa planta… hasta que con el tiempo se resuma y se haga suelo, excepto que pase mucho hambre el animal, no lo va a comer”. Redondeó Don Leandro, analfabeto y sabio al mismo tiempo, de corazón bueno.
Luego de esa enseñanza recurrí a un antiguo sistema: desparramar la bosta enseguida de pastoreado el lote con una rastra de cadenas, o la de dientes pero dada vuelta. Eso evitaría no sólo que queden esas desprolijas matas intactas en el lote, sino una mejor fertilización del potrero.
¿Se puede acaso desparramar tanta bosta acumulada durante una década?
¿Servirá para fertilizar algo o será como regar con salmuera?
Lo que Jesús dice en el Evangelio es cierto. Depende de qué tengamos en nuestro interior, de qué madera estemos hechos, qué enseñanzas recibimos o supimos aprender de nuestros mayores, de la escuela, de la universidad… qué amigos ganamos por la vida… seremos o no capaces de enfrentar a un relato deprimente y abrazar la virtud, o sucumbir ante la sugestión de la corrupción.
Nuestros corazones merecen otra cosa, creo.
EJS
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