LA VEREDA ENCERADA - Por Eduardo Juan Salleras

Orden y progreso
LA VEREDA ENCERADA
Por Eduardo Juan Salleras, 23 de septiembre de 2014.-

Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente

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Son frecuentes las caminatas de mi casa al taller, en cada viaje a Buenos Aires, ya que siempre algo hay que hacerle a mi viejo auto Fiat Tipo modelo 1994, pretendo tenerlo bien, acomodado, porque es mi herramienta de traslado y de trabajo.

El trayecto debe durar entre treinta y cuarenta minutos, dependiendo de la ruta elegida, acción que cumple con la conveniencia de caminar para mantener en línea mi presión arterial.

Me gusta este trajín a buen paso, lo más largo y rítmico posible. Óptimas zapatillas y nada más, de civil, sin necesidad de disfrazarme de maratonista.

Claro, el estado de la senda no es satisfactorio, entre la mugre, los pozos y las baldosas flojas, hay momentos que pierde su atractivo.

Ese mismo día, del que voy a hablar, paseando un perrito del otro lado de la calle, una señora, prolijamente con una bolsa de nylon blanca recoge la caca expulsada por su mascota, la envuelve, y lo curioso, la arroja a los pocos metros contra un árbol. ¿A quién se le ocurre?

Pensé, barrio de Palermo, gente educada convenientemente, ¿y esto? Es imposible entonces mantener limpia la ciudad, no hay esfuerzo que supere el no querer.

Este tipo de conductas sociales, generalizadas, hace que un pueblo no prospere nunca. Podrá disfrutar de alguna primavera pero al tiempo volverá a su realidad, la mediocridad.

Es una lástima porque no todo es así, no todos son así.

Venía a buen ritmo, sorteando obstáculos, como jugando a la rayuela, cuando me detengo abruptamente y delante de mí, en el frente de un modesto hotel residencial, las baldosas en perfecta armonía y brillantes, al tanto, una mujer con su uniforme de limpieza pasaba el lampazo de un lado al otro.

Me quedé inmóvil…

- Pase, pase… me dijo la empleada.

- Me da no sé qué, está todo tan impecable. Le respondí.

- La vereda es para pisarla.

- Sí, es cierto…

- Todos nos lavamos para volvernos a ensuciar… vamos pase.

Y muy sigilosamente crucé, casi en puntas de pie, casi volando, para caer nuevamente en la realidad, sorteando obstáculos, jugando otra vez a la rayuela, intentando no perder el ritmo en el andar.

Ahí recordé a mi madre. Cuando muy joven me fui a vivir al campo solo, ella, dentro de una de las cosas que me dijo fue: - apenas te levantes por la mañana, lo primero que debes hacer es la cama… es de una dejadez terrible dejarla sin hacer. Hoy, cuando me toca estar solo en el campo, me levanto y hago la cama enseguida, aunque también, si me lo permite el tiempo, muchas veces, la abro por completo al tiempo que la ventana para ventilarla y luego sí, como dijo mi mamá.

Uno se baña todos los días, se cambia de ropa, se cepilla los dientes… para qué si voy a volver a transpirar o a comer, sin embargo, la persona aseada lo hace.

Y así muchas cosas.

Sin embargo hay otras, no tan puntuales que permitimos que sucedan, que nos avancen y luego se quedan en nuestras vidas ocupando un lugar indebido, cambiándonos ciertas piezas de lugar, modificando nuestras costumbres, disolviendo las bases educacionales… y nos lleva la corriente, nos muda de orilla y de paisajes… y a pesar de ello permanecemos pasivos, aceptando en cierta forma una situación gratuita, que no la deseamos, que no nos pertenece, a la que nunca aspiraríamos porque además nos incomoda, nos irrumpe, muchas veces dañando.

Son los nuevos tiempos… donde el orden, la mesura o el respeto son condicionamientos indeseables, no para la libertad, sino para las libertades, que no es lo mismo.

La sociedad tiene una libertad, yo tengo la mía y mi vecino tiene la suya, pero hay sólo una para la unidad común, para la comunidad. Únicamente lo garantiza la armonía, la prudencia y someterse a las reglas.

Perdimos el sentido de dónde comienzan las cosas y donde deben terminar.

Los límites ganan un espacio antojadizo, perdiéndose la referencia, haciéndose así confusa la vida.

Es el reino de los anarquistas, los que me parecen muy pintorescos y simpáticos, pero también muy mentirosos, tanto como los populistas o los políticos de izquierda cuando llegan al poder.

No sé a quién beneficia la demagogia, sí sé a quién engaña.

No existe la libertad sin fronteras, eso no es libertad, porque no depende de un espacio geográfico sino de un sentimiento, de una forma de vivir y de sentir la vida.

El orden nos pone barreras para dejar pasar el derecho ajeno. Eso permite que la sociedad funcione con una cierta soltura o agilidad.

La libertad es confianza, y hermana de la felicidad.

Es la gran enemiga de los gobiernos populistas, demagogos, los que ocultan su absolutismo detrás de la subversión de los conceptos cívicos y sociales. Es por ello que lo primero que buscan dominar es la mente y el sentimiento ciudadano, permitiendo la violación de casi todos los límites, pero sometiendo, monopolizando el relato público. Invaden los medios sociales de comunicación, y el vivir de algunos dependen de sus dádivas y todo pensamiento libre que se oponga excede los términos de la libertad.

Esa confusión en la que se vive hoy, es el común denominador de los pueblos subdesarrollados.

Y todo porque no hicimos lo que debimos hacer en su momento, para qué… si vamos a volver a transpirar o a comer… o a pisar el camino.

No solamente apenas despierto hago la cama, cuando me toca, sino que limpio el piso, no puedo verlo sucio, y si me sobrepasa la situación, me despierto más temprano pero, quiero ver el reflejo de la luz en la superficie. Y para mantenerlo así me cuido de limpiarme los pies al entrar.

Créanme que fue una grata sorpresa ver esa vereda impecable y no creo que haya sido cera lo que le daba tanto brillo porque si así fuera, los transeúntes patinarían.

Merece entonces mantener siempre preciosas: la vida y la sociedad.

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