En Egipto e Irak, los cristianos están huyendo masivamente de las persecuciones islamistas, las quemas de iglesias y el creciente clima de discriminación. En Nigeria, el grupo islamista Boko Haram (cuyo nombre significa “La educación occidental debe ser prohibida”) mató a unos 10.000 cristianos en los últimos 11 años
Si en el ridículamente pequeño espacio geográfico que ocupa Israel, hubiera un país musulmán en conflicto con sus vecinos, el tema no interesaría a nadie
Raúl Reuben Vaich
Israel
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Un odio que se niega a ser nombrado
Egon Friedler
periodista
La Republica 9/12/2012
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Desde marzo de 2011, Siria vive una terrible guerra civil. Hasta ahora van 40.000 muertos, un número considerable de ellos niños, ya que la artillería del gobierno de Assad dispara masivamente contra barrios enteros. En todo el Medio Oriente, especialmente en Egipto e Irak, los cristianos están huyendo masivamente de las persecuciones islamistas, las quemas de iglesias y el creciente clima de discriminación. En Nigeria, el grupo islamista Boko Haram (cuyo nombre significa “La educación occidental debe ser prohibida”) mató a unos 10.000 cristianos en los últimos 11 años, varias veces el número de palestinos muertos en enfrentamientos con Israel en el mismo lapso. Su especialidad es colocar bombas en iglesias con los fieles adentro. Las habituales noticias sobre shiítas asesinados por sunnitas o viceversa en Irak, Pakistán o Afganistán no llaman la atención de nadie. El hecho de que en el mes pasado de noviembre se hayan registrado en nombre de la Jihad (guerra santa) en el mundo 215 ataques en 22 países contra 5 religiones produciendo 893 muertos y 1848 heridos graves solo es registrado por excéntricos lugares políticamente incorrectos en Internet. Nada de todo esto provoca manifestaciones en Occidente, ni editoriales, ni pronunciamientos de partidos o de intelectuales. La indiferencia es total. Musulmanes muertos por otros musulmanes en cualquier país, o cohetes que causan pánico entre los niños en una escuela del Sur de Israel no son noticia.
Pero si Israel después de meses de ataques con cohetes contra su población civil decide contraatacar a quienes la atacan, se desata una furia cósmica. Israel es el diablo universal, el genocida, el culpable crónico de todos los males del mundo. Las condenas se multiplican. Repentinamente personas carentes de interés especial por la política internacional y que nunca se informaron seriamente sobre la historia del Medio Oriente, se convierten en presuntos expertos en el tema. Si en el ridículamente pequeño espacio geográfico que ocupa Israel, hubiera un país musulmán en conflicto con sus vecinos, el tema no interesaría a nadie, del mismo modo que nadie protesta por la conversión forzada del Líbano en una virtual colonia iraní.
Esa diferencia de varas con los que mide a Israel en relación a cualquier otro país, es hoy, un franco antisemitismo, porque el odio al judío individual ha sido transferido al judío colectivo. Nadie se llama a engaño. El antisemitismo nunca se refirió a un odio antiárabe. No se trata de una cuestión semántica. Se trata de la instrumentación sistemática del odio contra los casi 7 millones de judíos que viven en el único estado judío en el mundo. Es posible llamarlo judeofobia o antijudaísmo. Los hechos no cambian.
Cualquier observador desapasionado sabe perfectamente que es Hamas quien quiere exterminar a Israel y no al revés. Por otra parte, Hamás al igual que Hitler lo dice con todas las letras. Pretender lo contrario es una distorsión antisemita evidente, y quien la difunde no deja lugar a dudas sobre su posición. Ninguna víctima evidente de agresión en el mundo puede tolerar ser calificada de agresor.
En sus clásicas “Reflexiones sobre la cuestión judía” Jean Paul Sartre define al antisemitismo como una pasión. Y la pasión está reñida con la lógica. El fenómeno no es nuevo. Gente que por lo general actúa de manera perfectamente racional, pierde toda capacidad de raciocinio cuando se plantea el tema del conflicto árabe-israelí del mismo modo en que los antisemitas de ayer perdían todo equilibrio cuando oían la palabra “judío”.
El judío era el envenenador de pozos, el traficante de hostias, el que mataba a niños cristianos, el usurero, el asesino de Cristo. Más tarde fue el capitalista codicioso, el comunista subversivo, el manipulador de la prensa, el siniestro intrigante empeñado en dominar el mundo. Hoy el país judío es acusado de colonizador, agresor, genocida, imperialista, etc. Para los antisemitas del siglo XXI no hay ningún problema en utilizar los peores epítetos. Estos delirios siempre le son útiles a alguien: el judío fue el chivo emisario sistemáticamente utilizado por diferentes clases dominantes e Israel es el judío entre las naciones. Al judío podía acusársele de las cosas más absurdas; siempre se encuentran oídos crédulos. Además el antisemitismo puede ser manipulado para dar respetabilidad a cualquier idea delirante. El estado judío es todavía mucho mejor: después de la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría se necesitaba de apuro alguien a quien odiar, para evitar tener que hacer un balance de errores pasados. ¿Qué mejor que Israel, un país odiado por los árabes y el mundo musulmán? ¿Un país envuelto en un conflicto interminable? ¿Y un país, que a diferencia de sus enemigos, es suficientemente democrático como para tolerar las críticas externas?
Hay una frase hoy olvidada que en otros tiempos simbolizaba una posición de la izquierda europea: “El antisemitismo es el socialismo de los imbéciles”. Su autoría fue atribuida a August Bebel (1840-1913), el fundador del Partido Socialdemócrata alemán. Otros la atribuyen al liberal de izquierda austríaco Ferdinand Kronawetter (1838-1913). Pero alcanzó su mayor difusión cuando la utilizó Vladimir Ilich Lenin, el líder de la Revolución Rusa (1870-1924) quien condenó en términos inequívocos la violencia y el odio antisemitas promovidas por el régimen zarista. Cabe preguntarse qué diría Lenin hoy frente al fenómeno de apoyo al islamismo antioccidental de algunos sectores de izquierda, un islamismo que se nutre de “Los protocolos de los sabios de Sión” una conocida falsificación antisemita de la policía zarista que también utilizó Hitler.
A lo largo de mi vida encontré muchas veces las formas más sofisticadas e increíbles de antisemitismo. Una de las más curiosas es la de los antisemitas que están convencidos de no serlo. Personas muy sensatas repentinamente sacaban a relucir prejuicios insólitos y gente muy racional y cuerda en una discusión sobre Israel revelaba un fanatismo en la defensa de evidentes falsedades históricas que demostraba un prejuicio muy profundo y muy arraigado. Pero por otra parte, expresaban una actitud afable a sus amigos judíos y estaban convencidos de no ser en modo alguno, antisemitas. Por ejemplo, esto explicaría la actitud de alguien conmovido por los seis millones de judíos muertos en el Holocausto nazi pero totalmente indiferente a las amenazas de genocidio de todos los habitantes de Israel por parte de la teocracia iraní y de sus coyunturales aliados de Hamas. Es como el chispazo de locura en alguien perfectamente normal.
Por otra parte, la falacia de que el antisionismo no es antisemitismo solo convence a los antisemitas que creen no serlo. No existe en el mundo ningún antifrancismo que pretenda destruir a Francia, ni ningún antirrusismo que pretenda destruir a Rusia, ni ningún antiuruguayismo que pretenda destruir al Uruguay y exterminar a sus habitantes. El antisionismo es el apoyo a quienes desean destruir a Israel, el único país amenazado de extinción en el mundo.
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**Visita: http://bohemiaylibre.blogspot.com
Un odio que se niega a ser nombrado
Egon Friedler
periodista
La Republica 9/12/2012
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Desde marzo de 2011, Siria vive una terrible guerra civil. Hasta ahora van 40.000 muertos, un número considerable de ellos niños, ya que la artillería del gobierno de Assad dispara masivamente contra barrios enteros. En todo el Medio Oriente, especialmente en Egipto e Irak, los cristianos están huyendo masivamente de las persecuciones islamistas, las quemas de iglesias y el creciente clima de discriminación. En Nigeria, el grupo islamista Boko Haram (cuyo nombre significa “La educación occidental debe ser prohibida”) mató a unos 10.000 cristianos en los últimos 11 años, varias veces el número de palestinos muertos en enfrentamientos con Israel en el mismo lapso. Su especialidad es colocar bombas en iglesias con los fieles adentro. Las habituales noticias sobre shiítas asesinados por sunnitas o viceversa en Irak, Pakistán o Afganistán no llaman la atención de nadie. El hecho de que en el mes pasado de noviembre se hayan registrado en nombre de la Jihad (guerra santa) en el mundo 215 ataques en 22 países contra 5 religiones produciendo 893 muertos y 1848 heridos graves solo es registrado por excéntricos lugares políticamente incorrectos en Internet. Nada de todo esto provoca manifestaciones en Occidente, ni editoriales, ni pronunciamientos de partidos o de intelectuales. La indiferencia es total. Musulmanes muertos por otros musulmanes en cualquier país, o cohetes que causan pánico entre los niños en una escuela del Sur de Israel no son noticia.
Pero si Israel después de meses de ataques con cohetes contra su población civil decide contraatacar a quienes la atacan, se desata una furia cósmica. Israel es el diablo universal, el genocida, el culpable crónico de todos los males del mundo. Las condenas se multiplican. Repentinamente personas carentes de interés especial por la política internacional y que nunca se informaron seriamente sobre la historia del Medio Oriente, se convierten en presuntos expertos en el tema. Si en el ridículamente pequeño espacio geográfico que ocupa Israel, hubiera un país musulmán en conflicto con sus vecinos, el tema no interesaría a nadie, del mismo modo que nadie protesta por la conversión forzada del Líbano en una virtual colonia iraní.
Esa diferencia de varas con los que mide a Israel en relación a cualquier otro país, es hoy, un franco antisemitismo, porque el odio al judío individual ha sido transferido al judío colectivo. Nadie se llama a engaño. El antisemitismo nunca se refirió a un odio antiárabe. No se trata de una cuestión semántica. Se trata de la instrumentación sistemática del odio contra los casi 7 millones de judíos que viven en el único estado judío en el mundo. Es posible llamarlo judeofobia o antijudaísmo. Los hechos no cambian.
Cualquier observador desapasionado sabe perfectamente que es Hamas quien quiere exterminar a Israel y no al revés. Por otra parte, Hamás al igual que Hitler lo dice con todas las letras. Pretender lo contrario es una distorsión antisemita evidente, y quien la difunde no deja lugar a dudas sobre su posición. Ninguna víctima evidente de agresión en el mundo puede tolerar ser calificada de agresor.
En sus clásicas “Reflexiones sobre la cuestión judía” Jean Paul Sartre define al antisemitismo como una pasión. Y la pasión está reñida con la lógica. El fenómeno no es nuevo. Gente que por lo general actúa de manera perfectamente racional, pierde toda capacidad de raciocinio cuando se plantea el tema del conflicto árabe-israelí del mismo modo en que los antisemitas de ayer perdían todo equilibrio cuando oían la palabra “judío”.
El judío era el envenenador de pozos, el traficante de hostias, el que mataba a niños cristianos, el usurero, el asesino de Cristo. Más tarde fue el capitalista codicioso, el comunista subversivo, el manipulador de la prensa, el siniestro intrigante empeñado en dominar el mundo. Hoy el país judío es acusado de colonizador, agresor, genocida, imperialista, etc. Para los antisemitas del siglo XXI no hay ningún problema en utilizar los peores epítetos. Estos delirios siempre le son útiles a alguien: el judío fue el chivo emisario sistemáticamente utilizado por diferentes clases dominantes e Israel es el judío entre las naciones. Al judío podía acusársele de las cosas más absurdas; siempre se encuentran oídos crédulos. Además el antisemitismo puede ser manipulado para dar respetabilidad a cualquier idea delirante. El estado judío es todavía mucho mejor: después de la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría se necesitaba de apuro alguien a quien odiar, para evitar tener que hacer un balance de errores pasados. ¿Qué mejor que Israel, un país odiado por los árabes y el mundo musulmán? ¿Un país envuelto en un conflicto interminable? ¿Y un país, que a diferencia de sus enemigos, es suficientemente democrático como para tolerar las críticas externas?
Hay una frase hoy olvidada que en otros tiempos simbolizaba una posición de la izquierda europea: “El antisemitismo es el socialismo de los imbéciles”. Su autoría fue atribuida a August Bebel (1840-1913), el fundador del Partido Socialdemócrata alemán. Otros la atribuyen al liberal de izquierda austríaco Ferdinand Kronawetter (1838-1913). Pero alcanzó su mayor difusión cuando la utilizó Vladimir Ilich Lenin, el líder de la Revolución Rusa (1870-1924) quien condenó en términos inequívocos la violencia y el odio antisemitas promovidas por el régimen zarista. Cabe preguntarse qué diría Lenin hoy frente al fenómeno de apoyo al islamismo antioccidental de algunos sectores de izquierda, un islamismo que se nutre de “Los protocolos de los sabios de Sión” una conocida falsificación antisemita de la policía zarista que también utilizó Hitler.
A lo largo de mi vida encontré muchas veces las formas más sofisticadas e increíbles de antisemitismo. Una de las más curiosas es la de los antisemitas que están convencidos de no serlo. Personas muy sensatas repentinamente sacaban a relucir prejuicios insólitos y gente muy racional y cuerda en una discusión sobre Israel revelaba un fanatismo en la defensa de evidentes falsedades históricas que demostraba un prejuicio muy profundo y muy arraigado. Pero por otra parte, expresaban una actitud afable a sus amigos judíos y estaban convencidos de no ser en modo alguno, antisemitas. Por ejemplo, esto explicaría la actitud de alguien conmovido por los seis millones de judíos muertos en el Holocausto nazi pero totalmente indiferente a las amenazas de genocidio de todos los habitantes de Israel por parte de la teocracia iraní y de sus coyunturales aliados de Hamas. Es como el chispazo de locura en alguien perfectamente normal.
Por otra parte, la falacia de que el antisionismo no es antisemitismo solo convence a los antisemitas que creen no serlo. No existe en el mundo ningún antifrancismo que pretenda destruir a Francia, ni ningún antirrusismo que pretenda destruir a Rusia, ni ningún antiuruguayismo que pretenda destruir al Uruguay y exterminar a sus habitantes. El antisionismo es el apoyo a quienes desean destruir a Israel, el único país amenazado de extinción en el mundo.
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**Visita: http://bohemiaylibre.blogspot.com