Para no dar muchas vueltas, limitaré mi experiencia personal a decir que anoche participé con mis amigos de la convocatoria más masiva de la última década. Tan masiva resultó que ni Página/12, ni Tiempo Argentino, pudieron mirar para otro lado. Lamentablemente para ellos, los únicos incidentes que se registraron fueron tan, pero tan aislados, que hasta los propios manifestantes frenaron a los escasos violentos.
Curiosamente, los que se dedican a interpretar mensajes siguen en una nebulosa gaseosa tremebunda y esto pudo notarse desde la previa. Grosos columnistas de importantes diarios nos contaron de la revolución de unas redes sociales que desconocen y lúmpenes disfrazados de periodistas oficialistas presentaron una investigación trucha para asegurar que tras la organización estaba Magnetto, Duhalde, la Sociedad Rural Argentina, el Partido Liberal Libertario, la Sociedad de Fomento de Villa del Parque, el Centro de Jubilados Golpistas de Boedo y la Fundación para la Investigación de Conspiraciones Destituyentes de Saturno. A estos se sumaron algún que otro político que se peinó para una foto a la cual no estaba invitado -Mauri, antes de apoyar una marcha, preferiríamos que dejes de negociar todas las leyes del kirchnerismo, genio- más D´Elía que trató a la gente de tilingos golpistas, Aníbal Fernández, que acusó al manifestante de ser una facción derechosa paga; la xenófoba y antisemita Hebe de Bonafini, que pidió que no nos presentemos en un lugar en el que está el neonazi de Biondini; y la siempre pujante lágrima de Cristina afirmando que seguirá hacia adelante, a pesar de las contras.
Lo cierto es que nadie pudo explicar en qué momento se inició esa concatenación de hechos que derivó en esto. Y tiene lógica si pensamos que en 2001 hubo una clase política que temió lo peor para su estilo de vida cuando la gente, con los gobelinos al plato, salió a pedir que se vayan todos, que no quede ni uno sólo. Asambleas barriales, cacerolazos, protestas, escraches a todos los políticos que se cruzaban y cinco presidentes en una semana, saltando por los aires ante la bronca de la gente. Los políticos seguían tan desconectados del mundo que no entendían la bronca popular y llegaban a convocar a funciones a tipos como Carlos Grosso y Matilde Menéndez. Por suerte para ellos, Duhalde les salvó el pellejo a toda esa clase política. Poco tiempo después, nadie se fue, todos se quedaron. El toque final y salvador lo aplicó Néstor Kirchner, al crear una maquinaria tan grande que todos se sentían a sus anchas mientras afirmaban ser la nueva política, aunque este verso saliera de bocas de personajes como Lubertino, Conti, Abal Medina, Béliz, Aníbal Fernández, Deborah Georgi, el Coqui Capitanich y Ginés González. Todos funcionarios de alguno de los gobiernos que transcurrieron entre 1989 y 2001. Todos comandados por un matrimonio tan menemista como los Fassi Lavalle.
Estos paladines de la nueva política, trazaron un programa de gobierno consistente en chorearse lo que esté a mano, improvisar con la gestión gubernamental, meter parches a donde haga falta y, si estos no alcanzan para tapar todos los agujeros, reventar de épica alguno que otro discurso para que las víctimas de sus políticas gubernamentales se conviertan en victimarios desagradecidos que sólo quieren lo peor para el país.
Mientras todo esto pasó, la oposición se dividió entre los que apoyan todas y cada una de las medidas del gobierno sin emitir ni un sonido gutural, y los que no les votan todas las leyes, sino las más controvertidas e importantes, mientras critican al gobierno nacional.
Ante este panorama, no hay forma de preguntarse cómo la oposición no se dio cuenta de que la gente llegaría a hartarse, si nos prometieron ir a la guerra por la defensa de nuestros intereses y no fueron capaces de tirar ni un Chasquibúm por temor a que Cristina los rete por cadena nacional. Estos mismos dirigentes hoy sostienen que la gente marchó sólo contra el gobierno, y es cierto. Pero eso no les da crédito ni para emitir una sola opinión. Por ahí, muchos de los asistentes no lo sintieron así, pero que personas que never in the puta life participaron de una sola manifestación, se movilicen en defensa de sus intereses, es el síntoma final de una oposición carente de huevos para plantarse y decir no. La bronca es así, dispara al que le está haciendo daño. Y la oposición, en este caso, es el tipo que ve cómo te están reventando a trompadas entre veinte y espera a que termines de defenderte para acercarse, sólo para decirte que si estuvieras con él, no te pasarían ese tipo de cosas.
Anoche, tras la movilización nacional, Victoria Donda sostuvo que la gente reclamó por una alternativa política. Todos los demás coincidieron, palabrás más, palabras menos, en idéntico sentido. No entendieron nada y siguen haciéndole el jueguito a un oficialismo que sostiene la teoría de que no hay que reclamar, sino ganar elecciones, como si el hecho de sacar una mayoría electoral fuera una licencia para robar, y no un mandato popular en el marco de una república, donde existen tres poderes que deben controlarse entre ellos.
Este resumen de la oposición no es un dato menor, dado que el kirchnerismo, con todas las actitudes agresivas que ha adoptado en los últimos meses frente al reclamo, sí entendió el mensaje. No es que no cazaron una y por eso siguen como si nada. Lo entendieron a la perfección, solo que reaccionan del único modo que saben, o sea, con agresión y auto victimización. Y también tiene su lógica, dado que ante el descreimiento en la política y el creciente número de manifestantes, no les queda otra que recordar que así llegaron ellos al poder: de pedo y con quilombo. Por eso desvían la atención y piden que en vez de quejarnos, ganemos elecciones. ¿Qué elección hay que ganar, si nadie votó para que hagan lo que hacen?
Esto va más allá de quienes los votaron porque están a favor de la Asignación no Universal por Hijo, o de la política de subsidios eterna, o el verso que hayan creído por cierto. ¿O acaso alguno de los del mentado 54% votó para que mueran cincuenta y una personas en un choque de trenes, absolutamente previsible si el Estado cumpliera con su rol? ¿Alguno votó para que, ante ese hecho, Cristina se ponga a llorar y en vez de llevar consuelo a las víctimas, grite que ahora van por todo? ¿Alguno depositó su voto en la urna para que, al tercer día consecutivo de calor, salte la térmica de toda el área metropolitana de Buenos Aires?
Entre tanto, Cristina afirma que ella labura para los cuarenta millones de argentinos, mientras que sus subordinados sólo emiten comentarios que dan a entender que -en honor al 54% de los que votaron- pueden pasar por arriba del otro 46% que participó de la elección. O, si sumamos al total de la población, que uno de cada tres argentinos puede hacer lo que quiera con los otros dos restantes. Así es como, en nombre del 54%, hacen lo que se les canta y dan por sentado que ese número es mágico e intangible, cuando desde la última elección han pasado demasiadas cosas. Si restamos el inmenso porcentaje de los votos aportados por los sindicatos hoy enfrentados al gobierno; los de las personas que desde que dejaron de recibir subsidios se dieron cuenta que no estaban mejor económicamente, sino que vivían de la dádiva del Estado; los que dejaron de llegar a fin de mes producto de una paritaria inferior al índice inflacionario oficial; los que vieron cómo el triste aumento salarial fue saqueado por el impuesto a las ganancias; los miembros de todas las fuerzas de seguridad que pasaron de ser los pobres tipos que morían con un sueldo de 2.600 pesos, a ser los nuevos golpistas; los parientes de los muertos en delitos desde octubre pasado; y los que viajan por laburo y son tratados como turistas ricachones al recibir sólo 100 dólares por quince días en el extranjero, uno tiene la sensación de que, de aquel 54%, sólo quedan los tres mil monitos que se juntaron en Parque Lezama para recordar al Nestornauta al lado de Boudou.
Al resto del país, no nos importó nada. No nos preocupó el calor agobiante, no nos importó la Pando, no nos importó Biondini, no nos importó Macri, no nos importó Altamira, no nos importó que nos tiraran falsos correos electrónicos alertándonos de posibles disturbios, no nos importó que nos llamen gorilas, golpistas, destituyentes, oligarcas, cipayos, vendepatrias, derechosos, fachos, corporativistas, anti democráticos, egoístas, ricachones, clase mierda, inconformistas, blanquitos, bienvestidos, señoras de Recoleta, clarinistas y procesistas. Porque cuando la gente se harta, no le importa nada y hasta es capaz de salir de la oficina, después de laburar nueve horas, para ir con ropa de laburo, en subte, con 38 grados de térmica, a pisar el asfalto en el punto más caluroso de la ciudad de Buenos Aires, sólo para decirle al gobierno que ya no se puede joder tan barato en nombre de los pobres. Pobres que, dicho sea de paso, el gobierno quiere tanto, pero tanto, que hace nueve años que los mantiene así: pobres.
Nosotros somos los corporativistas vendepatria, ellos son los que entregan los únicos recursos no renovables que tiene el país a corporaciones extranjeras. Nosotros somos los destituyentes, ellos son los que quisieron hacerle un juicio político a Scioli a tres meses de volver a ganar la gobernación. Nosotros somos los oligarcas, ellos son los únicos con derecho a forrarse en guita. Nosotros somos los fachos, ellos son los que corren a los tiros a los que se atreven a meterse con las mineras. Nosotros somos los anti patria, ellos son los que reprimen a los veteranos de guerra. Nosotros somos la clase mierda, ellos son los resentidos que se olvidaron de dónde vienen. Nosotros somos los tilingos, ellos son los que se mean sólo porque están frente a la Presidente. Nosotros somos los egoístas que queremos ahorrar mientras hay pobres, ellos son los que la levantan con pala mecánica sin poder justificar ni un centavo. Nosotros somos las señoras de recoleta, ellos son los chetos de Puerto Madero. Nosotros somos la clase empresaria que no piensa en Argentina, ellos son los que votan a hoteleros. Nosotros somos los que no cuidamos al país, ellos son los que dilapidan la guita de los jubilados manteniendo empresas quebradas y administradas por tipos que cobran tres sueldos. Nosotros somos los golpistas, ellos son los que se cagan en el concepto de república. Nosotros somos los que nos quejamos de llenos, ellos son los que nunca están satisfechos con la que hicieron.
Somos todo lo que digan, pero anoche les reventamos la calle en todo el país y hasta le plantamos treinta mil personas a Cristina en la quinta de Olivos. Sin plata, después del laburo, con calor, sin micros, y siendo víctimas de todos los agravios habidos y por haber, les reventamos la calle.
Y eso les duele.
Y mucho.
Viernes. Digan lo que digan, la de anoche fue una gran noche. Y fue nuestra noche.
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