Opinión: Entrampados en fundamentalismos

Por el Ing. Castor Lopez,
Diputado Provincial y Presidente de la Junta Promotora de PRO
en Santiago del Estero,
Febrero 2011.

(Enviado por el autor a través de Nueva Generación Moral)
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Aun con muchos aspectos muy opinables, entre los años 2003 y 2007 la economía argentina se recobro de su traumática caída del -11% del PIB del año 2002 y creció más del +40%. Esa objetiva mejora económica fue acompañada por recuperaciones sociales. El desempleo disminuyo del 30% al 10%, la pobreza descendió desde mas del 50% al 27% y la penosa situación de la indigencia disminuyo del 25% al 10% de la población.

Esas mejoras económicas y sociales se redistribuyeron. La relación entre el 20% de la población de ingresos más altos y el 20% de menores recursos se redujo de 14 a 10 veces. Queda para el debate y la opinión si aquella recuperación pudo ser mejor y cuanto de su merito fue responsabilidad de un contexto externo muy favorable y cuanto de las políticas publicas locales, que expandieron el gasto publico del 30% al 37% del PIB durante ese periodo.

Con numerosas cuestiones muy perfectibles, se transitaba un sendero de descompresión de la elevada tensión social acumulada por la recesión de los años 1998-2002. Pero, esa tendencia se interrumpió abruptamente en los años 2007 y 2008, pese a que el crecimiento continúo, consistentemente con un marco internacional que continuaba muy conveniente. Pero, la calidad del crecimiento económico local comenzó a disminuir notablemente.

También objetivamente, el desempleo aumento al 15%, la pobreza se incremento al 35% y la indigencia nuevamente creció al 15% de las familias de nuestro país. Incluso la redistribución del ingreso empeoro, aumentando la relación entre la población de altos y bajos ingresos a 11 veces. Todo ello pese a que el gasto público había continuado creciendo hasta significar actualmente el 45% del PIB.

¿Que paso? La experiencia nos señala que “los modelos” no pueden permanecer inmutables. Resultan útiles ante ciertos contextos pero deben ser actualizados, siguiendo la permanente dinámica de las circunstancias. Los fundamentalismos ideológicos que nos agobian y dividen inútilmente, nos aferran a los modelos que resultaron relativamente exitosos por un tiempo, pero que luego, lógicamente, dejan de serlo. Sucedió con el modelo de la convertibilidad y ocurre ahora con el modelo llamado K.

Una razonable y desideologizada explicación es que el crecimiento de los años 2003-2007 se sustento en el 40% de capacidad instalada de producción del país que había quedado ociosa y resultaba factible reactivarla sin inversiones. Una creciente demanda, estimulada por políticas públicas muy expansivas, la iba reutilizando, pero siempre incrementando el nivel de los precios, desde casi el +4% en el año 2003 hasta alrededor del +20% en el año 2007.

Una vez más, el fundamentalismo se impuso a la racionalidad. Moderar gradualmente la demanda por un tiempo para, simultáneamente, estimular las fundamentales inversiones de largo plazo y preservar el nivel de los precios fue considerado “un salvaje ajuste neoliberal”. Se prefirió el inútil debate semántico del “enfriamiento de la economía” y la ilusión de la distorsión de las estadísticas oficiales al reconocimiento de la necesidad del patriótico esfuerzo político de renovar el modelo.

La actual y creciente tensión social por la distribución del ingreso, que se refleja en el desempleo, la pobreza y la ampliación de la brecha de recursos en la sociedad, no disminuirá sino se registra correctamente la realidad de la inflación de precios y se actúa en consecuencia. Podríamos decidirnos a dejar de ser el país de los sucesivos ciclos de utopías y desilusiones.