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El preludio las elecciones del año próximo encuentra al país en un profundo estado de incertidumbre sobre su futuro, encubierto por el crecimiento de la economía, tras la superación de los peores momentos de la crisis internacional del 2009.
Si bien las condiciones generales no muestran las dificultades de la campaña del 2003, cuando aún convalecíamos de la crisis nacional del 2001/2002, la dispersión de las fuerzas políticas, la ausencia de consensos y el ambiente de confrontación, producen escepticismo e impotencia. Escepticismo sobre el futuro e impotencia por no encontrar un camino de salida a la continuada alternancia entre circunstanciales tiempos de aparente bonanza y amenazantes momentos críticos.
Sin embargo, es posible atisbar vientos de cambio que pueden modificar ese clima social.
Los argentinos hemos aprendimos, quizás lentamente, de los grandes errores de cada ciclo político.
En los 80` aprendimos que era inviable la violencia como método político; los dolorosos años del proceso pusieron fin al golpismo y a la confrontación armada.
En los 90`aprendimos que la hiperinflación abortaba cualquier proyecto personal, grupal o nacional. Aprendimos que la democracia era necesaria pero no suficiente.
La grave crisis de comienzos de siglo, hizo tomar conciencia que no hay soluciones milagrosas que sustituyan el esfuerzo inteligente y continuado. Que era una ilusión crecer con un sistema monetario y financiero ficticio (la falacia del uno a uno y de la pertenencia al Primer Mundo) y sin proyecto de desarrollo. Que la estabilidad era necesaria pero no suficiente.
Ahora, con mas humildad, habremos aprendido que gobernar es, principalmente, establecer grandes acuerdos entre las fuerzas políticas y sociales y saber ponerlos en acción con un estado organizado. Nada sencillo, pero un desafío posible y digno de ser encarado.
La pobreza estructural, el subdesarrollo de la mayor parte del país, el crecimiento desigual y un estado desarticulado, son consecuencias de una política autoritaria, falta de sensibilidad social y de una gestión que ignora las reglas del buen gobierno (profesionalidad, transparencia, visión estratégica, responsabilidad y control de gestión).
Este ciclo nos muestra que no basta disponer de recursos fiscales abundantes, para mejorar la vida de los argentinos. Es imprescindible aplicarlos con un orden de prioridades y con honestidad, a favor de un desarrollo más justo, con mayor despliegue territorial y con una economía más diversificada, competitiva y mejor integrada al mundo. La pobreza no justifica la limosna oficial: reclama trabajo productivo y decente y un trato digno.
El próximo gobierno difícilmente pueda reiterar los defectos del presente; la sociedad no se lo habrá de permitir, si realmente aprendió la lección.
Las nuevas autoridades deberán abrirse al diálogo, enfrentar la pobreza con educación y empleo decente y comprender que sin un amplio programa de desarrollo federal, solo habrá hacinamiento en las grandes urbes, inseguridad y miseria. En resumen: más ricos y más pobres.
Ese es el verdadero desafío del Peronismo Federal.
Cortesía del autor
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