"Cuando el General Perón asumió por primera vez la presidencia de la Nación, Evita comprendió que el Destino había puesto en sus manos un caudal inmenso de posibilidades para mitigar el dolor y la injusticia que la mayoría del pueblo trabajador soportaba desde los albores mismos de la Patria, como consecuencia del egoísmo y la insensibilidad de unos pocos privilegiados en perjuicio de los muchos humildes.
Y se instaló en la antigua Secretaría de Trabajo y Previsión, a donde llegaba con apasionado fervor cuando recién apuntaba la mañana, para cumplir intensas jornadas que finalizaban después de la medianoche...
Eran sus días primeros de fe, cuando creía que su ejemplo podría conmover y arrastrar a los que poseían riquezas. Entonces era fuerte, gozaba de salud - una salud que quemaría en la hoguera de su misión humanista y cristiana - y no conocía el duro corazón de los avarientos, que ante su sacrificio le negaron el agua y la sal de la comprensión... Ella llegaba, casi con el día... Y desafiando la incomprensión y el egoísmo, atendía a niños, ancianos, mujeres y hombres de pueblo... En contacto con el dolor y la injusticia, comprendió que era necesaria una obra de gran aliento que multiplicara sus afanes y realizara lo que ella, por falta material de tiempo, no podía realizar en su totalidad. Fueron los albores de la Fundación Eva Perón. Era la primera vez en la historia de nuestro país, que la esposa de un presidente, en lugar de dedicarse a sus funciones sociales, a las recepciones y la concurrencia a embajadas y fiestas, se entregaba a bucear en el alma de los pobres y los desamparados, para darles caminos de justicia y solidaridad..."
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